Soy docente, con perdón. La Sanidad -y con razón- se revaloriza en la era Covid-19. Otras profesionales, cotidianamente «invisibles», también reciben aplausos -muy merecidamente- desde las balconadas. Otra cosa somos el profesorado; como bien saben, la sombra escéptica cubre nuestra labor porque trabajamos poco y tenemos muchas -muchísimas- vacaciones, muy inmerecidas. Por fin se toma conciencia de los derechos sociales, de la incuestionable necesidad de la cosa pública, priorizando lo irrenunciable sobre lo prescindible. Miren si no el cuestionamiento de la monarquía: ¿para qué sirve Felipe VI? «Confía en el tiempo que suele dar dulces salidas a amargas dificultades», dice El Quijote. A ver si el Covid-19 nos trae la III República 2020 y decimos también aquello de «no hay mal que por bien no venga».

Maestras y maestros afanados en demostrar su infatigable entrega a la educación hegemónica. Si ahora toca la modalidad on line, ¡al ataque! Hay que rellenar las horas de aislamiento y quien esto firma entiende la misión conjunta entre Sálvame y la docencia virtual: entretener al personal.

Tengo compañeros cumpliendo a rajatabla su estricto horario lectivo. Siguen sin entender que el Covid-19 reclama otro orden mundial. El planeta se va al garete y ahí les tienen fieles a sus costumbres neuróticas. Hay mucho psicópata con mando y órdenes. Pero también abundan legión de docentes que acatan estúpidas consignas, movidos, supongo, por inseguridades, complejos, frustraciones, neuras y temores irracionales. Hace días me decía Rosa Montero que está revisando ya su próxima novela: «me cuesta leer y concentrarme», asegura. Una prueba de calidad humana, de conexión con el dramático escenario Covid-19, de vulnerabilidad profundamente empática y solidaria. En cambio, el profesorado -instigado por instrucciones muy poco animosas y sensatas- finge una absurda normalidad como si no pasara nada. Por cierto, ¿alguien piensa en el alumnado sin ordenador, sin Internet y/o sin familia de soporte para este aprendizaje digital?

A mis camaradas en el gremio, sugerirles estas «instrucciones para salvar el mundo» (deliciosa novela de R. Montero, por cierto): sigamos educando desde parámetros humanos acordes al presente; 1) leer un libro, o dos, o tres, también es educación; 2) no saturemos con tareas absurdas, prioricemos y que sean atractivas; 3) ténganse en cuenta que hay criaturas sin ayuda familiar; 4) mantener a rajatabla el inhumano horario lectivo es insensato, si un día estudian dos horas, la vida sigue igual; y 5) construyamos espacios de reflexión, diálogo, divertimento. ¿Usted, lectora, sigue su rutina? En mi caso he transmutado valores, tiempos, espacios, preferencias. ¿Y los estudiantes? El sábado fui al teatro La Latina de Madrid a ver on line a Lolita Flores y su Fedra. Estuve en un un concierto de mi amigo Emilio Solo, en directo desde su casa de València. También en una conferencia de Lucía Etxebarria. Debatí en Facebook sobre feminismo y la indigna sentencia en el «caso Arandina». El jueves 5 de marzo impartí mi última conferencia. Suspendimos para el 6 la de mi amiga Karmele Marchante. Ya no tengo agenda a la vista. No importa. Esta es otra dimensión y hay que reinventarse. Otros, como los docentes, mantienen el delirio.