No sé a ustedes, compañeros y compañeras de la profesión más bonita del mundo, pero a un servidor le está costando fríos horrores sentarse ante la página alba y pintar en ella, sombría o luminosa, una opinión sobre el frenético dinamismo del escenario que nos está tocando vivir y contar; algo que para nosotros y nosotras está ligado para con la eternidad. "No hables a no ser que puedas mejorar el silencio". Esta cita de Jorge Luis Borges ronda vertical y horizontalmente, con una endiablada velocidad, mi atormentada cabeza durante estos difíciles días, que serán semanas y -esperemos que no- meses.

Sinceramente, después de muchos años, me siento perdido. Creía que nunca me iba a ocurrir, pero percibo que mi voz se diluye, que mis palabras carecen de fuerza y que aquellas historias que pretendía dar vida no van a tener forma ni lugar. Veo como se cancelan ilusiones en forma de contratos y empiezo a notar las grietas de mi sueño hasta imaginar la profundidad de las mismas y en ese momento, con la respiración entrecortada y los ojos brillantes y húmedos de dolor, rompo a llorar. Solo, porque no quiero que ustedes lo sepan.

Lloro por mí, porque mientras que "la vida se ríe de las previsiones", como dice Saramago en El viaje del elefante, me cuestiono si no estoy a la altura, si no he tenido la suerte necesaria o si en cambio, he soñado mal. Tal vez cometí el error de focalizar con exclusividad el concepto y las acepciones de periodismo en el clasicismo y la pureza del bolígrafo y la libreta, del micrófono y la luz roja, del "cámara tres, prevenida", y por supuesto, en su -ya vetusta- mutación digital en plataformas audiovisuales y redes sociales.

Conocí de primera mano la vehemencia diaria de la vertiente político-institucional y degusté con bonhomía cada nota, argumentario o discurso que escribí en la casa de todos los valencianos y valencianas. Pero no atendí a los portazos que comenzaba a propinar la terminología anglosajona, con sus Search Engine Optimization o Link building, a un mercado laboral, siempre reducido y menesteroso, que hoy ya domina con absoluta claridad. Y tal vez esté ahí la clave -o keyword-, porque a pesar de la contundencia racional del proverbio "renovarse o morir", siento que no quiero hacerlo.

Pero, no solo lloro por mí, sino también por la propia profesión que comenzó a cambiar mi vida desde el momento que escuché a Andrés Montes o Paco Lloret. En tiempos -obligados- de reflexión y de realizar actividades lúdicas por encima de nuestras posibilidades, respiro profundo y se me encoge el alma, la mente, el estómago y el corazón de imaginar el impresionante trabajo de compañeros y compañeras, garantizando nuestro derecho a la información, mientras que sus puestos de trabajo corren peligro. En tiempos -obligados- de confinamiento y recesión, la inversión publicitaria y el naciente sistema de suscripción se derrumban y, por ende, asegurar la veracidad e incluso la existencia de lo que ocurre, es cada vez más difícil. Porque, ilustrísima audiencia, si permitimos la debilitación del contrapoder, todo nos caerá encima. Más pronto que tarde.

Como dijo el presidente Pedro Sánchez, "lo peor está por llegar". Tenemos por delante una nueva quincena de aislamiento en la que periodistas de todo el mundo, a riesgo de apostar contra su salud y la de los suyos, nos contarán, narrarán y relatarán con honestidad -y haciendo de tripas, corazón- lo que vaya ocurriendo y lo que, como sociedad, tenemos el derecho y la responsabilidad de conocer. Hoy, y cada noche, mi aplauso de las ocho de la tarde, también va por ellos.

Por mi parte, pensándolo mejor, mañana intentaré imaginarme nuevos escenarios para este sueño que es comunicar, a pesar de la actual contienda. Con determinación, con la resistencia de Iván Penalba y con la fuerza que requiera dicha situación. Porque como decía Emily Dickinson: "la fuerza no es sino dolor amarrado con disciplina".