Se vislumbra una epidemia de divorcios. Si aumentan drásticamente en épocas vacacionales, ¿que no pasará terminado el confinamiento? Oportuna ocasión para filosofar en tiempos revueltos. Sigamos. La pandemia ha desenmascarado patologías propias de un absurdo transitar vital; agudiza la «insociable sociabilidad» en tanto que, sin mascarilla, el capitalismo resulta insostenible. La Covid-19 fuerza a convivir a pelo y a traición. ¿Algún hombre permanecía en casa in saecula saeculorum? ¿Qué progenitores padecían todo el santo día a su insoportable progenie? ¿Y qué decir de la vecindad? ¡Inaguantable! Fulano en el balcón a las 20 horas: ¡Viva la República! El mengano de turno, vocifera: ¡Viva España, cabrón! La balconada deviene metáfora del delirio colectivo disimulado durante tantos siglos. El orden social apesta. La insoportable levedad del ser, en fin.

Su vida y la mía, todas, son una representación. Se descubre el pastel sin previo aviso. La psique humana no soporta tanta pesadilla para tan poca película. El reparto de papeles ha sido muy caprichoso. Un virus sin neuronas, pero con corona, ha escrito este guión inesperado, difícilmente grato para nadie, sea cual sea su clase o condición social. Esta ficción realista ha puesto en evidencia con quién te acuestas cada noche, a qué criatura pariste o quién es en verdad el vecino aparentemente discreto de al lado. La plaga neoliberal copaba la agenda de todo quisqui: trabajo, gimnasio, Netflix, birras con los amigotes, grupos de WhatsApp€ Entretanto, tus hijos berreando como cabras por el monte (quiere decirse en el colegio o instituto). Se ha desvanecido este espejismo capitalista. El confinamiento dificulta encontrarte con tu amante secreta, o excusarte gracias a las manidas reuniones de trabajo que sirven para un roto o un descosido. Ya no puedes ver la peli favorita mientras tu indomable hijo hace botellón en el parque. El infierno eres tú y los tuyos.

La máscara se desdibuja simétrica a nuestro estado de ánimo. Tal es la dimensión filosófica de esta inusitada convivencia. Un vecino machista le decía a su mujer que se fuera de compras: «si te multan pagaré gustoso la denuncia». Espíritu de confinamiento sin romanticismo. Ha llegado la normalidad sin avisar y la locura sacude cada casa. Si convives con quien amas, ¿por qué tanta tragedia? Nietzsche clarifica y responde: «Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca. -¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos». Evidente que se augura un drástico aumento de divorcios. Nada se sabe, por ahora, si uno podrá divorciarse de sus hijos e hijas. A buen seguro que los abogados trabajan en ello.