Escribe Unamuno, en "El sentimiento trágico de la vida" que "cuando no se hacían para los vivos más que chozas de tierra o cabañas de paja que la intemperie ha destruido, elevábanse túmulos para los muertos; y antes se empleó la piedra para las sepulturas que no para las habitaciones. Han vencido a los siglos por su fortaleza las casas de los muertos, no las de los vivos; no las moradas de paso, sino las de queda. Este culto, no a la muerte, sino a la inmortalidad, inicia y conserva las religiones".

Son días de inquietud y, metidos en el tubo del confinamiento, no vemos con claridad la apertura del túnel. Salir, saldremos. No cabe la menor duda. El coronavirus no es la primera ni la más mortífera catástrofe que asola a la humanidad en su ya viejo peregrinar por la historia. Aunque para la mayoría constituye una experiencia única: nunca nos había acontecido una situación tan singular. Cada generación tiene su momento difícil. Este no es especialmente cruel: no se palpa maldad humana alguna; pero nos incita a considerar a fondo nuestra fragilidad: lo vulnerables que somos.

En cualquier caso, no hay que dejarse abatir; sería lo fácil. Con lágrimas, pero siguiendo adelante porque hay que consolar. Las penas nos unen; no pesan en exceso cuando se comparten.

Y siguiendo con Unamuno, que de esto pensó mucho quizá por los momentos convulsos que le tocó vivir, en ese mencionado ensayo nos recuerda que "el hombre es un animal esencial y sustancialmente enfermo"€ ¿Enfermedad? Tal vez lo sea como la vida misma a que va presa, y la única salud posible la muerte; pero esa enfermedad es el manantial de toda salud poderosa. De lo hondo de esa congoja, del abismo del sentimiento de nuestra mortalidad, se sale a luz de otro cielo, como de lo hondo del infierno salió el Dante a volver a ver las estrellas: e quindi uscimmo a riveder le stelle.

Sí, veremos de nuevo las estrellas; y nos alegrará comprobar, a través de esta experiencia, que en nuestra vida es muy poco lo esencial: y nos aferraremos a ello con la pasión del que sabe que toda vida es un don, un regalo del cielo.