Nuestra sociedad está viéndose confrontada a una de las más severas crisis vividas en mucho tiempo. Hemos de remontarnos más de 80 años para encontrar un momento en el que los derechos individuales hayan sido limitados en tal grado. Una parte relativamente pequeña de la población, básicamente los servicios de sanidad y seguridad, están soportando el peso de la respuesta mientras la abrumadora parte de la sociedad se ha visto obligada a quedar confinada en sus casas con un doble reto de limitación de movimientos de un lado e inesperado tiempo libre de otro. Afortunadamente, unos y otros son plenamente conscientes de las imperiosas causas que lo justifican.

Las emergencias nos han enseñado que hay que afrontar los retos tanto desde la perspectiva operativa (respuesta) como de sus causas subyacentes para estar mejor preparados ante futuras crisis (solución). La mejor forma de honrar a quienes hoy están soportando todo el peso de la lucha contra el coronavirus es pensar en cómo abordamos el día después sacando las oportunas conclusiones de esta crisis.

El coronavirus es un ejemplo más del corolario de riesgos de la globalización. La expansión de enfermedades a otras regiones donde su población no estaba inmunizada ha venido ocurriendo con anterioridad siendo probablemente el caso más relevante en la Historia el efecto devastador que tuvo sobre la población local la llegada de los españoles y portugueses a América hacia 1500. El avance de la globalización ha acelerado estos procesos sea en el ámbito de la sanidad humana, animal o vegetal.

La globalización forma parte de otros procesos paralelos que se vienen denominando cambio global y entre los que destacan la urbanización y el cambio climático al que justo antes de esta crisis veníamos prestando una atención preeminente (COP25).

No encontraremos la solución ante unos retos tan fuertemente interrelacionados entre sí pretendiendo retrasar procesos imparables sino construyendo un futuro dotado de los atributos necesarios para poderlos afrontar con suficientes visos de éxito.

En primer lugar, disponemos de suficientes medios técnicos para compatibilizar la movilidad de personas y bienes con los debidos controles que frenen la expansión de plagas y enfermedades que comportan graves riesgos potenciales para las personas, la ganadería, la agricultura o la biodiversidad, especialmente en las islas. En segundo lugar, se hace necesario impulsar en cuanto la crisis sanitaria lo permita la recuperación de la actividad económica para evitar una crisis económica mundial con graves implicaciones sociales aprendiendo de la anterior crisis financiera.

Siendo ambos aspectos claves, nos equivocaríamos si no miramos más allá. Nuestra principal prioridad debería ser construir una sociedad social y económicamente resiliente integrando los grandes retos ambientales como el cambio climático o la contaminación dispersa (plásticos en los océanos). Abordar las debilidades de la sociedad es precisamente la mejor forma de reforzar nuestra resiliencia.

La crisis anterior demostró que aquellas economías que habían priorizado la economía real (sectores primarios y secundarios) y la innovación resistieron mucho mejor que las que apostaron desproporcionadamente por los servicios, especialmente aquellos de bajo valor añadido. También la identificación de win-wins resulta clave para un mejor uso de los recursos, por ejemplo vinculando nuestra agricultura y sus excelentes productos con la gastronomía y su exportación o el patrimonio cultural con el turismo reforzando su desestacionalización a la vez que se desconcentra la actividad económica.

El desequilibrio entre unas zonas donde se agolpa la población frente a buena parte del territorio casi despoblado caracterizado por densidades demográficas desconocidas en el resto de la UE comporta considerables costes tanto por hiperdensidad (infraestructuras, coste de la vivienda, tiempos muertos por transporte) como por infradensidad (elevados costes de provisión de servicios por habitante) además de las lógicas tensiones interterritoriales que ello comporta, bien visibles en los conflictos recurrentes alrededor del uso de los recursos hídricos. Recordemos que las zonas más azotadas por el coronavirus han sido precisamente las zonas metropolitanas.

La baja tasa de reposición demográfica supone otro de nuestros retos que comportará la pérdida de considerables posibilidades económicas en breve además de lastrar las finanzas públicas durante décadas si queremos asegurar pensiones mínimamente dignas.

Para evitar que la lucha contra el cambio climático pueda ser postergada por necesidades más acuciantes hay que reforzarla recordando la importancia del cambio energético para así aprovechar recursos endógenos ociosos, priorizar el desarrollo tecnológico y la creación de empleo aquí en vez de depender desproporcionadamente de terceros países con los riesgos de seguridad, imposibilidad de controlar la evolución de los precios (IPC) y balanza comercial que ello ha venido comportando. Precisamente la apuesta por la bioeconomía permite aunar el cambio climático con la despoblación interior, la crisis de nuestra agricultura y el elevado riesgo de incendios forestales catastróficos fruto del abandono de nuestros montes. Y no solo estamos hablando de bioenergía, especialmente térmica, sino también de construcción en madera o la substitución de los plásticos por productos de origen biológico reciclables y biodegradables.

También debemos aprovechar este brutal frenazo a nuestras costumbres para replantearnos muchos elementos que han caracterizado nuestra forma de vida como la presencialidad causante de muchos desplazamientos y viajes costosos en esfuerzo, pérdida de tiempo, recursos y emisiones de CO2 apostando decididamente por la administración electrónica, el teletrabajo donde sea posible y las videoconferencias.

Hemos mejorado mucho en parámetros científicos pero nuestros sectores económicos y el mundo académico aún están muy desvinculados entre sí perdiéndose innumerables oportunidades. La ingeniería como pilar de la reindustrialización que deseamos no está resultando atractiva como carrera para nuestros jóvenes y sin suficientes efectivos resultará imposible.

Esta crisis ha despertado una conciencia transversal sobre la importancia de lo colectivo que va más allá de lo público que debemos aprovechar para abordar los retos citados con el objetivo de conseguir una sociedad mucho más cohesionada, resiliente ante las crisis de todo tipo que sin duda acecharán y capaz de priorizar más allá de sus síntomas, las causas subyacentes. Reforzando el aprovechamiento de nuestros recursos en el espacio y en el tiempo, cohesionando nuestro territorio y valorizando nuestro excepcional patrimonio conseguiremos construir una sociedad más resiliente, dotada de una identidad inclusiva y capaz de desarrollar todo su potencial creativo.