Si algo nos ha enseñado el coronavirus es que debemos ser capaces de anticipar nuestra respuesta, tomando como referencia a los países que nos llevan semanas en esta lucha. De no hacerlo así, el Estado volverá a caer en los fallos de improvisación e ineptitud que han caracterizado la gestión de esta crisis.

Todos tenemos claro que el objetivo inmediato es frenar la pandemia en España, pero una vez conseguido, el siguiente escenario es absolutamente desalentador. Pasaríamos del confinamiento personal al colectivo, manteniendo indefinidamente bloqueado el normal tránsito de personas y fijando controles férreos de posibles contagiados en lugares públicos y empresas. En definitiva un estado de alarma de baja intensidad, pero permanente en el tiempo, que incidiría todavía más en nuestro sistema económico.

Eso es lo que está ocurriendo en China tras el confinamiento, pero me niego a creer que ello puede extrapolarse a un país sustentado en el turismo y cuya seña de identidad es la hospitalidad. Nosotros no somos ni podemos convertirnos en China, y para evitarlo, nuestros gobernantes deben ser capaces de anticiparse a los efectos de este virus de la tristeza.

Los héroes de esta guerra invisible visten hoy con bata blanca, y deben de seguir siéndolo, invirtiendo a nivel nacional e internacional todo lo que sea necesario para encontrar un tratamiento que derrote al COVID19 y una vacuna que lo prevenga.

Además, y a largo plazo, resulta imprescindible que tomemos nota del sistema de producción que tenemos y la insolidaridad de una Europa que no nos sirve. España debe crear las estructuras productivas básicas y autosuficientes para soportar una pandemia de este tipo en el futuro. Necesitamos un sector primario potente y protegido, junto con una industria propia que no dependa de terceros países para producir cosas tan esenciales como mascarillas, batas y geles. Esa ha sido la gran diferencia en nuestra capacidad de reacción, ya que mientras nosotros hemos tenido que recurrir a la vorágine de los mercados para encontrar determinados productos, otros simplemente tuvieron que apretar un botón y ponerse a cubrir esas necesidades.

Si siempre hemos reclamado altura de miras para nuestros representantes políticos, ahora es el momento de hacerlo con más intensidad, poniendo al frente de las instituciones a aquellos que estén más capacitados. No sólo tenemos que resolver lo inmediato, sino que debemos fijar las bases de un futuro a crear entre todos. Me niego a aceptar que nuestros hijos e hijas van a tener que acostumbrarse a un mundo gris, triste y donde una mascarilla nos tape nuestra sonrisa y nos impida dar un abrazo.