Desde que el liberalismo económico ha venido imponiendo sus criterios, el tamaño de los estados se ha ido empequeñeciendo para dejar paso a la iniciativa privada, incluso en aquellos espacios que deben garantizar la seguridad, la educación, la sanidad u otros servicios esenciales. Se ha reducido la presión fiscal y con ello la capacidad de intervención de los poderes públicos sobre la economía, la inversión y la atención a las personas en su sentido más amplio. En definitiva, se ha venido vaciando el bolsillo de todos.

La Gran Recesión de 2008 exigió a esos mismos estados fuertes endeudamientos para salvar al sistema financiero, y los aumentos en la presión fiscal para contener el déficit no recayeron sobre los bolsillos más llenos, sino sobre las clases medias y trabajadoras, fundamentalmente vía impuestos indirectos.

Ahora, cuando la pandemia del Covid 19 se convierte en una amenaza para la salud pública que obliga al estado a declararse en alarma y paraliza sectores enteros de actividad cerrando empresas y mandando a cientos de miles de trabajadores al paro, le exigimos a ese mismo estado miles de millones de euros en ayudas que sostengan vivas a las empresas, los negocios de los autónomos y los recursos de los ciudadanos para atender sus necesidades de consumo y atender pagos.

Y así debe ser, así se debe intentar a pesar de los errores de no haber entendido que el bolsillo del estado es el bolsillo de todos y que en una sociedad justa capaz de garantizar seguridad, igualdad de oportunidades y servicios para todos, llenar ese bolsillo exige tributos progresivos a la renta, el patrimonio y la herencia. Será Europa la que deberá flexibilizar su pacto de estabilidad, facilitar el crédito, aceptar la necesidad de emitir eurobonos y practicar la solidaridad bien entendida entre socios, porque aunque la Unión Europea tenga mucho de mercado, éste se resentirá en la misma medida en que se resienta la confianza entre sus miembros.

Europa ha venido siendo el espejo en el que se miraba el mundo. Sus niveles de libertad, protección social, justicia e igualdad han sido la aspiración de miles de millones de ciudadanos del planeta. Sin embargo, hoy ofrecemos hacia afuera, pero quizás aún más hacia dentro, una imagen de derrumbe y decadencia. Nos pasan en la carrera tecnológica, nos pasan en la influencia geoestratégica, nos pasan en esa imagen de éxito social, de modelo a seguir.

La crisis del Covid-19 es una nueva prueba en la que aparecen como referentes en su combate China o Corea, y el primero de ellos, además, como actor global dispuesto a ofrecer ayuda en suministros materiales y humanos especializados. Y todo esto nos ha llegado cuando se discutían en la U.E. los nuevos presupuestos tras el brexit, unos presupuestos que se presentaban más exiguos, es decir, con menor capacidad de actuar como actor global y como motor capaz de proporcionar a nuestro subcontinente herramientas de intervención en política económica, solidaridad y cohesión.

La pandemia, que se ha extendido a enorme velocidad, es una consecuencia de la globalización, todo se mueve más, y más rápido. Es necesario comprender que solo en una Europa unida podremos defender nuestro modelo de sociedad y hacer frente a los desafíos que la aparición de nuevos actores representa en la defensa de ese modelo. Para ello se hace imprescindible tener éxito, es decir, ganar la carrera tecnológica, generar riqueza y repartirla con justicia. Frente a EEUU que tiene un presupuesto federal equivalente al 20% de su PIB o frente a China que dispone del 30% de la totalidad de la riqueza del país en manos del estado, es muy difícil competir con un presupuesto de la U.E. que se sitúa en el 1%. Ningún estado de la U.E. puede por sí solo afrontar esos desafíos y cuanto más tardemos en asumirlo mayores serán las tensiones que pueden hacer trizas nuestra débil unión, como ya se vio en la pasada crisis y vuelve a verse con el crecimiento de los diferenciales en la prima de riesgo.

Estamos compitiendo entre nosotros con devaluaciones salariales, derechos laborales y rebajas fiscales para atraer inversión, hemos claudicado ante las multinacionales y los grandes flujos de capitales y abdicado de nuestra soberanía por no cederla a Europa. Hemos vaciado el bolsillo de todos y aumentado con ello nuestra fragilidad.

El Covid-19 será un nuevo peldaño hacia la decadencia, a no ser que lo que no ha podido la fuerza de la razón, tal vez, lo pueda la fuerza de la amenaza. Aunque es muy triste, que así sea.