Ayer se celebró el Día Mundial del Clima en unos cuantos países del mundo, sobre todo de Sudamérica, donde esta celebración tiene bastante más arraigo que en Europa. Por aquí, el coronavirus cubre todo el espectro comunicativo, un goteo de noticias que podrían desesperar al mismísimo Santo Job. Entre tanta información desgarradora de la pandemia, han surgido varios temas curiosos e incluso algunos esperanzadores, muchos relacionados con el medioambiente. Los vídeos con los bancos peces en los canales de Venecia, delfines en el puerto de Cagliari o las palomas 'hitchcockianas' de Benidorm han conseguido arrancarnos una sonrisa; también ha saltado a primera plana el drástico descenso de gases contaminantes en ciudades de China, Italia y recientemente aquí, en España.

Esto último demuestra cómo influye nuestra rutina en el entorno, mediante la actividad industrial o el vaivén del coche. Las cuarentenas han pegado un buen mordisco a la contaminación en Madrid, Barcelona o Valencia, que ya habíamos visto en el valle del Po y Wuhan. Lamentablemente, nuestra huella es tan grande que estas mejoras locales ni siquiera han hecho cosquillas en observatorios como Mauna Loa (Hawai) o Cape Grim (Tasmania), que son referentes en la toma de datos de CO2. En el primero, febrero dejó un promedio mensual de dióxido de carbono de 414.11 partes por millón frente a los 411.75 ppm del mismo mes en 2019. Aún es pronto pero ojalá sirva para disuadir a los que, previsiblemente, volverán al dispendio en cuanto remita la pandemia. Muchos expertos temen una subida extrema de las emisiones al final de la cuarentena, tal y como sucedió tras la crisis financiera de 2008.

La ONU invita a que los paquetes de medidas para frenar el impacto económico del COVID-19 tengan en cuenta el Acuerdo de París. La intención es que esta situación desesperada no comprometa las acciones frente a la emergencia climática. En la última década los gases de efecto invernadero han seguido su particular escalada, a la par que la temperatura de la Tierra, que ya supera en algo más de 1 ºC el promedio global de la era preindustrial. La contaminación está minando el planeta y también nuestra salud. Algunos estudios tasan la mortalidad anual de Europa ligada a la contaminación en 790.000 personas. «El mundo necesita demostrar la misma unidad y compromiso -dedicados al coronavirus- con la acción climática», arguyó hace unos días Petteri Salas, Secretario General de la Organización Meteorológica Mundial. Si fracasamos en la mitigación de las emisiones, las pérdidas de vidas y económicas podrían ser peores a medio-largo plazo.