La pandemia del coronavirus y el enorme impacto que ha tenido en nuestras vidas nos está dejando muchas enseñanzas a corto plazo. Una de ellas, que algunos ya intuíamos en un futuro más o menos cercano, es que la digitalización también ha dejado de ser una opción en el ámbito doméstico. Desde hace ya algunos años casi nadie duda de que en la actividad económica la digitalización es una necesidad imperiosa, tanto para la gestión de las grandes empresas y corporaciones como para el nacimiento y consolidación de proyectos más pequeños.

Sin embargo, después de esta crisis se ha hecho evidente que la digitalización también es una necesidad en prácticamente todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. En apenas unos días, un escenario que en nuestro entorno más cercano se asemejaría más a un guión de ciencia ficción se ha convertido en nuestra realidad.

Si hace unas semanas nos hubiesen dicho que nuestros abuelos iban a conversar con sus hijos y nietos por videoconferencia, que los vendedores de nuestros mercados, algunos de ellos al borde de la jubilación, iban a cobrar con aplicaciones instaladas en el móvil o que la tienda de la esquina iba a recibir los pedidos de sus clientes por whatsapp para enviárselos a domicilio, no nos lo habríamos creído.

También habríamos dudado de que muchas empresas y, por supuesto, la mayoría de las instituciones y organismos públicos pudiesen funcionar casi a pleno rendimiento con todos sus empleados conectados al teletrabajo, un término que hasta hace unos días era tabú para muchos empresarios y trabajadores.

No nos engañemos, la extensión del teletrabajo hay que replanteársela después de esta crisis por muchos factores: supone un enorme ahorro económico en desplazamientos, implica una importante reducción en las emisiones de CO2, mejora la productividad y la conciliación de los trabajadores, reduce la siniestralidad en las carreteras... En resumen, el teletrabajo puede llegar a ser fundamental en el cumplimiento de algunos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda 2030, entre los que se encuentran, no hay que olvidarlo en estos momentos, la lucha contra las epidemias y las enfermedades transmisibles y apoyar las actividades de investigación y desarrollo de vacunas y medicamentos.

La cotidianidad digital que impone esta crisis sanitaria nos ha permitido comprobar también que se puede vivir y trabajar prácticamente desde cualquier lugar, siempre y cuando exista una buena conexión. Desde luego, nos encontramos ante un factor determinante para combatir la despoblación que tanto afecta a muchas zonas del interior de la Comunidad Valenciana.

Con el impulso firme de las instituciones públicas y la apuesta decidida del sector privado podemos y debemos ampliar y garantizar la existencia de una red de telecomunicaciones que llegue a todos los rincones. De esta manera, podríamos demostrar que la incesante concentración de personas, de actividad económica y de ocio en las grandes urbes responde más a una tendencia global que a una necesidad vital, que se puede vivir con la misma calidad en un rascacielos que en una aislada casa de una remota pedanía.

Del mismo modo, debemos entender que en el mundo rural las conexiones digitales deben ir acompañadas, por cuestiones logísticas, de una buena red de comunicaciones y transportes.

También estas semanas estamos comprobando que actividades tan importantes como la educación, la formación, los servicios sociales e incluso la sanidad pueden desarrollarse, en gran medida, de una manera telemática. La crisis provocada por el coronavirus ha obligado a tomar medidas a toda velocidad, unas medidas que de un día para otro han afectado a millones de personas, pero de una manera planificada y ordenada se pueden implantar herramientas que amplíen las posibilidades de aprender desde casa o de recibir asistencia médica de manera telemática durante las 24 horas del día.

Esta digitalización forzosa nos ha demostrado que se puede vivir en cualquier parte desarrollando, prácticamente, cualquier actividad. En apenas tres semanas hemos creado un ecosistema digital cuyo funcionamiento se va perfeccionando con el paso de los días.

Para cuando todo esto haya pasado, una de las muchas lecciones que habremos aprendido es que la digitalización genera infinidad de oportunidades para el pequeño comercio, para las pymes, para los emprendedores, para los estudiantes, para nuestros mayores... En resumen, para las personas.

Pero la digitalización también es y será una herramienta imprescindible para la gestión de las ciudades. Como administraciones más cercanas a las personas, tengo muy claro que el cumplimiento de los ODS y de la Agenda 2030 sólo será posible a través de los ayuntamientos y el objetivo sólo se alcanzará de la mano de la transformación digital.

También es evidente que, en estos momentos tan complicados, para que la inmensa mayoría de nosotros podamos desarrollar nuestro trabajo y nuestra vida confinados en casa, otros están luchando en primer línea contra un enemigo invisible pero impacable. A ellos no puede sustituirles ni la digitalización, al menos de momento.