Mucho se ha hablado de las soft skills, que en el mundo de la educación desde hace tiempo se vienen trabajando. Son habilidades transversales que marcan la diferencia entre los educandos. De todas ellas, en este tiempo tan excepcional al que asistimos, caben destacar tres: ser práctico, positivo y optimista, la resiliencia y la paciencia y la capacidad para aprender y adaptarse a los cambios.

La primera de ellas puede ayudar a nuestros alumnos a disponer de tiempo para organizar mejor sus tareas y ganar tiempo de estudio y a los docentes, para sumergirse en la perentoria tarea de estrenarse o mejorar su competencia digital (por otro lado, no demorable, para nuestros nativos digitales). El optimismo ayudaría a los alumnos a hacer suyo el «Esto lo paramos entre todos».

La resiliencia, por su parte, es la capacidad que tenemos de afrontar la adversidad y desde la Neurociencia se considera que las personas resilientes tienen mayor equilibrio emocional y soportan mejor la presión. Esto es tarea de los padres y educadores. La paciencia -según el Quijote, la madre de la ciencia- es la que los aprendices de científicos que tenemos en las aulas tienen que poner en práctica para encontrar la vacuna para este virus y para los que sin duda han de venir.

La última de todas, la capacidad para aprender y adaptarse a los cambios, es la que va a necesitar el alumnado de toda España para adaptarse a los cambios en su forma de aprender, que no es nueva, y que ya se viene realizando en las aulas, pero siempre con la presencia del docente, el que guía este aprendizaje, con más o menos acierto, que es algo que también habrá que sentarse a evaluar. Las soft skills son las que hacen madurar y crecer realmente al alumnado, las que requieren del trabajo del docente y lo que nos hace necesarios en la sociedad. Cuando todo esto haya pasado, la sociedad en general y los alumnos en particular, habremos extraído una gran enseñanza gracias a estas habilidades aprendidas que nos ayudarán a darnos cuenta de lo insustituible del docente, ya que desde que las nuevas tecnologías se han generalizado en las aulas, ha tenido que reinventarse y buscar su sitio. Para el alumnado millennial, que no se despega de su pantalla, ha pasado a un segundo plano. Quizás ahora la sociedad ayude al docente a recuperar su sitio.