"y más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno"

(Antonio Machado)

De tiempo y en tiempo, y dramáticamente durante una crisis como la actual, reaparece la cuestión de las aportaciones filantrópicas de personas particulares. Llama la atención que algunos progresistas alaben las pequeñas contribuciones y denigren las multimillonarias. Y que algunos conservadores ensalcen la paga pudiente e ignoren los esfuerzos mínimos. Eso significa que también de esto la sociedad hace un análisis esencialmente monetario. En todo caso aún sorprende que el rico ayude. Lo que probablemente tenga que ver con la intuición de que a la riqueza no se accede por las puertas más limpias. En buena medida el debate es absurdo: como alguien dijera hace siglos el dinero no huele. Por lo tanto, sea bienvenido hasta el último céntimo, dénsele las gracias al benefactor y aquí paz y después gloria. Ha hecho lo que creía oportuno y punto. Negarse a aceptar la dádiva es estúpido. Los problemas morales y políticos son de otro tipo.

El problema es una cosmovisión que hace de esos millonarios héroes en lugar de los ciudadanos que pagan puntualmente sus impuestos, porque unos lo hacen voluntariamente y otros de manera obligada. Personalmente preferiría que algunas rentas de capital estuvieran más gravadas y que la solidaridad propia del Estado social se vehiculara en políticas fiscales iguales, progresivas, sostenibles y transparentes. La caridad de lujo no es apropiada más que puntualmente. Al menos por tres razones: 1) Limitan a unos pocos la capacidad de ser ciudadanos ejemplares, dotándoles de unos beneficios de imagen y estima que refuerzan potencialmente la desigualdad y ponen a los ricos en situación de condicionar acciones públicas. 2) El donante puede decidir el destino de su capital, el contribuyente no. Si todos fuéramos donantes la gobernación del Estado sería imposible y se generarían desigualdades mayores: un Estado complejo tiene que atender a una pluralidad de gastos que no puede funcionar a impulsos. 3) La imagen que se proyectan de algunas donaciones difuminan la racionalidad de las decisiones políticas y contribuyen a hacer del rico un ídolo y de los demás unos fracasados. Imaginemos que uno de estos megarricos con 7.000 millones de euros dona 1.000 millones: una cantidad inasumible para el 99'99% de la población, pero se dirá: que esos pobres-relativos donen 1/7 de su patrimonio€ e imaginemos que sea de 70.000 -que ya es muchísimo-: con 60.000 euros puede tener un colchón adecuado para muchas contingencias, pero con 60.000 millones se pueden asegurar todas las contingencias que el lujo más desaforado incite durante las siguientes generaciones. La igualdad del 1/7 se diluye en sus resultados prácticos. Pensemos ahora que ese colchón es de 7.000 euros. O de 700. En definitiva, todo esto prueba que es mejor el rico que dona que el que no dona, que sería mejor que nadie tuviera que donar y que el gran peligro en la globalización es la existencia de tan terribles desigualdades. El único camino conocido para asegurar reequilibrios es una política fiscal progresiva y adecuada. La sociedad post epidemia tendrá que tenerlo en cuenta: que el bueno en el buen sentido es el que paga lo justo, no oculta ni un céntimo a Hacienda ni tributa fuera del país.

Lo peor de estas cosas es que tienden a presentar el Estado como una suerte de ONG. Y en realidad eso es lo que algunos desean: que sea un Estado que no gobierne, que sea el mercado -también hay un mercado de la caridad- el que vaya autorregulando la vida. ¿Pero qué puede hacer el mercado en este momento? Es de ver cómo los ultraliberales echan la mirada hacia el intervencionismo contra el ultraliberalismo para salir de esta. Ese va a ser el auténtico debate en la UE, no si Holanda es más simpática o menos. Y en ese no-Estado/ONG ya circulan con fuerza las opiniones que defienden la rebaja del sueldo de los políticos. Esa bajada quizá sea racional en el momento en que haya ajustes presupuestarios generales para dedicar más fondos para necesidades apremiantes. Como lo será la eliminación de cargos intermedios en algunos gobiernos. Pero muy poco van a arreglar ahora: demagogia, pura demagogia de ciudadanos aturdidos y de políticos advenedizos e ignorantes. Imaginemos que se bajan un 5%. ¿Por qué no un 10%? ¿Por qué no un 70%? ¿Por qué no el 100%? Recordemos que no hace demasiados años muchos de los que predicaron la reducción de sueldos y eliminaron Diputados fueron los que adelgazaron la sanidad pública: en esa visión liberal todo es igual.

Si ahora esas bajadas no sirven sustancialmente para nada, el mensaje que se transmite a la sociedad es que la política y los políticos deben ser castigados: esa reducción opera como una multa. ¿Pero qué es lo que se castiga? Quiero romper una lanza por los políticos, más sujetos a presión que otros muchos y que no reciben aplausos. Quizá sea por sus errores. Los cometen: que alguien me diga alguna actividad en la que no se están cometiendo. Medir la intensidad de esos errores y saber si pudieron evitarse o paliarse será cosa del día después: cualquier persona racional y decente, sobre todo decente, lo sabe. Otra cosa es la legítima discrepancia, la propuesta, el liderazgo creativo que transmite esperanza. Y si están limpios de mentira e insulto mejor. Eso sí sería filantropía.

Por todo ello no entiendo a los políticos que quieren bajarse el sueldo. ¿Será por ética, bendita palabra? Sólo desde la culpa se puede llegar a esa conclusión: si se avergüenzan de ser políticos que dimitan. Acepto que por ética renuncien a una parte de su sueldo -generalmente bajo en España- entregándolo a la causa o asociación que estimen conveniente. Pero, por favor, que en esto, ellos y todos los donantes, sean del textil o de la informática, sean evangélicos (Mt. 6,3): "cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas (€) con el fin de ser honrados por los hombres (€). Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha; así tu limosna quedará en secreto". Porque intentar cosechar votos con estos gestos es tan repugnante como preparar el discurso de la ultraderecha.