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Julio Monreal

Adaptarse en tiempos de virus

La revolución ha empezado ya. La pandemia no solo va a cambiar la mirada hacia un sistema sanitario de garantía o hacia las comodidades que se disfrutan en casa de cada uno sin que muchos lo hubieran descubierto. Va a cambiarlo todo.

El coronavirus avanza con sus implacables cifras de víctimas mortales, personas contagiadas, cientos de miles de parados por la interrupción de la actividad económica y otras tantas circunstancias trágicas o desgraciadas. Los números dejan a uno inerme ante una inmensidad contra la que se intuye que poco se puede hacer. Pero no es así. En esta pandemia se puede ser persona aplastada y negativa tipo «vamos a morir todos»; espectador temeroso pasivo tipo «por Dios que esto pase pronto» y, por último, persona positiva que quiere pelear tipo «esto no va a poder con nosotros».

La renovación tácita del estado de alarma hasta al menos el 26 de abril va a tener un efecto inmediato y directo sobre este último grupo, que se va a multiplicar. Además de los sanitarios, fuerzas de orden público, trabajadores de limpieza, agricultores, empleados de la cadena de distribución alimentaria, de la rueda de los medios de comunicación y de algunos otros colectivos que la crisis ha señalado como esenciales para la sociedad en estos momentos, el resto del tejido productivo se devana los sesos para hacerse con un lugar al sol en esta pandemia.

El llamamiento del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y de otros responsables políticos y económicos valencianos, como el conseller de Industria, Rafael Climent, (ayer en estas mismas páginas) o el líder de la patronal, Salvador Navarro para que las empresas valencianas se adapten y se vuelquen en atender demandas sociales de emergencia que aún hoy se cubren con barcos y aviones procedentes del Oriente lejano está surtiendo efecto. ¡Hasta la renqueante Marie Claire fabricará en Castelló mascarillas y batas para el personal sanitario y de emergencia!

Las aparadoras de calzado de los valles del Vinalopó fueron la punta de lanza de la adaptación. Un mes después de estallar la crisis en toda su crudeza se cuentan por cientos los talleres y las empresas que han adaptado su maquinaria y su actividad a las nuevas demandas: trajes de protección, respiradores, geles desinfectantes, alcohol... Hasta los departamentos de las universidades y los arquitectos de la demarcación de Valencia hacen inventario de sus impresoras de tres dimensiones para que sean usadas en la elaboración de herramientas y útiles contra el covid-19.

La sociedad valenciana ha dado innumerables muestras de adaptación a condiciones adversas y a oportunidades abiertas. Haber sido parada y destino de muchos y diversos pueblos a lo largo de la historia ha dotado a esta tierra y a sus habitantes de un espíritu abierto a los cambios, a los riesgos, a la iniciativa y al emprendimiento. Ese caudal, bien canalizado, impulsado y respetado por las instituciones, es un capital que vale su peso en oro en estos momentos.

En el marco de la pandemia, no solo la solidaridad mueve estos nuevos engranajes económicos movilizados en una sociedad en la que el mercado no es que lo sea todo pero es la mayor parte. La necesidad es el principal motor de la imaginación. Si una pequeña empresa fabrica pantallas de protección para personal de emergencia continuará abierta, en actividad, con sus empleados cotizando a la Seguridad Social y con las hojas de pedidos repletas. En cambio, si sus propietarios o gestores se han apuntado a los grupos primero y segundo descritos hace unas líneas, la persiana caerá hasta que el virus se marche y su personal engrosará las listas de desempleados y peticionarios de las ayudas oficiales, con un horizonte incierto de reapertura. En tiempos de crisis global, el mercado es implacable y no hace prisioneros.

Un informe de impacto económico y escenarios de consumo ante la pandemia, difundido estos dias entre empresarios y operadores comerciales avanza las fuertes transformaciones que van a producirse como consecuencia de la crisis, cuando empiece la recuperación. Según sus previsiones, después del acopio de comida envasada, congelada, productos básicos como arroz, aceite, leche o agua embotellada de las primeras semanas de confinamiento (con los añadidos de geles, toallitas y papel higiénico), la prolongación de la estancia en el hogar va a incrementar la adquisición de bebidas alcohólicas, conservas, ingredientes para cocinar, ropa de casa y prendas íntimas y vestuario y útiles para practicar deporte en el domicilio. Mientras la ciudadanía toma conciencia de que la hibernación va para largo decrece su interés por los platos preparados, el papel higiénico, la lejía ¡y las mascarillas!

Los expertos señalan que el mapa de gasto de las familias se ha transformado por completo durante el confinamiento, en unos casos por voluntad propia y en otros por fuerza mayor. Sube la cuenta de alimentación por el acopio, desaparece la asignación a enseñanza, ocio, sanidad, automoción, restaurantes, y viajes; baja la compra de ropa y se incrementa el ahorro de quienes de momento no han perdido poder adquisitivo. Cuando pase la crisis, la alimentación volverá a su nivel anterior y todos los demás gastos se recuperarán, aunque desviando un cierto margen hacia el ahorro para hacer frente a imprevistos, pero solo hasta que se olvide la crudeza de esta pandemia.

Además de los cambios más o menos duraderos en la adquisición de bienes de consumo, se avecinan variaciones estructurales: el virus va a reforzar toda la venta por internet y con ella la logística, con la proliferación de almacenes en las ciudades; va a generalizar los servicios de recogida y entrega sin contacto (lo que ahora se hace con el ascensor vacío por miedo al contagio) y va a reducir el número de tiendas físicas, dando paso a establecimentos que se van a digitalizar tanto con mostradores robotizados como en medios de pago, en la línea de limitar el contacto entre las personas. Los servicios a domicilio de cocina y belleza van a vivir una época dorada y los precios van a experimentar una mayor homologación, fruto de la generalización de la consulta digital.

Tras tomar conciencia de la vulnerabilidad y la excesiva dependencia de los mercados exteriores, los expertos auguran unas cadenas de producción más cortas y menos globalizadas, mayor consumo de productos de proximidad por la mayor seguridad y el menor riesgo de la mercancía, y también un mayor empleo de la analítica avanzada, a fin de establecer con mayor precisión los modelos de demanda.

Mención aparte merece el peligro de un paso atrás que los especialistas predicen en políticas de sostenibilidad y respeto al medio ambiente, en especial en el empleo de plásticos. En Estados Unidos la poderosa industria del sector ya se ha puesto a trabajar con intensidad para rescatar de la prohibición los envases y utensilios de un solo uso. En tiempos de infección, la sociedad tiende a ver bolsas y receptáculos de varios usos como posibles focos de contagio, y asocia la fugacidad a la limpieza. La pandemia parece haber detenido en seco conciencias y prácticas que empezaban a asumir de buen grado los objetivos de desarrollo sostenible fijados por la ONU en 2015. Las prioridades, es cierto, son otras ahora, pero el planeta es el mismo y continúa igual de amenazado que antes de aparecer el coronavirus. Habrá que emplear algunas armas, aunque se guarden otras, para dar también esa batalla de forma simultánea, y buscar fórmulas desde la Administración, la universidad, las empresas o la ciudadanía organizada para que la lucha contra la pandemia no vaya en detrimento del espacio avanzado en favor de la sostenibilidad, ahora que la sociedad empezaba a abrazar el código de Naciones Unidas.

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