Es curioso observar como un enemigo microscópico y muy contagioso es capaz de demostrar lo vulnerable de la vida humana y lo frágil del sistema económico nacional, internacional y mundial. Ahora, en primavera, te encuentras con tus vecinos, casi todos los días, en las ventanas, en los balcones, en la panadería, en los comercios y al tirar la basura; observas cosas que las prisas y la vida acelerada no te dejaba ver: la necesidad de relacionarte y compartir experiencias de una cuarentena; ya sabemos todos que no hay heridas que no cure el tiempo, ni sufrimiento que dure una eternidad. Más de una semana confinados y nos parece una eternidad€y pensamos qué serían las guerras mundiales comparadas con nuestra situación actual. Por todo eso, celebramos la vida todos los días. Reímos, sonreímos y bromeamos con lo que nos toca hoy.

Ya hemos descubierto que los virus campan a sus anchas en este mundo globalizado, y que no conocen razas, países, continentes, ni fronteras. La ciencia y los avances tecnológicos del planeta son excepcionales y de un crecimiento vertiginoso; los seres humanos avanzamos pero más lentamente, y a pesar de colaborar y cooperar intensamente, las desigualdades persisten. Sumamos inteligencia y pasión colectivas, porque sabemos que nadie se salva solo, que la vida es frágil, hay que protegerla de forma colectiva y que la salud es un derecho universal, más allá de los mercados, del crecimiento económico y de la competitividad. El bienestar no llega a todos, por eso tenemos que cuidar esta civilización y colaborar en crear una sociedad altruista.

Estos días lo vemos en cada comunidad de vecinos, en cada barrio, en cada pueblo, en cada ciudad, todas las personas comprendemos que las relaciones "nos curan la angustia y la incertidumbre del momento", y compartimos esperanzas con futuro y paseos con mascotas. Somos buena gente, y queremos ser buenas personas; descubrimos el carácter amable, generoso, benévolo, vital y cívico de todos nosotros. Es real. Ya lo decía Gandhi "la diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer bastaría para solucionar la mayoría de los problemas del mundo".

Desear el bien, hacer feliz a la gente y poner el bienestar humano como motor de nuestra convivencia, es una manera de reconciliar las necesidades y las expectativas de las personas para prosperar en su vida y en la de todos. La prioridad de nuestros pasos la marcamos todos: es el bienestar. Nacimos vulnerables, crecemos, enfermamos, envejecemos, pero siempre salimos adelante; toda nuestra historia está llena de tropiezos y caídas, pero siempre resurgimos, siempre miramos hacia delante.

Nacen numerosas iniciativas colectivas, muy creativas e imaginativas, que nos recuerdan que somos un ser social y que sirven para potenciar la red de apoyos de los barrios, hacia las personas más vulnerables. La ciudadanía está ejerciendo las actividades de desarrollo de las comunidades vecinales, de una forma espontánea: empoderarse y trabajar en red, y así nos alejamos del paternalismo, y favorecemos la participación y los cuidados informales para ganar salud a nivel local. Ya lo decía Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998, Primero la Gente. La revolución de los balcones y sus aplausos, son algo más que un símbolo y un reconocimiento, son el camino para la reconstrucción de la red doméstica y comunitaria de los barrios y de los pueblos. Todo esto ya aparecía en la 1 ª Conferencia Internacional de Promoción de Salud (Ottawa 1986) y aparecía como un desarrollo de las habilidades personales, un refuerzo de la acción comunitaria y sobre todo la creación de ambientes favorecedores de salud. Pasó el tiempo y se perdió; hoy la solidaridad y el altruismo lo quieren recuperar. ¿A qué hemos venido a este mundo si no es a ayudar a los demás? Cuidar y proteger a los frágiles y a sus cuidadores. Por eso y por más cosas, el altruismo es poderoso.

* Ex-Presidente de la Societat Valenciana

de Medicina Familiar i Comunitaria