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Cuando la libertad está en el interior

¿Qué va a expandirse de cada uno de nosotros cuando termine el encierro: un Big Bang creador o la devastación de Hiroshima?

De la noche a la mañana la primavera se nos volvió otoño. Un país entero se encerró en casa sin saber hasta cuándo. Las conversaciones sobre el virus infectaban los interiores. Cada smartphone escaneaba incansablemente nuevas noticias. El Éjército y la policía controlaban las calles, los vecinos se denunciaban entre sí y los debates tenían a los muertos como puntos de marcador. Aquel año, la civilización globalizada llegó a tal punto de colapso que el equinoccio de primavera, rumbo a la vida, viró inesperadamente hacia la muerte. Efectivamente murieron personas. Pero la muerte que nos esperaba a cada uno en este extraño entretiempo no era una muerte por virus, sino un invierno personal. Un invierno interior.

En aquel tiempo de encierro, mucho se debatía en cada esquina virtual. Pero la única realidad palpable era la del confinamiento. Corrijo la forma verbal: Es la del confinamiento, que nos invita incansablemente al tiempo presente. Confieso que cada día me esfuerzo para aceptar esta invitación al aquí y ahora. Porque aunque mi cuerpo tiene menos espacio vital que nunca, mi mente encuentra trampas a cada paso que enredan el acceso a mi corazón. Esto no es nuevo, constantemente detecto las formas en las que me escapo del contacto emocional con mi pareja y con mi hijo, y trato de librarlas, a veces con más suerte que otras. La dificultad añadida es que ahora las trampas más frecuentes, las tecnológicas, tienen un morbo y un poder de atracción que es muy difícil de resistir. Porque reproducen un discurso de guerra.

¿Qué nos está pasando con las pantallas durante el confinamiento? Tras cada rifirrafe en nuestras redes sociales, tras cada empacho de noticias, tertulias o cine, tan pronto como nos despegamos mínimamente de la tecnología, baja la adrenalina de la pelea o las endorfinas de la dulce evasión cinéfila. Entonces la realidad del encierro vuelve una y otra vez a ponernos frente a frente con los viejos dolores y monstruos internos que teníamos bajo llave. Hasta que nosotros mismos fuimos encerrados y los monstruos quedaron libres.

El confinamiento nos confronta con nuestra soledad. Con nuestra tristeza. Con nuestra ira. Por eso, tan pronto como sentimos algo de esto, volvemos a colgarnos de las pantallas en cualquier ocasión: Haciendo la comida. Jugando con nuestros hijos. Cenando con nuestra pareja. O en la cama antes de dormir en soledad. La tecnología, si bien es una herramienta utilísima y preciosa para mantenernos en contacto con nuestros seres queridos en estos momentos, también se ha convertido en otra cosa distinta a la que nos cuentan. Se ha convertido en un enorme coliseo virtual.

Dentro de la carpa tecnológica, se exhiben y se enfrentan entre sí las furias, los terrores, las intransigencias y autoritarismos que campan a sus anchas en este tiempo de incertidumbre y miedo. Es innegable que no sabemos qué va a ocurrir en esta encrucijada social y personal que estamos viviendo. Y sin embargo, se nos escapa que podría vivirse una incertidumbre sin miedo, una incertidumbre creadora. Pero para que esto pueda ocurrir, es necesario emprender un trabajo interior profundo, como el que propone la Biografía Humana.

Si no miramos frente a frente nuestros temores inconscientes, nuestros prejuicios, preconceptos y discursos engañados con el acompañamiento de una profesional entrenada/o y vemos qué hacemos con ellos, entonces la incertidumbre, en lugar de actuar como un espacio abierto donde poder poner en juego lo mejor de nosotros mismos, va a reactivar los miedos sin fondo de nuestra infancia. Porque nos sentimos amenazados de muerte, y vamos a defendernos como hayamos aprendido: manipulando, evadiéndonos de la realidad, distanciándonos, trabajando a tope, deprimiéndonos, arrasando al otro... la lista de mecanismos de defensa posibles podría continuar.

Hay un mecanismo de salvataje emocional muy común, que además entretiene de lo lindo, y es que muchos salimos al circo virtual a matar para defendernos de la "otreidad", de lo diferente del otro. Así nacen los gladiadores y gladiadoras del tiempo presente. Llevan mascarilla en una mano y el smartphone en la otra. Son bravas, son bravos. Están asustados. Y luchan encarnizadamente contra gladiadores de otras afiliaciones para no morir. Aaaah, las maravillas del progreso: tenemos en la palma de la mano el circo con el que el poder en la antigua Roma se aseguraba tener apaciguadas a las masas. Panem en el supermercado et circenses en el móvil? y la docilidad del pueblo queda garantizada.

Y cada vez que yo misma me adormezco un poco entrando un ratito en el circo virtual, vuelvo a darme cuenta de que el equinoccio rumbo a la vida ha decidido virar hacia la muerte porque es necesario que algo de nuestra sociedad muera. Algo de un sistema de producción que parasita a la Tierra. Algo de un sistema de trabajo que genera pobreza y exclusión. Algo de una civilización adultocéntrica, que genera un enorme sufrimiento en la infancia sin que sea siquiera detectado. Vuelvo a sentir que la primavera se encamina hacia el invierno y decido vivir lo que la vida me trae. Sin anestesias virtuales. Porque algo en mí ha de morir también. Es imprescindible para que pueda haber un crecimiento, para vivir un renacer tras esta crisis colectiva y personal que nos atraviesa a todos.

No me cabe duda de que esta situación nos impone una contracción brutal, a la que antes o después sucederá la necesaria expansión para restaurar el equilibrio. Y va a ser una expansión equivalente al encierro que estamos sufriendo. La gran pregunta que podemos hacernos cada una, cada uno de nosotros es: ¿En qué aspecto de mí misma voy a replegarme, a concentrarme y a volcar mi energía en este tiempo? Porque eso mismo va a ser lo que se expanda como una explosión cuando termine el confinamiento. Puede ser un Big Bang creador o la devastación de Hiroshima, depende de cada uno de nosotros.

También me hago a mí misma esta pregunta. Y voy soltando el smartphone, distrayéndome menos, sintiendo más. Voy tolerando la incertidumbre y la rabia por estar encerrada, y decido habitar el vacío interno que siento. Sentir la inquietud de mi hijo. Salir de la mente y entrar en el cuerpo que juega, el cuerpo que abraza y que ríe, que pone pies arriba y cabeza abajo y se cansa también. Decido acompañar a mi pareja en la incertidumbre laboral y vital, en sus sueños paralizados y percibir lo que él siente para poder poner una palabra que le encaje, un abrazo que le alivie en su confinamiento.

No perdamos de vista que todos tenemos el miedo en el cuerpo, lo sepamos o no. Y aun con ello podemos decidir que el miedo no nos impida pensar por nosotras mismas. Que la ira, que nace de un miedo inconsciente, no nos bloquee el lujo de abrir un hueco en nuestra coraza para dejar entrar ideas diferentes sobre aquello que defendíamos a muerte. Y más aún, también podemos renunciar a poseer e imponer ninguna respuesta. Podemos abandonar los coliseos virtuales y generar una libertad interna que ningún confinamiento, ningún pensamiento único van a poder detener.

Hagámonos preguntas. Convirtámonos en revolucionarios, practicando la no violencia en tiempos de guerra. Abandonemos los coliseos virtuales, generemos y frecuentemos los espacios de encuentro amoroso. Utilicemos la tecnología pero para escribirnos cartas (los arcaicos emails) y para frecuentar espacios de encuentro que realmente nos nutran.

Y sobre todo, abramos los brazos y el corazón, especialmente a los confinados de nuestras propias casas. Dejemos de escapar del contacto, y convirtámonos en cielo abierto y horizonte amplio para nuestros hijos, parejas, compañeros de piso. Acojámoslos con su miedo, su rabia y su pena. Reventemos los barrotes de las cárceles interiores que nos han mantenido presos desde hace tantos años. Liberemos algo de nuestro verdadero ser históricamente confinado. Y sobre todo, sintamos. Porque cuando salir está prohibido, el único espacio de libertad posible está en el interior. Y sepamos que cuando los barrotes internos se fundan, ningún decreto podrá confinarnos. Porque amor y libertad son la misma cosa.

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