Dentro de veinte años, esta estadística causará asombro en todo el mundo: "Tras revocar las medidas para combatir el efecto del cambio climático, el Partido Popular y el de las tres letras consiguen bajar la contaminación de Madrid a mínimos históricos". La aritmética de la política no tiene más corazón que el asterisco aclaratorio que el estadista público o privado añada la cita, más el interés que le ponga el lector de su parte. Toda política ha sido y es (asterisco) una etapa anterior del pensamiento, ya que el político es el desarrollador (asterisco) de una idea.

A la monarquía de derecho divino la derriba el despiadado racionalismo cartesiano. La realidad de la revolución rusa va precedida setenta años antes por las ideas de Marx y de Engels y la asombrosa predicción de Donoso Cortés. Las quejas de la contra-cumbre de Seattle, que profetizaban el colapso de la globalización bajo una ola de nacionalismos económicos, han resultado quedarse cortas frente la caída de la producción de todo cuanto hasta ayer parecía el motor y la gasolina empresarial. Parece que los abraza-árboles que predicaban los cultivos de cercanía tenían razón. También las ideas titiriteras europeas que abogaron por subvenciones a la cultura. Vean cómo están hoy los museos americanos: en la ruina por su dependencia de fondos privados.

¿No merecería, por todo esto, que el político tuviera alguna vez en cuenta la palabra del intelectual? Por intelectual no nos refiero a ese tonto cultivado que le ayuda a conseguir sus metas disfrazando la tomadura de pelo como arte y el arte como una fábrica de márquetin como escalón administrativo. Hablo del intelectual tomado en este siglo como teorizante inútil y hasta peligroso para conseguir la eficacia y el éxito estadístico. ¿Entenderán ahora los políticos que tomarle en consideración y atenderle es una forma de ser pragmático y adelantarse sin bolas de cristal a los acontecimientos, ya que sólo pide la consideración de su pensamiento? La sagacidad de saberse rodear de fuerzas intelectuales que se abren al arco completo de las posibilidades es la mayor riqueza de los que se hacen llamar servidores del pueblo. Y ya que acaban siendo absolutistas por exigencias del guión, que sean al menos ilustrados.

"Primero va la vida y luego el cine aunque la vida sin el cine y la cultura tiene poco sentido" fue una hermosa cortina de humo que José Manuel Rodríguez Uribes añadió a las cortinas de boca, bambalinones y telones venecianos que rodean al mundo de la cultura en su relación con el mundo de la política actual y que consiguen que muchos artistas de hoy no se manifiesten durante épocas, edades o movimientos, sino durante legislaturas. Y eso ocurre porque los ministros de hoy tienden a tomarse a sí mismos, movidos por el acicate de la prensa, como personas de acción, y aparecen ora fotografiados frente a una fábrica de sardinas que se convertirá en el nuevo Tabulario infantil con cuentacuentos, ora tirándose a la piscina de Ronald McDonald con motivo de la publicación de un cuento que se regalará con cada hamburguesa. Sólo en la intimidad tratará, lejos de los fotógrafos, con el intelectual proverbialmente acusado de entretenerse en buscarle los tres pies al gato y con el que se siente incómodo desde el primer segundo en el que se le comunica su cargo.

En la Transición, un grupo de intelectuales se había esforzado peligrosamente en crear un nuevo estado de conciencia. Pero los que salieron al escenario para conseguir los puestos de mando fueron de otra clase social que no había hecho labor de cátedra ni entrado plenamente en las miserias del mundo de la cultura. Cuando después de medio siglo el debate intelectual se enreda ahora en las redes sociales, es doloroso ver cómo jamás alcanza su punto de maduración y las palabras que se pían en el Twitter no son más un corta y pega contradictorio de las largas meditaciones y costosas charlas derivadas de los que han hecho de la inteligencia, en versión verbenera, una profesión fructífera que genera falsa moneda cultural. He aquí donde cabe en los discursos una frase de Hemingway. O de la Marsellesa, o hasta unos pasitos de la Marcha Garibaldi.

¿Es nuestra sociedad tonta? El problema no es tanto esto como la necesidad que creen tener los políticos, los periodistas y la industria moderna en general, en traducir en un lenguaje "cercano" los preceptos del pensador creyendo que con esto hacen algún tipo de divulgación. Este es el caos en el que se encuentran los ciudadanos de este país donde pace el Covid19, que no se han molestado -digamos como excusa bondadosa que no han tenido tiempo- en saber en qué incide un campo electromagnético, a que se refiere el adjetivo "cuántico" o si se puede echar o no a un gobierno acusándole de asesino. Tras los ecos aún vivos de "¡Mueran los intelectuales!¡Viva la muerte!" se amparan grandes personajes de éxito y de todo signo de estas últimas décadas. Si no han favorecido la propagación del contagio actual lo han hecho de muchos otros males; por la imperiosa necesidad moderna de viralidad pero, sobre todo, por no haber hecho nada para impedir, de viva voz, que se suceda un bulo tras otro y la incoherencia. Si no eres parte de la solución, eres parte del problema.

Pero lo que más me preocupa es preguntarme: ¿Cómo se puede definir un movimiento político sin partir de una conducta en el campo intelectual? ¿Por qué cuando el ministro hace el ridículo salta un actor con un speach indignado, agitando a "la profesión" para hacer una huelga, y todo el mundo obvia que la Ciencia forma parte también de la Cultura, y que sobre todo la Cultura real no es ni la emergente ni la viralizada? Dejamos la Cultura aparcada a principios de siglo y sólo la sacamos a relucir como reliquia en sus aniversarios.

En 1913 se publican obras de Pio Baroja, de Clarín, de Pérez de Ayala, de Marquina, de Alberto Insúa, de Ricardo León. Sorolla termina su obra para la Hispanic Society, Benlliure acababa su etapa como director de la Academia Española de las Bellas Artes en Madrid. Se regenera la ciencia en nuestro país con el IV Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (otro asterisco). ¿Esto es lo que veían y leían los españoles, justo antes de entrar en la epidemia de gripe de 1914? Casi ninguno. La mayoría seguían aferrados a lo que son nuestras series de ahora: los folletines de portera de la época. Y ninguno de los intelectuales y artistas anteriormente citados -menos aún los no citados- fue llamado para ser asesorar a los posteriores gobiernos.

Puede que la sociedad española tenga cada vez más interés cultural hoy en día, pues tiene toda la cultura a su disposición, durante esta crisis, abierta de piernas en su móvil y ordenador. Todo depende de que su objetivo sea mirar en Stop Bulos quién quiere estafarle o permanecer en la comodidad y perder dinero, derechos y tiempo. También depende de si su pulsión intelectual es la de salir a aplaudir gregariamente al balcón, un día tras otro, hasta conseguir que le ocurra como les ha pasado a muchos con la cultura: que se aburra de cantar "Resistiré". Quizá un dá hasta le dé por pensar en la gente enferma de muchas más cosas que existe a su alrededor y, tras ponerse en la mente del más débil, llegue a concebir que quizá "cuando mi enemigo sea yo" no sea la mejor letra de una canción para un país donde la muerte ha sido tan devastadora.