Los humanos tendemos a creer que sabemos mucho y ello nos lleva a aprender poco o nada de lo que nos sucede individual y colectivamente. Utilizamos nuestro mecanismo de protección y supervivencia: el olvido. Eso es lo que nos hace seguir adelante. Pero en esta ocasión, cuando pase este sueño de horrores, hay que recordar.

Recordar lo que teníamos antes. Recordar lo que perdimos y a quiénes perdimos. Recordar lo que tuvimos que hacer. Recordar lo que hicimos que antes no habíamos hecho. Recordar lo que quisimos hacer e hicimos por nosotros y sobre todo por los demás. Para valorar lo que recuperemos. Para seguir haciendo lo de antes y lo de durante. El bienestar es algo frágil, lo conoces cuando explota. Sólo de esta forma nos damos cuenta de que lo que parecía natural y sin mayor importancia, escondía que era un elemento esencial de ese complicado engranaje de nuestra existencia diaria. Aunque nunca el dolor no puede ser un hábito, permanecerá por las pérdidas humanas.

Únicamente con hechos de la magnitud como el que estamos viviendo, los ciudadanos nos convertimos en protagonistas con mayúsculas. Habitualmente somos protagonistas de nuestras vidas y círculos de convivencia, a veces elegidos y a veces impuestos. Pero cuando el acontecimiento se vuelve magno los que formamos la llamada sociedad civil dejamos de ser invisibles a gran escala. Son numerosísimas las acciones individuales y colectivas que se están desarrollando por la ciudadanía impulsadas por el sentimiento de que hay que luchar contra la pandemia y por la convicción de que sólo se puede resistir si cada uno y en conjunto lo hacemos. Han surgido iniciativas y comportamientos desterrados al vivir en una sociedad estresante como la nuestra. Las organizaciones de sociedad civil están teniendo la oportunidad de demostrar, como lo están haciendo, su valiosa existencia defendiendo las necesidades de sus respectivos colectivos y proporcionándoles ayuda en el intrincado desempeño de sus actividades. La comunidad científica trabaja ávidamente desde el primer momento para curarnos, aliviarnos y sobre todo, para evitar que se repita el escenario en el que todos somos sujetos pasivos.

Nadie cuestiona que habrá un antes y un después. Nuestras vidas están siendo sometidas a una gran sacudida que puede hacer pensar que todo se desmorona. Pero precisamente por ello se requiere que estemos más atentos y alertas que nunca, para que cuando la situación empiece a remitir en todos los ámbitos, la fortaleza demostrada durante el proceso perdure para lo que vendrá. Esta fortaleza ha de bloquear a los oportunistas y carroñeros de turno siempre ávidos en sacar rédito de la situación, pretendiendo cuestionar algunos de nuestros derechos que se han conseguido fruto de la reivindicación, el trabajo y el consenso.

Sería bueno no olvidar, o si se prefiere recordar que antes estábamos inmersos en la tarea que suponía lograr los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuyo horizonte temporal fijado para el 2030 y que con toda seguridad se prolongará, nos encauza a un mundo mejor. Valorar si muchas de las organizaciones internacionales, percibidas como lejanas por los ciudadanos y cuya utilidad era cuestionada, han dado la respuesta global que requería el papel fundamental que se les había encomendado. También hay que dejar de hacer oídos sordos a las demandas de la ciencia, sin cuyos avances no sólo estamos perdidos como individuos, sino como sociedad.

Ejemplos hay muchos más como sabemos. Que nada quede en el olvido, ni para los gobernantes, ni para el resto, el recuerdo debe ser el estímulo de las transformaciones que necesitamos como sociedad.