No añado nada nuevo si digo que vivimos un tiempo repleto de incertidumbres añadidas a las que ya teníamos, pensando en cada instante cómo será el día después. Tampoco digo nada que nadie piense, al señalar se puede producir una depresión económica sin parangón y que Europa, por ahora, sigue en sus trece, o catorce, de autodestruirse.

Por eso mismo es necesario más que nunca hacer caso a Kant cuando pedía un uso público de la razón. Como decía el filósofo de Königsberg, el ejercicio constante de la crítica, en su forma pública, es la única manera en que una sociedad puede salir de su letargo y avanzar hacia mejores formas de progreso. Una cosa es la crítica razonada y otra la apelación de las emociones, una realidad que nos ha conducido a muchas conductas irracionales. Es poco racional convertir la discrepancia política en una mera búsqueda de respuestas emocionales. Esa es la salsa de los populismos, convertir al adversario en enemigo. Ahora nos damos más cuenta de que fueron irracionales los recortes (entre otros) en sanidad pública.

Sin pretender hacer una comparación de antaño con nuestra situación actual, sí que creo que la memoria histórica siempre es una buena consejera. Como aviso pertinente para nuestro tiempo conviene recordar de que la revuelta social estalla cuando se ha producido un descenso fulminante del nivel de vida. Y en las grandes crisis han solido salir airosos los demagogos. Pasó en la Atenas antigua, como cuenta el historiador Tucídides, cuya democracia se derrumbó a raíz de la Guerra del Peloponeso y un cambio de valores; pasó en la crisis del 29, con el ascenso los fascismos; pasó en la crisis de los Estados de bienestar que provocó la globalización, donde el neoliberalismo comenzó a dominar una cultura política y económica. Y, por último, la crisis del 2008 ha dado lugar a que la ultraderecha haya entrado en escena.

¿Qué ocurrirá en esta ocasión? La historia nos dice que hay que defender una nueva ilustración. Pues la razón ilustrada es crítica, pero desde la argumentación y no de los dogmatismos emotivos. Y en eso tienen mayor peso quienes acaparan mayores responsabilidades. Utilizar la razón es también escuchar bien, diferenciar los discursos demagógicos y no democráticos de los que sí lo son. Los bulos de la información seria. Un ejemplo es la solidaridad que se ha encendido en nuestra sociedad hacía el personal sanitario, sin olvidar otras experiencias ciudadanas. Dicha solidaridad es un sentimiento, sí, pero también tiene un gran componente racional, y cultural, ya que ha logrado transformar al gen egoísta que decía Hawkins. Aprovechemos este espíritu como un buen uso público de la razón, y para no dejar dar cabida a los flautistas de Hamelín que están esperando su momento.