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A vuelapluma

Alfons Garcia

El final del túnel

Debe de ser que nos acercamos al final del túnel, porque la refriega política vuelve a ganar protagonismo frente a la curva de cifras y porcentajes. Tal vez debería escribir de las cosas raras que he hecho durante esta pandemia, pero me dejo llevar por la luz que empieza a aparecer. No deslumbra. Es más de lo mismo: el monótono desencuentro político de unos líderes que no consigo ver como personas maltrechas por la tragedia, sino como los mismos de antes, deslumbrados de ambición. Debe de ser la deformación del plasma y la distancia. Una de las lecciones de este extraño episodio histórico ha sido habernos puesto manos a la obra al margen de directrices políticas. Lo importante era y es salir de esta. Por eso quizá es un síntoma que la atención se centre en unos nuevos pactos de la Moncloa. Un acuerdo que, mirado desde esta pequeña parte del mundo, fue uno de los mejores ejemplos de lo que ha sido la política valenciana en la última centuria. Si rescatan la foto del pacto no verán a ningún valenciano, pero el muñidor de la negociación fue un político conservador de aquí. Fernando Abril Martorell, entonces vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez, fue el encargado junto con Enrique Fuentes Quintana de engrasar la compleja operación política y económica menos de dos años después de la muerte de Franco que condujo hacia la Constitución de 1978. Abril Martorell fue el responsable de subir a aquella nave a Santiago Carrillo y al PSOE de Felipe González, pese a los sacrificios que el programa económico suponía para los trabajadores. Con ellos embarcados, la maquinaria era difícil de detener. Mientras la foto del pacto exhibe a tres políticos catalanes ejerciendo de tales (Miquel Roca, Joan Reventós y Josep Maria Triginer, representando a tres formaciones catalanistas) y uno del PNV, Abril ejerció de político español. El dirigente de la UCD, que poco después tendría un turbio papel en la eclosión de la batalla de València, hizo lo que han hecho históricamente los políticos de aquí en Madrid: ofrendó glorias a España en un pacto que fue doble, de la izquierda y la derecha, y de España con Cataluña y Euskadi (las minorías catalana y vasca, en el lenguaje de entonces).

La España de hoy es hija de aquella, pero el mundo es otro. Aquel pacto propició una estabilidad que favoreció la modernización de un país acomplejado y que olía a coliflor, al tiempo que los sueños igualitarios pisaban tierra y eran devorados por la cultura del éxito rápido. De todo ese magma somos hijos, pero el mundo es otro después de 40 años y dos grandes sacudidas en una década. No estaría mal algo de estabilidad para una crisis como la actual, pero ahora no parece que el dilema sea si los demócratas acaban con la crisis o esta acaba con la democracia. No creo que el sistema esté en juego, aunque radicales de uno y otro extremo divaguen sobre otras formas de «democracia». Este episodio casi de ciencia ficción sí ha destapado carencias que demuestran que España necesita un reajuste territorial, instrumentos federales para un país descentralizado que permitan una respuesta cohesionada o, como mínimo, la imagen de ella.

Pero el mundo es otro y España no puede quedarse en su ombligo. Lo ideal sería amasar una fuerza común para reclamar unos pactos de Estrasburgo, Bruselas o cualquier otra capital donde resucitar el oxidado proyecto europeo, capaz solo de acuerdos de mínimos en el último minuto. Y lo ideal sería que Europa impulsara alguna forma de cooperación política global, porque esta epidemia ha demostrado también que las fronteras valen cada vez menos, aunque algunos se aferren a ellas, y que la ONU (y sus entes satélites) es un organismo moribundo en su forma actual. El virus hubiera resultado menos letal si hubiera encontrado una respuesta común. Pero no, se ha alimentado de nuestra división y de unos revividos nacionalismos, con marca de tales o sin ella.

Pero todo esto sí es posiblemente ciencia ficción. Quizá debería haber llenado este artículo con mi listado de nuevas rarezas. El final del túnel se ve, pero soy tan escéptico como antes de la alarma de que aquello que aparece a lo lejos sea luz de verdad.

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