La Ley de Memoria Democrática y para la Convivencia de la Comunidad Valenciana, aprobada en 2017, declaró el 28 de marzo de cada año como día de recuerdo y homenaje a las víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura. Se eligió el 28 de marzo en honor a nuestro poeta oriolano Miguel Hernández que murió este mismo día de 1942 en la prisión de Alicante, víctima de la tuberculosis. Él fue una más de las decenas de miles de víctimas de la represión franquista en este país que se alargó hasta bien entrados los setenta.

En nuestro territorio se celebraron aproximadamente más de noventa mil juicios sumarísimos al finalizar la Guerra Civil, y aún cabría sumar los y las represaliadas a lo largo de la Dictadura, que no fueron pocos. En la actualidad, una pequeña parte siguen demandando justicia sobre las torturas que sufrieron para que estos crímenes no queden impunes. Hasta ahora solamente han recibido amparo de la jueza Servini a través de la Querella Argentina, el único procedimiento abierto que persigue los delitos cometidos durante la Dictadura, pese a ser crímenes de lesa humanidad que no prescriben. Es profundamente triste y preocupante que deba ser otro país el que asista a las víctimas y no el propio de las víctimas, el nuestro. Que la justicia que se les niega en su país por fin pudieran obtenerla de Argentina es una buena noticia desde el punto de vista jurídico, pero dejaría claramente demostrado que el Estado Español no ha dado una tutela efectiva a sus víctimas. No podemos tener un democracia avanzada si la queremos seguir construyendo sobre miles de fosas comunes.

A pesar de todo, seguimos avanzando en políticas memorialísticas después de décadas de desmemoria seguramente de difícil reparación. Este sábado desde la Conselleria que dirijo teníamos previsto participar en la I Trobada de Memoria Democràtica del País Valencià en Quart de les Valls que había organizado la Coordinadora d'Associacions per la Memòria Democràtica. No podrá ser ahora que lo hemos parado todo: lo urgente puede esperar, lo importante no.

No descubro nada diciendo que vivimos tiempos excepcionales, que somos protagonistas de una situación propia de una película digna de una macroproducción de inciertas consecuencias, que golpea a la población en general y a nuestros mayores en particular.

Estas semanas leí un tuit de una apreciada periodista Isabel Olmos; contaba que al hablar con su abuela de 91 años del coronavirus le decía que lo que era necesario es que no cayeran bombas. Me impactó muchísimo. La nieta pensaba que su abuela había sufrido mucho. Siendo una niña tuvo que protegerse de los bombardeos de Franco contra la población civil en los refugios, y ahora con más de noventa años le toca vivir esta situación.

Mi madre, que nació en la primera década de la Dictadura, siempre me decía que su generación había sido una generación castrada, que les habían robado la vida, en especial a las mujeres. ¡Cuánta razón tenía!

Mi querido Antonio Montalbán (histórico militante del PCE y fundador de las Comisiones Obreras en el País Valencià), de la misma generación, me contaba este jueves que se cumplían cincuenta y un años de su detención y de la de su hermano Paco por la Brigada Política y Social, que los detuvieron ante la mirada de sus padres que impotentes veían cómo secuestraban a sus hijos. «Cincuenta y un años después de aquel terrorismo de estado me duele ver cómo los miembros de las brigadas políticas y sociales del franquismo se fueron de rositas sin pagar por el tremendo daño y dolor causado. Lo que año tras año más me duele en el recuerdo es la imagen llorosa y temblorosa de nuestra madre que, asomada a la ventana, clamaba porque le devolviesen a sus hijos», me decía. En estos momentos su hermano Miguel, otro luchador, combate el COVID-19 en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Arnau de Vilanova.

Queda mucho por hacer, pero ahora toca cuidarnos, cuidar de nuestras hijas y cuidar de nuestros mayores, a los que les debemos tanto. Cuando esto pase, porque pasará, seguiremos trabajando por la Justicia, la Memoria y la Reparación a pleno rendimiento.

No hemos podido salir a la calle a homenajear a nuestras víctimas, pero lo haremos hoy desde casa, que es lo que toca. Y si me lo permiten, les recomiendo que aprovechen este tiempo para ver «La trinchera infinita», gran película dirigida por Jon Garaño, que retrata la historia de un alcalde republicano que se vio obligado a estar encerrado en un escondrijo de su casa durante treinta y tres años para no ser asesinado a manos de la Dictadura, como hicieron muchos de sus compañeros, malviviendo en escondites para salvar la vida. Se les conocía como «topos». Lo nuestro no puede ser tan difícil.