"Cuando es urgente, ya es demasiado tarde." (Charles Maurice de Talleyrand)

Y de repente la administración se hizo electrónica. No ha hecho falta que se cumpla el plazo que estaba eternamente prorrogado. "Sólo" ha sido necesaria una terrible pandemia, una crisis vírica sin precedentes en la era moderna que nos obliga, evidentemente, a quedarnos en casa. ¿A quién? Prácticamente a todos, tanto a los empleados públicos "de oficina", que ahora deben teletrabajar, como a los sufridos contribuyentes, que ahora están llamados a teletramitar.

Claro que esto puede plantear dificultades si, como es el caso de muchas organizaciones públicas, no se han movido con anterioridad para hacer posible que estas relaciones laborales y administrativas se produzcan de forma telemática, algo difícil de justificar en 2020. Teles es un prefijo griego que, como bien sabemos, significa «a distancia». Operar con la Administración a distancia es una obligación que tienen algunos, especialmente las empresas. Pero sobre todo es un derecho, uno que en teoría tiene la ciudadanía desde que así se estableció en una Ley de 2007. Hace trece años, sí. Pero no hablamos sólo de presentar una instancia a través de una sede electrónica, sino de todo tipo de relaciones. En efecto, qué duda cabe de que la tecnología permite tele operar en el sentido amplio, por lo que se pueden realizar desde casa gestiones administrativas como presentar todo tipo de escritos, pagar, cobrar, comunicarse, reunirse, firmar, recibir notificaciones electrónicas, licitar, inscribirse en procesos selectivos€ Si se asegura la accesibilidad y el buen funcionamiento de las plataformas y herramientas, la fiabilidad de los certificados que se utilicen (¿para cuándo una apuesta mucho más rotunda por la identificación electrónica sin firma?), y el cumplimiento de los esquemas de seguridad e interoperabilidad, no debería haber problema.

Esta crisis del SARS-CoV-2 (así es como realmente se denomina al virus, mientras que la enfermedad es el ya famoso COVID-19) nos ha obligado a parar, a pensar e, inmediatamente, a reaccionar. Ojalá en lugar de defender tanta prórroga y vacatio legis de las Leyes que nos invitaban a funcionar mejor, en la Administración nos hubiéramos puesto las pilas mucho antes. En este momento mecanismos como el teletrabajo, las videoconferencias o la tramitación por sede electrónica estarían implantados y con esta crisis simplemente verían aumentado su número de usuarios. La dramática situación por la que atravesamos ha evidenciado más que nunca las patologías y carencias que venían arrastrando las organizaciones públicas. Pese a todo, y aunque es triste que la causa sea la que es, los últimos acontecimientos suponen un impulso sin precedentes de los mecanismos y trámites propios de la administración electrónica. Por otro lado, no es menos cierto que muchas medidas se han tomado deprisa y a la desesperada, y tras la crisis habrá que ver hasta qué punto son válidas y susceptibles de ser consolidadas.

Pero hace tiempo que la administración es o debía ser electrónica y, evidentemente, los medios electrónicos son telemáticos. Precisando al máximo, cabe decir que los medios telemáticos son siempre electrónicos, si bien no todos los medios electrónicos son telemáticos. En todo esto hay un detalle importante: cada actuación electrónica deja su rastro. La administración electrónica es más legal, más transparente y más eficiente. ¿Por qué hemos tardado tanto en abrazarla? Implantar la tecnología en el corazón mismo de la Administración, abordando los oportunos cambios organizativos, utilizándola como la herramienta principal (casi única) de su funcionamiento, y poniendo al mismo tiempo el acento en la transparencia, la accesibilidad, la agilidad y la simplicidad, era lo más importante que tenían que hacer las entidades públicas en los últimos años. Quizá hasta ahora no se ha considerado urgente o conveniente, y por eso hemos ido acumulando cosas que sobran; no sólo papeles, sino también burocracia, ineficiencia, corruptelas y otras malas prácticas, y perfiles funcionariales totalmente obsoletos. En relación a esto último, no cabe duda de que cuando llegan las vacas flacas se acentúan más que nunca las diferencias entre empleados públicos insustituibles como los sanitarios (excelente), los que son y siguen siendo útiles (muy bien), y los innecesarios (prescindibles), que entre otras "virtudes" que les adornan están mostrando estos días unas habilidades digitales nulas para teletrabajar. Al menos estamos viendo qué es de verdad el servicio público. Y qué no lo es. Hemos visto estos días funcionarios, afortunadamente no muchos aunque sí muy nocivos, que no están prestando ningún servicio, y que ni están (ni tele están) ni se les espera, mientras que otras personas, no sólo médicos y policías sino muchas de ellas integrantes de la sociedad civil, profesionales como camioneros o trabajadores de supermercados o simplemente personas particulares que se han ofrecido a hacer cosas por los demás, sí están siendo, más allá de toda duda, un servicio público. Ha hecho más por el interés general estos días una persona mayor confinada que haya podido coser cien mascarillas en su casa, que algunos empleados públicos durante toda su vida. El concepto de lo público cambia a gran velocidad y desde luego el mayor uso de la tecnología no es, en absoluto, el único cambio que se va a producir en 2020.

Hay un punto de incertidumbre muy elevado en todo esto, pero mientras se disipan algunas dudas tenemos que lidiar con el problema más inmediato, el COVID-19, estando a la altura, como empleados públicos y como sociedad. Esta no es una simple época de cambios, es todo un cambio de época. No sabemos lo que nos deparará el futuro, pero sí que estamos en el punto en el que por fin lo urgente coincide con lo importante, por lo que queda meridianamente claro, por una vez, dónde tenemos que volcar todos nuestros esfuerzos. Hagamos buenas esas frases tan manidas, pero no por ello menos ciertas, de que "toda crisis es una oportunidad", o esa tan nuestra de "no hay mal que por bien no venga". Nadie pidió, evidentemente, que llegara el coronavirus, pero quizá de tanta desgracia podamos sacar cosas buenas. Es por tanto el momento de adaptarse a la situación, de mejorar en aptitudes y en actitudes, de desarrollar la resiliencia organizativa (junto con la individual), de automatizar tareas, de reducir la burocracia, de dignificar el servicio público. En definitiva, es el momento de asumir determinados riesgos y de seguir adelante, avanzando, desde la flexibilidad, la eficacia y la ética. Después de todo, "no son los más fuertes de la especie los que sobreviven, ni tampoco los más inteligentes. Sobreviven los más flexibles y adaptables a los cambios" (Charles Darwin).