La información que se está dando por los medios de comunicación es incompleta, pero ello no obsta para que reflexionemos sobre ella. Con el ánimo de no alarmar, se dirá que no se prodigan los datos innecesariamente pero ello no ayuda a entender lo que está ocurriendo. Por ejemplo, se dice sin facilitar el desglose de cifras, que la incidencia según la edad afecta en un 75% a mayores de 70 años, pero siendo esta una de las características principales de la pandemia no se desglosan los fallecimientos por tramos de edad.

Otro aspecto importantísimo, y sí muy comentado, es que no hay prácticamente detección precoz de la infección, pues ésta es asintomática y por ello el vector de contagio campa a sus anchas sin más límite que el contacto entre las personas. Hay por ello una incapacidad absoluta de aislar los vectores de contagio y por ello los gobiernos han tenido que adoptar la medida extrema del aislamiento de la población en sus casas.

Mientras esta medida no se adoptó la plaga aprovechó las concentraciones humanas para expandirse, y utilizó como vectores de transmisión a todos aquellos que participaron en concentraciones multitudinarias o en su actividad tuvieron contactos físicos interpersonales.

El aprovechamiento de las concentraciones humanas tiene que ver con la disposición en el territorio de la población. Para entender esta variable debemos considerar el cálculo de la compacidad y la concentración en la distribución de la población en aquel. Sobre ese particular cabe acudir a un estudio inédito realizado a propósito del Seminario Internacional "La construcción del territorio" en Valencia en el año 2000. Ese estudio pretendió afinar la comparativa entre las grandes urbes de Madrid y Barcelona y la Comunidad Valenciana. Concluíamos entonces que, a magnitudes de población de similar orden, ésta se concentraba dos veces más en Cataluña que en Valencia y seis veces más en Madrid. Es decir que la concentración de Madrid era tres veces la de Barcelona y seis veces la de la Comunidad Valenciana. De esto sacábamos entonces consecuencias interesantes como el valor del paisaje periurbano o rural, tanto por su mayor accesibilidad cotidiana como por su diferente valor en las culturas locales.

No cabe duda que aun dentro de espacios muy compactos las circunstancias de uso intensivo de los espacios públicos agudizan aún más las posibilidades de contagio, al propiciar la cercanía física de las personas. En ese sentido si comparamos las actividades públicas en las tres ciudades antes mencionadas durante el periodo de tiempo que media entre el 15de febrero de 2020 y el 15 de marzo, nos encontraremos con notables singularidades en Madrid y Valencia, muy propicias a la transmisión vírica cuyas características estamos analizando. Tanto las manifestaciones y actos políticos como los festivos, caracterizaron particularmente ese tiempo en estas dos ciudades muy por encima del caso de Barcelona.

En otro orden de cosas, la medida urbanística de la interrelación de las actividades es una medida bien estudiada para la delimitación de ámbitos de influencia metropolitana. Las denominadas áreas funcionales resumen ese diagnóstico, permitiendo valorar la intensidad de la influencia de los núcleos de cabecera de dichas áreas. En ese caso, ésta también es una medida de referencia si queremos tener en cuenta como la ocasión que esas relaciones metropolitanas propicia el contacto físico de las personas.

Sobre la base de estas consideraciones previas cabe analizar las características que muestra el análisis estadístico de los datos recabados en las publicaciones oficiales, y recogidos en los medios de comunicación de los últimos ocho días. No nos anima una voluntad de precisión cuantitativa, sino la determinación de unas proporciones siquiera aproximadas sobre un fenómeno complejo que será objeto de análisis científico riguroso en el futuro. Se trata de los días 48 a 55 de expansión de la pandemia contando con que el momento de inicio lo marcó el primer caso detectado en territorio nacional que ocurrió el 31 de enero. Son por ello datos que están reflejando un tiempo de evolución de la pandemia libre de condicionamientos, pues los contagios en el caso de fallecidos y curados en esta muestra se produjeron con anterioridad a las medidas de confinamiento de la población.

De los datos se puede deducir la enorme regularidad de las cifras y las proporciones. Nada impide el camino del virus en la cadena de contagios y por ello los valores son enormemente constantes en sus proporciones. Así sabemos que los casos detectados se incrementan con pasmosa regularidad incrementándose entre un 16 y un 17% cada jornada. Lo que significaría que cada cinco días se constata el desarrollo de la afección en el doble de personas y algo más. Se supone que sin restricciones el número de asintomáticos puede muy bien duplicar esa cantidad y crecer en la misma proporción lineal.

También se puede constatar la enorme regularidad de los fallecidos y curados que son a la postre el colectivo que "ha pasado la enfermedad". En este caso aún se detecta mayor regularidad ya que poco más del sesenta por ciento se curan, y casi el cuarenta por ciento no logran superar la enfermedad. Si a ello añadiéramos la asimetría de las franjas de edad afectadas que desarrollan la enfermedad, es más que probable que esa asimetría también se produzca en los asintomáticos pero al revés. Es decir, que la mayor parte de los contagiados que no desarrollan o tardan en desarrollar la enfermedad sean jóvenes. Eso explicaría que entre las primeras medidas de los gobiernos se haya producido el cierre de los establecimientos de enseñanza, desde los colegios a las universidades. En ello se reconoce el carácter gregario del primer tramo de edad, tanto en los hábitos de actividad reglada como en los de ocio y participación en actos festivos. El retraso en la adopción de una medida explícita de cierre de las universidades ha jugado muy probablemente a favor de la transmisibilidad del virus. Ello, además, en un escenario de contagio masivo de los jóvenes, protagonistas sin duda de las concentraciones de personas en actos de índole política en Madrid y adicionalmente festiva en Valencia, en un estadio avanzado de la epidemia.

El hecho diferencial de los valencianos respecto a Madrid y Barcelona puede explicar que la proporción de los casos en la Comunidad Valenciana se haya situado, en la muestra analizada, siempre por encima en mortandad que el caso de Barcelona y ello pese a que en Barcelona se duplica la proporción de los casos respecto a aquella relativa a la concentración de la población. Hubo más ocasiones de transmisión probablemente en Valencia. Los datos se sitúan muy a distancia de lo que correspondería a aquellos valores de compacidad y concentración a los que aludíamos al comienzo de este escrito: la proporción 1/2/6. Resulta curioso que si comparamos los valores absolutos de personas con síntomas y los proporcionemos en las tres comunidades veamos que en ese caso la desfavorecida es Barcelona como hemos dicho. Debemos tener en cuenta que a principios del siglo se compararon datos referidos a las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona con la totalidad de la Comunidad Valenciana y ahora se trata de datos relativos a toda la Comunidad de Madrid, Cataluña y la Comunidad Valenciana, pero no es esperable una variación substancial en los datos de la distribución poblacional en el territorio, en las proporciones generales, aunque se trate de ámbitos algo distintos.

En todo caso, a los efectos de este análisis sí que parece clara la posibilidad de atribuir a las circunstancias excepcionales de las aglomeraciones de población la situación atípica de la Comunidad Valenciana en cuanto a la mortandad en el lapso de la muestra analizada, aunque el vínculo sea indirecto. El error de mantener a ultranza y hasta el último momento los actos falleros y de no cerrar los centros educativos con anticipación, ha jugado quizá un papel relevante en esa acusada mortandad que se ha producido en la Comunidad Valenciana en el periodo analizado y que testimonian las cifras de la muestra. La evolución de la pandemia ya en situación de confinamiento tenderá a igualar los datos y sus proporciones en los distintos territorios y hará más difícil la observación de estos correlatos entre actividad en el espacio público y expansión de la infección.

Por último, podemos hacer una lectura aproximada de la relación entre la expansión del virus, la densidad de la distribución territorial de la población y los datos publicados sobre la evolución de la pandemia. En este caso, lo que sorprende es comprobar cómo las Comunidades con una densidad poblacional más baja (inferior a treinta habitantes por Km2 ) que son Aragón, Extremadura, y las dos Castillas, presentan índices de mortandad inusualmente altos en especial en las tres últimas. No resulta fácil explicar el caso de Extremadura, pero sí parece fácil establecer una relación entre la influencia metropolitana o de centros industriales y de intercambio y estos datos paradójicos. Desde luego la singularidad de Castilla La Mancha nos invita a estudiar los flujos de población residencia / trabajo entre esta Comunidad y la de Madrid, así como la situación de las segundas residencias que pudieron motivar desplazamientos desde el foco central de la infección. Quizá en ello esté la explicación.

Mientras tanto solo cabe confiar en que las dos vías de ataque a la pandemia que son el aislamiento y la detección temprana de los portadores asintomáticos mediante análisis, puedan darnos armas con las que luchar contra esta lacra. Lo que sí parece seguro es que en el debate sobre la ordenación del territorio después de la pandemia, algunos tópicos de los últimos tiempos sobre la ciudad compacta y continua versus la ciudad dispersa, y sobre los equilibrios en el uso y producción de la energía van a tener que revisarse. Pero de ello hablaremos más adelante, ahora solo cabe afrontar nuestro destino sin dejar de pensar, porque luchar contra la ignorancia es lo mejor que podemos hacer.

*Profesor titular Departamento de Urbanismo. Universidad Politécnica de Valencia

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