La ciudadanía española está viviendo una realidad que hasta ahora desconocía desde que el 14 de marzo el Gobierno decretó el Estado de Alarma: estar confinados. Se insiste en que de esta no podemos salir de la misma forma que entramos. Tanto sufrimiento tiene que cambiar y transformar nuestras vidas. Si asistimos a este caerse del caballo ante las realidades sencillas de la existencia humana, bienvenido sea. Ahora bien, qué poco se ha escrito, qué poco se ha dicho de aquellas personas que antes del confinamiento ya lo estaban, lo siguen estando y estarán después de todo esto: las personas presas. No hay realidad humana y social más ignorada y menos estimada que el ámbito de la prisión. Y es ahí donde sufren el verdadero confinamiento. Si éste tiene que acabar con ciertas amnesias sociales, sería un buen momento para reflexionar sobre la actualidad del mundo penitenciario. ¿Cuántas veces hemos escuchado que una condena de tres o cuatro años es poca cosa? Que entran por una puerta y salen por otra. Les invito a que imaginen que su confinamiento se alargue hasta después del verano. ¿Qué cumpliríamos, seis meses? ¿Se imaginan? En prisión se palpa las verdaderas consecuencias del efecto de un confinamiento en la vida de toda persona. Sonroja escuchar ciertos comentarios sobre las prisiones, que si son hoteles, que si tienen piscina, cuando resulta que todo eso es una excepción.

Por todo ello es preciso acercar en estos días de reflexión y encuentro interior la actualidad y el día a día de más de 60.000 personas presas en España. No se trata de culpabilizar a la sociedad por sus olvidos, simplemente de ser conscientes de las personas que sufren y que, de alguna forma, hoy podemos identificarnos y sacar más de una lección para superar lo que nos pasa. Puede enseñarnos a valorar el hecho extraordinario de levantarse por la mañana y desayunar con tus seres queridos sin prisa alguna, captando el olor del café y del pan tostado, sentarse en el sofá a escuchar música, a estar en silencio o salir al balcón, no sólo a aplaudir, sino a disfrutar de una Naturaleza que hoy respira más tranquila y acorde con lo que ella es. Tenemos que ampliar nuestra perspectiva, nuestra visión de las cosas para comprender los ámbitos de exclusión que nos rodean y que la experiencia del confinamiento puede comenzar a visualizar y así salir de nuestro letargo ético y moral. Mandela, en su autobiografía, El largo camino hacia la libertad, decía que "la celda es [hoy, el confinamiento] el lugar idóneo para conocerte a ti mismo. Me da la oportunidad de meditar y evolucionar espiritualmente".

¿Qué pasa hoy en las prisiones y qué podemos aprender? El Estado de Alarma ha llegado al mundo penitenciario como un jarro de agua fría. Para luchar contra el virus se han suspendido todas las actividades de formación, talleres y cualquier visita como los bis a bis. Hasta nueva orden una persona presa no va a poder ver a sus familiares. Como sabrán, los móviles están prohibidos y sólo pueden comunicarse por llamada telefónica. Para una persona presa una visita es su plataforma de oxígeno y de salvación para superar la condena. La experiencia de prisión pone encima de la mesa la importancia de la familia, de una conversación, de una carta, de una visita, aquello que habíamos olvidado por nuestras agendas eternas. Resulta curioso escuchar, como voluntario de prisiones, los anhelos y sueños de las personas presas porque redundan siempre en lo mismo: recuperar a sus familias, volver a pasear por una montaña, respirar y escuchar el sonido del mar, darse cuenta del vuelo de los pájaros al amanecer y vivir de forma pausada. Esta receta es la que hoy millones de personas se han vuelto a plantear a partir del confinamiento. La prisión es una metáfora de la vida que puede servir para transformarnos y hacer de ella un modelo de donación y servicio.

Por último, la prisión implica lo más importante que nunca deberíamos perder de vista: la libertad. Qué caducados y trasnochados quedan esos dimes y diretes de que no somos libres, que estamos manipulados, que seguimos las modas y corrientes de opinión de que todo está hecho e inventado y que ya nada se puede mejorar, anulando toda esperanza en el ser humano. La prisión anula estas creencias, ya que pone sobre la mesa el carácter constitutivo y radical de la libertad. Somos seres libres, tenemos que ejercerla porque la vida está por hacer y cada cual tiene que escribir y adoptar el papel a desempeñar y liderar. Después de 27 años, 10.052 días en confinamiento carcelario, Mandela tras conquistar su libertad, expresó que la prisión le había enseñado que "el valor no consiste en tener miedo, sino en ser capaz de vencerlo". La libertad supone vencer las adversidades, afrontarlas, para transformarlas en un proyecto de vida que dé sentido a lo que hacemos y somos. Esto es lo que nos va a tocar en los próximos meses y años, una especie de reseteo existencial que debemos abordar de una vez si no queremos perder el tren mismo de la Humanidad. Realizar, como diría Vaclav Havel, el arte de lo imposible, esto es, "el arte de mejorar el mundo y de mejorarnos a nosotros mismos". Este es nuestro desafío. No es nada nuevo, lo tenemos cerca porque es la motivación que miles de personas persiguen cada mañana al levantarse en todo el mundo desde su experiencia de confinamiento en un centro penitenciario. Ojalá aprendamos a estimar y valorar esta lección.

* Doctor en Filosofía. Voluntario en el Centro Penitenciario de Picassent (Valencia). Profesor de Filosofía en el Colegio Patronato de la Juventud Obrera. Autor del libro, Esperanza entre rejas: retos del voluntariado penitenciario. PPC, Madrid, 2020 (en prensa).