El día 1 de abril, en pleno confinamiento por el coronavirus, se conmemoraba el día mundial por la educación. Buen momento para recordar que la educación es responsabilidad de todos: sociedad, familias y la escuela. Y el valor que posee la escuela como motor de desarrollo personal y transformación social. Aportaremos algunas notas de reflexión al respecto.

En la década de los 60 del s. XX Coleman y colaboradores realizaron un famoso estudio en USA en el que se identificó que el rendimiento educativo se relacionaba fundamentalmente con el nivel socio-económico de las familias. Desde entonces, todos los grandes estudios evaluativos realizados hasta la actualidad han llegado a la misma conclusión, matizando que no sólo es el nivel socio-económico, sino también el cultural de las familias (NSEC), lo que marca la diferencia en los resultados finales en la educación.

A partir de estos resultados algunos políticos norteamericanos afirmaron que la escuela era como una «caja negra» en la que no se sabe qué ocurre, pero sale lo mismo que entra. Es decir, si una escuela atendía a niños de familias pobres y desfavorecidas, el resultado era, en el mejor de los casos, que los adolescentes concluyeran la educación obligatoria, pero que tendrían un nivel de vida en el futuro similar al de sus padres. Por el contario, si la escuela atendía a familias pudientes y con buen nivel económico y cultural, los adolescentes que salieran de la escuela tendrían un buen desarrollo personal, con buen nivel de vida. Entonces, ¿para qué sirve la escuela? Y, sobre todo, ¿para qué sirve dedicar dinero público para que vayan los pobres a las escuelas?

En respuesta a esta línea de investigación, otros investigadores educativos, desde diversas perspectivas, centraron sus esfuerzos en analizar qué aportaban en realidad las escuelas a las familias más desfavorecidas y qué formas de trabajo escolar permitían aportar mejores resultados. Se han identificado claramente factores de eficacia escolar y que la escuela tiene un gran valor para crear oportunidades de igualdad entre colectivos de diverso NSEC: es motor para el desarrollo personal y la trasformación social.

Asimismo, otros estudios pusieron de manifiesto el valor de la escuela. Uno muy interesante es el de Entwistle, Alexander y Olson de 1997. Pretendieron dar respuesta a la pregunta: ¿qué ocurre con colectivos de diferente NSEC cuando la escuela no actúa? Los resultados mostraron que durante las vacaciones las diferencias entre los de NSEC alto, medio y bajo aumentaban: niños de familias acomodadas seguían avanzando como en el periodo escolar, los de nivel medio no avanzaban o avanzaban menos y los de familias vulnerables incluso bajaban su nivel respecto al que tenían al acabar el curso anterior. Es decir, la actuación familiar, incluso en ausencia de la escuela, podía mantener los niveles educativos adecuados en los niños de familias de NSEC alto y medio; sin embargo, en los de NSEC bajo la acción familiar, normalmente deficitaria, no podía suplir la ausencia de la escuela. La respuesta es que, durante las vacaciones, cuando la escuela no interviene, las desigualdades aumentan, las niñas y niños «olvidan» una buena parte de lo aprendido, al no contar con el apoyo de sus familias (probablemente tienen buen apoyo afectivo, pero no se refuerzan los hábitos y los aprendizajes escolares).

En la situación actual, con el confinamiento, se necesita que buena parte de la actuación educativa deba estar apoyada por las familias. Hay que resaltar -y en otro momento nos referiremos a ello- que el profesorado -especialmente docentes desde Educación Infantil hasta Secundaria- están haciendo un gran esfuerzo para apoyar «la escuela en casa»: diversas formas de impartir clases, adaptando materiales, orientando tareas al alumnado, etc. Ellos son otros héroes a tener en cuenta en esta crisis. Se están reinventando para poder hacer funcionar una «escuela a distancia», cuando su formación y experiencia es para una «escuela presencial». Pero para que la «escuela a distancia» funcione las familias deben apoyar (motivando y reforzando los tiempos de estudio y atendiendo las dudas de los niños y niñas). Y eso será más difícil para las familias desfavorecidas.

Está bastante claro que familias con mejor NSEC están acompañando a sus hijas e hijos en el estudio, cuidando que ellos cumplan en casa con las tareas y actividades que se proponen desde la improvisada «escuela a distancia». Ello redundará en que la pérdida en el logro educativo de este curso sea menor que en familias que no apoyen la labor que los docentes van realizando mediante internet. En el colectivo de NSEC bajo podemos encontrar una casuística muy variada: desde aquéllos que no tengan ordenador o internet, aunque tengan teléfono móvil, hasta aquellos otros que, disponiendo de medios, aunque sea en peores condiciones que los de NSEC alto, no tengan padres con la formación o el tiempo suficientes para poder realizar ese acompañamiento a la labor escolar. Piénsese también en la cantidad de familias monoparentales que hay actualmente. Muchas mamás o papás comentan que «su casa sigue requiriendo una atención presencial», pero que dentro de ella ahora están también el tele-trabajo y la tele-escuela y atender todo a la vez es casi imposible, aunque tengan un buen nivel cultural.

Adicionalmente, según diversos estudios, la «brecha digital» no se da tanto en función de los medios tecnológicos que tengan en casa los de alto o bajo NSEC (aunque, sin duda, serán mejores cuanto más dinero se tenga), sino que la clave reside en que los de NSEC alto realizan un uso cultural y educativo más frecuente que los de NSEC bajo. Estos, aunque tengan también un móvil, lo usan, probablemente al igual que sus padres, en temas de entretenimiento más que en educación y cultura.

En esta situación, cuando se prevé que, en este curso, en el mejor de los casos, quedarán unas pocas semanas presenciales tras el confinamiento, es necesario pensar en soluciones compensatorias, no sólo para este momento, sino para incorporar en la práctica educativa cotidiana a partir de ahora.

Actualmente, en muchos casos se ha ido olvidando algo que fue una preocupación prioritaria en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado en la educación en España: fomentar la colaboración familia-escuela. En aquellos años, actividades como las Escuelas de Padres eran frecuentes. Sin embargo, esta idea se ha ido quedando, casi como un eslogan: «la educación es responsabilidad de todos». La concepción de la escuela como «servicio educativo» para algunas o bastantes familias se ha convertido en que la escuela es la única responsable de la educación. La sociedad ha ido cambiando y se dan muchos factores que dificultan conseguir este ideal de colaboración. La conciliación de la vida familiar y profesional en muchos casos es casi imposible y ello afecta más a familias de NSEC bajo, dado que no disponen de medios para «contratar a quien les sustituya en esa labor». Tendremos que aprender de esta situación. Y, entre muchas otras cuestiones, es necesario que nos impliquemos desde la investigación y evaluación educativas en estudios que aprovechen esta situación excepcional para analizar qué factores socioeconómicos y educativos pueden dinamizarse para que la escuela pueda ejercer su potencia transformadora: disminuir las desigualdades sociales.

Hace falta una mirada atenta desde una perspectiva de Cohesión Social, como planteaba el Consejo de Europa en el año 2000. Una sociedad que funciona con Cohesión Social es aquella que promueve el bienestar para todos los ciudadanos, de forma que éste, además, sea sostenible a lo largo de toda la vida, previniendo de la exclusión social; siendo conscientes de que la exclusión no sólo se debe a la pobreza, sino que pueden producirla otros factores. Todo ello se debe lograr desde una participación social responsable. Lo deseable, y en lo que nos deberíamos comprometer todos en España, es que la Cohesión Social sea el objetivo común para todas las políticas públicas de la España del post-coronavirus y que la educación realmente sea responsabilidad de todos.