Decía John Lennon en su canción «Beautiful boy» que la vida es «eso que te sucede mientras tú estas haciendo otros planes». Hace un mes todos teníamos planes, personales y profesionales, hasta que algo en el límite de la vida, un simple virus, nos los ha destrozado. Mirar hacia atrás es perder el tiempo, lo que nos queda es mirar el presente y pensar el futuro. Y de eso es de lo que quiero hablarles en los párrafos siguientes: de cómo el coronavirus marca y marcará el presente y el futuro de nuestra alimentación.

Al hablar del presente debo resaltar el comportamiento ejemplar del sector agroalimentario español durante estas semanas. Todos sus eslabones han puesto un gran esfuerzo para que la cadena de suministro no se rompiera, desde el campo y las granjas a los mercados y supermercados, desde las industrias de transformación a las empresas de logística. Ningún rincón de nuestro país ha quedado sin suministro alimentario. El sector agroalimentario ha estado a la altura del problema, al igual que todos los profesionales sanitarios, el sector farmacéutico o los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Todos ellos con su esfuerzo diario han conseguido que la situación vaya mejorando. Ahora los ciudadanos lo tenemos muy claro, pero habrá que recordarlo todavía con más fuerza dentro de unas pocas semanas, cuando nuestros representantes políticos de uno y otro signo inicien sus trifulcas sobre quién tuvo la culpa y quién la razón en todo esto.

¿Qué va a pasar luego de estas semanas? No lo duden, nada va a ser igual, ni en la alimentación ni fuera de la alimentación. En la alimentación vamos a ver cambios sustanciales. Mintel, la agencia de inteligencia de mercado líder en el mundo publicaba hace unos días un estudio sobre el cómo esta pandemia va a cambiar radicalmente la nutrición de millones de habitantes del planeta. Quizás la gráfica más llamativa de ese informe es la que indica que en los primeros quince días de pandemia en USA se habían producido prácticamente el doble de búsquedas en internet sobre «sistema inmunitario» que sobre «COVID-19». La opinión de estos asesores es que se va a producir un aumento considerable del consumo de todos aquellos alimentos o suplementos nutricionales que mejoren nuestro estado de salud y nos protejan frente a nuevas infecciones. Ese crecimiento se producirá sobre todo entre los milennials y la gente de más de 60 años, los primeros por su afán de buscar nuevas alternativas, los segundos por motivos obvios: ellos han sido la carne de cañón de esta pandemia.

Unido a ello habrá una eclosión de dispositivos que nos permitan detectar de forma íntima cambios en parámetros que tengan que ver con nuestra salud. Vamos a disponer de aplicaciones que nos indiquen no sólo algo tan obvio como la temperatura de nuestro cuerpo, sino muy probablemente nuestros niveles de minerales o vitaminas, nuestra tensión arterial, la actividad de nuestro sistema inmune o si un virus nos está infectando. Con esos datos muchos consumidores modularán su dieta. Esta pandemia va a suponer la implantación de lo que algunos llaman nutrición personalizada, algo de lo que la industria alimentaria lleva hablando años sin concretar.

Si en lugar de fijarnos en el consumidor nos centramos en el sector agroalimentario, como indicaba en una entrevista muy reciente el historiador israelí Yuval Noah Harari, esta epidemia puede ser el detonante de la llegada masiva de la inteligencia artificial y la robótica a la cadena alimentaria. La sustitución de mano de obra humana por robots que no contaminan es algo que tan sólo unas semanas atrás sonaba insolidario, pero que quizás en el futuro haya que, al menos parcialmente, reconsiderar. Y por supuesto tendrá un impacto social, sobre todo en países pobres. Deberemos tomar decisiones poniendo todos los pros y los contras en la balanza.

Nos enfrentamos a unos meses muy difíciles, con decisiones muy complicadas que nos marcarán por años. Resultará interesante ver qué países liderarán estos cambios. China, ese país al que bastantes europeos miran por encima del hombro, está llamada a dirigir buena parte de ese cambio, sobre todo por la debilidad de los otros grandes jugadores del tablero, USA y la Unión Europea. Están preparados como nosotros no lo estamos por algo muy obvio: llevan tres décadas apostando de forma decidida por la ciencia y la tecnología y sus sectores industriales (curiosamente de forma intensa el sector agroalimentario) han absorbido muchas nuevas tecnologías. La gran incógnita es: ¿qué harán los dirigentes europeos en general y los españoles en particular? Esperemos que oír más a la ciencia y a la sociedad. No lo tenemos fácil, para eso hace falta altura de miras, y de eso no anda sobrada la totalidad del espectro político europeo y español.