No sé si la palabra del año será coronavirus, pero propongo que sea vulnerabilidad. Todo lo que leo estos días está repleto de este vocablo, que viene del latín vulnerabilis, formada por vulnus (herida) y el sufijo -abilis (-able, indica posibilidad): el que puede ser herido en la refriega. Y hemos constatado que todos somos vulnerables. Los científicos y médicos están perplejos porque no conocen todavía muchos aspectos del SARS-CoV-19. Y esto origina incertidumbre.

A propósito del espacio habilitado por Levante-emv "Después del coronavirus", me permito algunos consejos sobre cómo conviene que sea nuestra vida el día siguiente del confinamiento, una vez que nos vayamos reincorporando, por sectores, a la vida "ordinaria". Advierto, es opinión prácticamente unánime entre los expertos, que el coronavirus ha venido para quedarse.

Primero, que todos somos potencialmente susceptibles de infección, salvo aquellos que la hayan superado y estén inmunizados, aunque desconocemos si seremos completamente inmunes. Lo que requiere de unos exámenes serológicos masivos para averiguar quiénes pueden circular con total tranquilidad. Y, en mi opinión, la expedición de un certificado clínico-médico que asegure que esa persona está libre del virus e inmunizado. Esto se realiza con un control de inmunoglobulinas IgG.

Segundo, testear masivamente, comenzando por las personas más expuestas: médicos, enfermeros, personal sanitario, trabajadores de supermercados, agentes de policía, farmacéuticos, etcétera. Y si dieran alguna muestra de tener carga viral, aislarlos de inmediato. Esto es especialmente importante con los asintomáticos: son una fuente formidable de propagación del virus y afecta a un 60-70 % de la población; especialmente los más jóvenes: menores de 50 años. Esta medida es muy efectiva para evitar la propagación de la pandemia. Se piensa, con fundamento, al margen de las cifras oficiales, que en España es posible que hayan pasado la enfermedad entre 10 y 20 veces más personas que las que ofrecen las cifras oficiales. Estamos hablando, de una horquilla amplia, de 2 a 5 millones de españoles. No obstante, el virus tiene mucho margen todavía para infectar al 90 % de la población española; y hay en riesgo, por tanto, muchas vidas.

Tercero, fomentar la responsabilidad social de modo que las personas que mostraran síntomas se aislaran voluntaria e inmediatamente en sus propios domicilios, para pasar la cuarentena (14 días); u otros lugares que se dispusieran. El coronavirus SARS-CoV-19 es extremadamente contagioso y afecta al 100% de la población.

Cuarto, poner a disposición de la gente una aplicación informática, para que los propios interesados comprueben si reúnen algunos de los parámetros que puedan indiciar el padecimiento de la enfermedad; y sería deseable poder establecer comunicación, por vía telemática o telefónica, con el médico de familia. Y llevarlos al hospital si se presentara disnea (dificultad para respirar) o si persiste la fiebre.

Quinto, guardar la distancia social, de al menos dos metros. Por supuesto, evitar manifestaciones de cordialidad afectuosa: besos, abrazos, estrechar manos, etc. Cuidar la higiene, especialmente el lavado frecuente de manos con agua y jabón; y desinfectar con agua y lejía en dilución los paquetes y productos comprados, especialmente en los supermercados, farmacias, etc.

Sexto, las personas susceptibles (y no solo los que están en contacto con los enfermos: sanitarios, familiares, etc.), deberían llevar mascarilla en espacios cerrados. Se pueden hacer mascarillas caseras, pero no con fibras naturales tejidas (por ej. algodón), pues no son una barrera fiable (tienen poros). Y aprender, cosa importante, a ponérselas y quitárselas. En general, deben ser de un solo uso; pero hay materiales semisintéticos que permiten desinfectarlas (a temperatura de 80 grados durante 10 minutos, con alcoholes al 70%, agua con dilución de lejía al 5%, etc.). Si no, es peor el remedio que la enfermedad, pues una mascarilla mal manipulada puede ser fuente infecciosa importante.

Séptimo, evitar lugares cerrados y concurridos. Esto afectará especialmente a cafeterías, bares, cines, gimnasios, lugares de trabajo abarrotados y con poco espacio, ascensores (hay que disponer de pañuelos desinfectantes para las botoneras), y, por supuesto, ambulatorios, hospitales, etc., que deberán tomar especiales medidas de protección. Que se aireen las casas, ahora que viene el buen tiempo. Para que puedan realizarse actos públicos, se deben disponer las medidas necesarias para asegurar la distancia social. Los medios de transporte púbico requieren fuertes medidas de precaución: desinfectar diariamente.

Octavo, una especial protección en las residencias de ancianos: minimizar la entrada de personal ajeno que no haya pasado la enfermedad; y máxima precaución higiénica, hasta la extenuación, del personal que trabaja en las mismas.

Noveno, los que hayan pasado la enfermedad, deberían estar disponibles para donar sangre, con el fin de obtener suero que permita disminuir el impacto de la enfermedad en las personas que manifestaran signos de gravedad, de acuerdo con lo que indiquen las autoridades sanitarias.

Décimo, cuando una persona haya pasado la enfermedad no le afectaría ninguna de las anteriores medidas, excepto la novena si no padece alguna otra enfermedad invalidante para ser donante de sangre. Es verdad que el virus muta y podría suceder que, en una segunda oleada, pudiera contagiarse de nuevo con una cepa variante; aunque no obstante, esta segunda infección probablemente fuera leve.

La vacuna va a tardar meses; y no se sabe bien la efectividad. Cuando dispongamos de ella, todo lo anterior podremos abandonarlo; pero es posible que la vacuna no sea para toda la vida, aunque entonces bastaría con una protección de año en año, como ocurre con la gripe. Aunque, de momento, todo es un enigma. Solo nos queda que podamos reiniciar la vida con normalidad sin perder seguridad. Aunque todos coinciden en que habrá un antes y un después: lo dicho, la vulnerabilidad.

*Grupo de Estudios de Actualidad