Las legiones romanas constituyeron una extraordinaria máquina militar, bien entrenada, disciplinada y eficaz. Sus conquistas se desarrollaban a través de campañas, que iniciaban desde la primavera hasta bien entrado el otoño. Al finalizar las campañas militares los legionarios celebraban la fiesta del Armilustrio o purificación y limpieza de armas.

A partir de esa fecha los legionarios volvían a los cuartes de invierno a descansar, pertrecharse en hombres y armas para la nueva campaña y esperar un clima más propicio para sus avances y asedios.

Los romanos estaban convencidos de la ineficacia del valor sin la habilidad y sin la práctica de ejercicios marciales. Estos cuarteles de invierno eran el sitio propicio para entrenarse, adiestrar a los nuevos reclutas y ejercitarse en nuevas técnicas militares. Servían para curar viejas heridas físicas y espirituales, refugiarse del crudo invierno y esperar que el sol despejase la niebla que impedía seguir el camino.

Ese tiempo de espera permitía estudiar al enemigo, tomar decisiones y aclarar los próximos objetivos. Sin duda, el tiempo y las vivencias desarrolladas en los cuarteles de invierno fueron esenciales para el extraordinario éxito de las legiones romanas.

En los tiempos que nos toca vivir los cuartes de invierno han desaparecido, se nos espera siempre en la batalla, sin pausas. Tenemos que demostrar día a día que somos competitivos, resolutivos y valerosos en el combate. Además, de nada sirve el valor, la lucha, la entrega si finalmente no eres capaz de traducir esas habilidades en un botín, si no eres capaz de producir riqueza. Tanto tienes, tanto vales.

El estado de alarma decretado por la irrupción de la pandemia originada por el COVID-19, tras unos primeros días de incertidumbre, está suponiendo para muchos descubrir la existencia de los cuarteles de invierno. Una retirada estratégica que sirve para cargar pilas, para plantearse nuevos objetivos, para entrenarse en el arte de la vida, de valorar aquello que es importante y diferenciarlo de aquello que es superfluo, para detenerse, contemplar, meditar y soñar.

Y esos cuarteles de invierno no solo servían al legionario, al individuo, servían a la legión entera y, por supuesto, a Roma, cuya grandeza dependía de sus legiones.

Este periodo de recogimiento en nuestros cuarteles de invierno debe servir para que salgamos reforzados como individuos y como sociedad. Cada individuo reflexionará sobre su próxima batalla, cómo va a desarrollar su vida, si continuará como si no hubiera pasado nada o extraerá consecuencias estratégicas para su nueva campaña vital.

«Los cuarteles de invierno eran demasiado cómodos y los legionarios se han vuelto perezosos€» Con esta premonición derrotista y fatal, Marco Licinio Craso, jefe supremo de las siete legiones romanas que marcharon a los confines del mundo para hacer la guerra a los partos y obtener la gloria, reconocía su derrota.

Al igual que aquellos Legionarios, de cómo aprovechemos este tiempo dependerá la suerte para las batallas venideras que, seguro, vendrán.