Pascal afirmaba, ¡en el siglo XVIII!, que muchos problemas se resuelven si sabemos estar tranquilamente en nuestra habitación. Con esta afirmación nos está indicando que una de las mayores tropelías, signo de nuestro tiempo, es el activismo. Vivir agitados. Ir de un lugar para otro, no importa a dónde, sino la velocidad. Hay quien está de vuelta de dónde nunca ha ido, dicho sea con todo su simbolismo. La prisa ha sido definida como una de las enfermedades de nuestro tiempo. También el ruido. Nos apresa la prisa que nos quita la pausa. Nos aturde el ruido que nos roba la calma.

Una de las cosas que más nos atrae de nuestra existencia es la diversión. Es claro que no se ha de eliminar, porque es necesario. El problema surge cuando entregamos nuestra existencia al divertimento, entendido en su más amplia levedad: la frivolidad. Y convertimos nuestra vida en una gran estafa. Porque nos impide pensar en nosotros, que son los demás (aplaudirles también). Y nos perdemos insensiblemente: pasar la vida sin pena ni gloria. Es lamentable caer en el aburrimiento, esa desazón del que no sabe estar sin jugar a cada momento, en una cadena interminable de fiestas y jerigonzas. Y triste llegar con la diversión insensiblemente a la muerte.

No hay mal que por bien no venga. Cuando estamos en esta situación de quedarnos en casa, y las ciudades pierden el bullicio y la fisonomía habituales, podemos caer en una depresión anímica; pero perderíamos la oportunidad de sosegar nuestra vida. Hay que jugar serenando el balón, el "tiki-taka" que dio a la selección española el mundial de Sudáfrica. Si lanzamos el balón a volea, patadón y adelante, sin cabeza ni estrategia, lo más seguro es que perdamos el partido. Pues bien, en estas circunstancias, somos nosotros los que hemos de ganar la partida al coronavirus y todavía mejor, a nosotros mismos.

Parece mentira que un bicho tan pequeño, de unos 300 nanómetros, nos haya colapsado de esta manera. Pensábamos que el hombre coetáneo es dueño cuasi absoluto de la naturaleza; y sin embargo, claudica ante una minucia. Pero así es (y seguirá). Esto plantea una buena pregunta: ¿qué es el hombre en la naturaleza? El Universo no sería mundo inteligible si no estuviésemos nosotros. En realidad, somos todo frente a la nada. Pero también, nada ante lo infinito. Siempre, en tiempos de epidemias, se acudía al auxilio de Dios, con diversas manifestaciones de súplica. Y no somos distintos de los de antaño, por más medios científicos y técnicos que dispongamos: seguimos estando abocados a la muerte. Hemos de barruntar que lo nuestro no es la permanencia en este mundo que es camino para el otro, morada sin pesar, en palabras de uno de los grandes poetas castellanos. El silencio no tiene que ser aburrimiento; debe ser creativo. Hay que pensar con serenidad. Es tiempo de reflexión y de paz.

* Grupo de Estudios de Actualidad