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La ventana

Pues sí, maldita sea

Nuestra hija tenía pasaje para aterrizar el Viernes de Dolores, pero ni el aeropuerto vuela ni el jueves o el sábado los dolores son menos. El calendario este, que en ese sentido no hace distinciones.

Como me lo pide el cuerpo, déjenme que les diga. Necesitaba verla desde la última vez y, mirándola a los ojos, dejar atrás los desencuentros a los que nos conducen lo parecidos que aseguran que somos, en el afán de señalarle cuánto la quiero. Una barbaridad. Y en lugar de encaminarme a la terminal aquí estoy haciendo eso que tanto me gusta, escribir, maldita sea.

La peque es una treintañera de armas tomar que sigue a la conquista íntima del mundo que siempre deseó explorar. Vive en plena naturaleza a las afueras de Montauban, ciudad donde junto a los restos de Azaña quedó enterrado el futuro que el pueblo eligió, precedente desgarrador de ese porvenir que en el siglo que recorremos nadie sabe adónde nos conducirá. Ni que decir tiene que, de momento, a una inflación de videollamadas. Al igual que el primogénito, la niña está absorbida por el teletrabajo. Si ellos que han sido los que siempre nos han resuelto las fatiguitas con el chisme andan sobrepasados, ¿qué será de las criaturas analógicas? Asomados a las ventanitas arranca la única cita posible. A alguien se le ocurre hacer mención al desprecio de los países del norte y la niña salta como un resorte para señalar que es el mismo que se ha tenido incluso desde el sur con los procedentes de África. Ya les digo que no es fácil. Añade que acaban de llamarla del voluntariado por el que anduvo en Myanmar para ver qué tal se encontraba y que se ha contenido a la hora de preguntar por el corona porque son tantas las penurias a las que se enfrentan que tiene sus dudas de que fuesen a notarlo.

Ni siquiera da lugar a decirle lo que siento que no pueda venir a estar con sus amigas porque nos ha puesto tarea para la próxima como contar historias en positivo. Ya ven que no hay quien la detenga. Ni el el teletrabajo puede con ella. Solo el padre a veces. Y no sabes cuánto me pesa, jamía.

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