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Como en el salvaje Oeste

Con música de Sabina de fondo esto suena mucho mejor: diecinueve días y dieciocho noches viendo por la ventana cómo pasan los coches -ayer contamos cinco en un minuto, en una calle por la que sin coronavirus pasarían doscientos-, cómo algunos vecinos sacan a sus mascotas hasta la esquina más próxima y cómo otros muchos, los que más, con mascarilla y guantes, tiran de pesados carros de la compra. Pero bueno, lo que más nos importa está de puertas adentro. Selva y Mikel madrugaron un montón, como siempre. Empezamos la jornada por el desayuno: ahora Selva ha cambiado la taza de cacao con leche por un trocín de queso con unas nueces y una manzana. Mikel es más clásico.

La primera crisis de la mañana llegó con la lavadora, que, por cierto, usamos ahora más que nunca: se rompió el tubo de desagüe. Vicen, que es el encargado de la colada, hizo lo que pudo con el pedazo de tubo corrugado que quedó indemne y salvó la operación. A ver mañana? Sin tiempo a digerir la pequeña avería, la segunda crisis: Selva no quería hacer fichas del cole. Poco a poco la convencimos y trabajó bien durante un buen rato. Y para no perder la racha, la tercera: el micrófono del teléfono móvil, que llevaba semanas dando señales de afonía, decidió apagarse para siempre. Digo yo que, con todo esto, la tarde podría ser de buenas noticias...

Pues no. Mikel ha decidido que con el cambio horario prescinde de la siesta. Esto significa que a las siete de la tarde refunfuña hasta por ver a su sombra. Selva jugó lo que pudo: primero al dominó, más tarde pintó una mandala haciendo series de colores y luego sacó una tienda de campaña india que llevaba tiempo cerrada. La que se lio entre los hermanos a cuenta de esta tela con palos no lo han visto nunca en el Salvaje Oeste, doy fe. Luego se tranquilizó la cosa. Mikel y Selva se amigaron haciendo carreras, y la paz duró lo que es de esperar.

A las seis conectamos a través de una aplicación móvil con las profes de ballet, que ahora ofrecen las clases online. Durante una hora la peque estuvo entretenida mientras movía los músculos y los pompones de bolsa de basura azul al ritmo. Entre todo esto a mí me tocó teletrabajar, y francamente no es nada sencillo. Miré varias veces el reloj deseando que fueran las ocho, la hora de aplaudir. Llegó el momento. Salimos a la ventana. Hacía un frío que cortaba la nariz. Dimos unas palmadas, silbamos y nos guardamos en casa. Selva y Mikel cenaron y se fueron a dormir, a por la noche que antecede al día veinte en casa.

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