Vamos a apartarnos unos segundos de la crisis sanitaria en la que vivimos para recordar algunas consecuencias que, desgraciadamente, sólo se han podido producir cuando la vida económica y social tal y como la conocemos se ha paralizado.

Calles limpias. Con los trabajadores del servicio de limpieza de nuestras calles realizando su abnegada labor y aquellos que acostumbran a tirar papeles y colillas donde les plazca confinados en sus casas, las calles y plazas llevan varias semanas limpias. Alrededor de los contenedores no se acumulan los habituales desperdicios desprendidos de bolsas de basura rotas ni enseres de diversos tamaños abandonados a su suerte. Esto viene a demostrar que la restricción de personas a determinados parques, monumentos o instalaciones de cualquier clase es siempre una medida acertada. De momento, el corto trayecto al supermercado o a la farmacia nos permite disfrutar de una ciudad lo más parecida a como debería ser si una gran mayoría de los valencianos abandonaran el hábito de tirar todo al suelo.

Descenso de delitos. Los delincuentes también están confinados en sus casas. Las estadísticas policiales de los últimos días confirman que el número de delitos ha bajado en un 50%. Con la mayoría de la tiendas cerradas y la gente en sus casas, el oficio de carterista o de ladrón de casas ha entrado en franca decadencia. A esto hay que sumar un evidente parón del consumo de sustancias estupefacientes cuyos usuarios imagino aprovecharán estas semanas en sus casas para abandonar su consumo. Recomiendo a todos ellos y ellas se distraigan limpiando la casa y que con el dinero que se están ahorrando compren libros por internet y los lean. Esto último puede resultar adictivo.

Reivindicación de lo público. Se puede pronosticar que el sistema público sanitario y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado van a ver aumentado su prestigio de manera exponencial. Han sido las administraciones públicas con un Gobierno central dirigido por Pedro Sánchez a la cabeza las que están pilotando las actuaciones necesarias para conseguir parar la pandemia. Como era de esperar los ultraliberales que durante años han propugnado el fin del Estado, la sustitución de la sanidad pública por sanidad privada y que instituciones básicas como la Justicia se auto regulen por un grupo de jueces, se han convertido, de repente, en exigentes peticionarios de un sistema público eficiente que, por supuesto, ponga el Estado al servicio de lo que ellos estimen conveniente.

La Iglesia calla. ¿Ha escuchado alguien a la Conferencia Episcopal? Al parecer no tienen nada que decir. Se ha limitado la Iglesia Católica a suspender las misas y poco más. No hemos podido ver ni escuchar a ningún representante de la jerarquía católica poner a disposición de los españoles sus instalaciones o los centenares de inmuebles que tiene registrados a su nombre y por los que se niega a pagar impuestos como el resto de españoles. Todos los sacerdotes que están con los brazos cruzados, ¿no deberían haberse puesto a disposición del Gobierno de la nación para lo que hiciese falta? Y qué decir de los fieles ultra católicos que en tiempos pasados no dudaron en manifestarse contra las nuevas libertades que finalmente se han impuesto en España. Afortunadamente a ningún lumbreras se le ha ocurrido dar una interpretación religiosa a la pandemia que estamos sufriendo. Era lo que nos faltaba.