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Julio Monreal

De la Moncloa... o de les Arts i les Ciències

En la quinta semana de confinamiento, el dolor por los fallecidos, la solidaridad con los infectados, la admiración por los colectivos esenciales en la lucha contra la pandemia y la preocupación por las consecuencias económicas que la crisis está dejando y dejará para millones de personas se mantienen vivos y seguirán presentes cada minuto del día mientras no se vea la luz al final de este túnel, mientras la curva que lleva intentando bajar muchos días no caiga, o se aplane o se pliegue sobre sí misma. Vaya eso por delante como cuestión principal.

Sentada esa base, cabe entrar en otras harinas. Después de 40 días de machacona insistencia, cualquier ciudadano español podría ya situar en el mapa la ubicación exacta del hospital Gregorio Marañón, la morgue del Palacio de Hielo o la instalación sanitaria provisional de IFEMA. En el festival de las no-noticias, las televisiones nacionales de audiencias millonarias muestran con todo detalle que las carreteras de acceso o salida que en otras fiestas de Pascua están rebosantes de viajeros hoy están vacías, igual que las calles del centro de la capital, desangeladas bajo la sombra de los drones que las capturan con sus cámaras. La principal emisora del país decide entrevistar a un quiosquero para ver cómo va la venta de periódicos y envía a un reportero a la Gran Vía, debajo mismo de la sede de la radio, donde el 95 % de los paseantes suelen ser turistas, hoy cien por cien ausentes. Si llueve dentro de la M-30 parece que llueva en toda España y si nieva, mucho más. Y así con las vacaciones escolares, las fiestas de Navidad, el alcalde Almeida, la presidenta Díaz Ayuso, cualquier suceso intrascendente del que los Bomberos de la Comunidad capten imágenes... Uno no sabe ya si es la Covid-19, las exigencias del teletrabajo, la vulgar comodidad de muchos o el convencimiento de que no hay vida fuera de la «almendra», pero el madricentrismo ha invadido todos los hogares de España mientras la gente estaba encerrada para no contagiarse y con la guardia baja por el desánimo de no ver próxima una salida a esta situación. Por si faltaba algo, Manolo y Ramón, el llamado Dúo Dinámico, cede los derechos de su canción «Resistiré» para que se convierta en el himno de la lucha contra el virus... ¡a la Comunidad de Madrid! ¡Como si fuera la única afectada por la pandemia! ¡Que le dan a uno ganas de tirar por el balcón todos los discos de la pareja tras semejante desaire!

En ese ombligo del mundo que la capital se ha declarado a sí misma se inician mañana conversaciones políticas para intentar alcanzar unos nuevos Pactos de la Moncloa con la reunión concertada entre el presidente Pedro Sánchez y el líder de la oposición, Pablo Casado (PP). Al encuentro seguirán otras citas con otros interlocutores en medio de un encendido debate sobre si conviene o no hablar de cuestiones políticas, económicas y sociales de futuro mientras se lucha a brazo partido por la vida en UCIs y residencias de ancianos.

Desde luego es necesaria, y hasta imprescindible, la búsqueda de acuerdos de amplia base para hacer frente a los retos que vienen, y que son de una magnitud comparable a la reconstrucción que sucede a una guerra. Quienes no quieren sentarse a negociar y buscar acuerdos es porque sólo pretenden seguir hablando de los muertos, chapotear en el fango del 'cuanto peor mejor' para ver si excitando a los damnificados con mensajes contratados en miles de páginas robotizadas de redes sociales obtienen lo que no logran en buena lid, con las herramientas de la democracia.

Hace falta reasignar recursos hacia las nuevas prioridades, las que marcan la pandemia y la postpandemia, hacia el reforzamiento de la sanidad, de las coberturas sociales y laborales, de la estabilidad de las empresas y la pervivencia de los autónomos, la redefinición de los geriátricos, la reorientación de la industria, la fijación de determinados productos como estratégicos, la extensión de la digitalización, el fomento de la investigación, la potenciación del consumo de proximidad, el replanteamiento del papel del Ejército... La lista es mucho más larga, como estos días se está poniendo de manifiesto en foros de opinión como el que Levante-EMV mantiene a diario bajo el título genérico «Después del coronavirus». Como nada volverá a ser como antes y pasarán cosas que muchos pensaron que no ocurrirían, quizás ahora vuelva a plantearse cobrar un peaje de mantenimiento por el uso de la autopista AP-7 sólo unos meses después de empezar a disfrutar de su gratuidad. Quizás los millones que el Estado gasta en esa plataforma sean necesarios ahora para otros usos.

Decisiones como ésa, si se plantean, necesitarán de amplios consensos. La cuestión es que los actores de hoy no son los mismos que los protagonistas de los Pactos de la Moncloa de 1977, los acuerdos políticos, sociales y económicos que abrieron las puertas de la democracia para un país que salía de una dictadura de 38 años. El Estado de hoy es un Estado autonómico consolidado, en el que las comunidades gestionan directamente la mayoría de las competencias que han de ser materia del acuerdo, como la sanidad, la educación, los servicios sociales, las políticas de empleo, numerosos impuestos y mucho más. Las personas que ostentan las presidencias de los gobiernos autonómicos son los máximos representantes del Estado en sus demarcaciones, por encima de delegados y ministros. En este contexto, los líderes nacionales de los partidos no pueden dejar de lado esa realidad ni aprovechar la pandemia para una recentralización de hecho como la que rezuma en determinadas puestas en escena de estos días de coronavirus. Han de garantizar de un lado la igualdad entre todos los españoles y también su derecho a la diferencia, el que consagra la Constitución y representan las autonomías con sus singularidades idiomáticas, culturales geográficas y de todo orden. La España del 2020 no es la del blanco y negro de 1977 sino la de los colores de su diversidad, su multiculturalidad, su descentralización.

Ojalá fuera posible que el Senado, la supuesta cámara de representación territorial, tuviera su sede en Barcelona; que el Tribunal Supremo estuviera radicado en Córdoba y que el Ministerio de Cultura se aposentara en Cuenca. En un mundo digital como el que viene todo eso ya será posible. Y también que los nuevos Pactos de la Moncloa salgan de ese palacio neoclásico y se adapten hasta en el nombre y el espacio a la realidad actual, a un Estado de las autonomías que hace bueno cualquier emplazamiento para su debate y firma solemne a lo largo y ancho del país.

Ojalá fuera posible, como gesto de respeto y apoyo a esa España policéntrica, que no periférica, que el futuro político, social y económico se comparta con esos nuevos actores que no es que hayan alcanzado la mayoría de edad: ¡es que han pasado de los 40! Y que los necesarios pactos para afrontar los retos que dejará la pandemia puedan llevar el nombre de espacios como la Ciutat de les Arts i les Ciències, centro dedicado al fomento de la investigación y a la creación y difusión de las humanidades. O el de tantos espacios singulares, reconocibles, que hagan referencia desde su elección e identidad al avance de una sociedad en constante cambio.

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