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Alfons Garcia

A vuelapluma

Alfons Garcia

Esperando los confines

Esperando el porvenir es el título de unas memorias de juventud de Carmen Martín Gaite, en las que recuerda al genial grupo de intelectuales con el que se hizo mayor. En verdad, esperar el porvenir es esencial de la condición humana, no queda otra, pero se hace especialmente evidente en tiempos como el actual, en los que prevalece nuestra función de «esperadores» sobre la de actores. Esperar tranquilos y reflexivos es actuar en esta situación anómala. Cuando nos creemos en la cresta de la ola y los reyes del universo llegamos a presumir de dominar nuestro futuro. Un espejismo. Tiempos de humildad, los actuales.

Tiempos para divagar. Van para quince días de confinamiento, una palabra casi hostil, por lo que supone de encierro y limitación de las libertades. Tan distinta de su término hermano confines, que remite no solo a donde alcanza la vista, sino a territorios remotos, lugares para la aventura y lo inexplorado. Desde el confinamiento soñamos en pisar un día los confines del planeta.

Tiempos para ir anotando alguna lección política. Esta crisis está demostrando que España ya no es gestionable sin las comunidades, esas mininaciones que llevan casi 40 años ocupándose de los servicios fundamentales y que están más cerca de la tierra que los gestores de los imperiales ministerios. Con el estado de alarma parecía que la tutela del gran Estado se imponía, pero ha sido bajar a las primeras necesidades, a afrontar la carencia de material con el que combatir una epidemia de esta magnitud, y evidenciarse que las comunidades eran más rápidas y eficaces. El Gobierno central ha tenido que doblegarse ante esa realidad. El Ministerio de Sanidad, con las articulaciones oxidadas, no estaba preparado por sí solo para una operación de este calado. Se ha comprobado además que desde la distancia más corta al terreno todo es más fácil, como conseguir la implicación de unos transportistas en el traslado de los suministros importados de China sin esperar a los detalles de la contratación administrativa. «De eso ya hablaremos después. Ahora es tiempo de arrimar el hombro», dijeron los que fueron a Zaragoza desde València. Eso solo se alcanza desde el cara a cara. Y otro día hablaremos de lecciones de transparencia, de quién facilita más datos y quién no.

También es tiempo para alguna lección de vida. Como la de vernos en el lugar de los otros, los parias y olvidados. Contaba un expatriado en Bali que miran mal a los españoles y que él se hacía pasar por mexicano para evitar problemas. Con el pasaporte español hoy no entraríamos en tres cuartas partes del mundo. Mientras, aquí hemos visto apedrear un autobús con ancianos contagiados al llegar a un pueblo cercano y relatos de médicos, enfermeras y militares rotos al comprobar el aislamiento de mayores como portadores del mal. Las crisis reflotan los mejores sentimientos humanos, los más solidarios, pero también los más bajos. Y esta epidemia tiene algo que recuerda a pestes pasadas, que lleva a algunos, pocos, a intentar alejar a los enfermos antes que ayudarlos. Creo que algo de ese sentimiento hay en los alcaldes que quieren conocer con detalle quiénes son los contagiados de sus municipios. Aunque sea para extremar la prevención allí donde se infectaron, supone señalarlos ante los vecinos. Una crueldad, aunque se pueda envolver de buenas intenciones.

Así seguimos. Esperando el porvenir. Esperando los confines.

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