Hacer frente con sólo 120 diputados a una crisis de la magnitud
de la actual del coronavirus no es tarea fácil, pero se complica
mucho más cuando los que te apoyan no son de fiar. Todo el
mundo se lo advirtió a Pedro Sánchez y él mismo lo sabía muy
bien cuando dijo aquello de que gobernar con Pablo Iglesias no le
dejaría dormir por las noches. Quizás ahora haya conseguido
dormir bien (?), pero los que no lo hacemos somos 46 millones
de compatriotas que contemplamos con perplejidad lo que ocurre
en el Consejo de Ministros entre los dos socios de gobierno. Y
también lo que ocurre fuera del Consejo cuando la estabilidad
depende de partidos nacionalistas como el PNV, Esquerra o
Bildu, cuya preocupación es la gobernabilidad de España sólo en
la medida en que eso pueda favorecer el "qué hay de lo mío".
Son pequeños detalles que no facilitan la tarea de gobierno por
más que el presidente sea un hombre dado a actuar por libre y
Real Decreto en lugar de negociar y buscar laboriosos acuerdos
con la oposición y las fuerzas sociales. En vez de enfrentar el
COVID-19 todos juntos, Pedro Sánchez tiene que hacerlo con un
gobierno desunido, una oposición también desunida y unas
Comunidades Autónomas que quieren ir por libre. No lo tiene
nada fácil.
La situación se complica más con don Pablo Iglesias como
vicepresidente. Desde su nombramiento no ha parado de
procurar extender sus competencias al tiempo que dejaba claro
su desacuerdo con algunas medidas del gobierno del que forma
parte, mientras filtra que son obra suya otras de especial
contenido social. O sea, el enemigo dentro de casa, algo que sólo
puede sorprender a los más ingenuos porque su objetivo no es
que el PSOE tenga éxito y se cubra de gloria sino que Unidas
Podemos le sobrepase para convertirse en la primera fuerza de
la Izquierda y poder hacer la revolución que sueña.
Esta semana el señor Vicepresidente Tercero del Gobierno se ha
permitido celebrar la conmemoración de la proclamación de la II
República, el pasado 14 de abril, con una declaración de
republicanismo que está totalmente fuera de lugar por dignidad,
por coherencia y hasta por perjurio. Defender la república como
forma de gobierno es perfectamente legítimo y nada habría que
objetar a que don Pablo lo hiciera como ciudadano o en su
cualidad de secretario general de Unidas Podemos, que como se
sabe tiene un ideario republicano. En España, a diferencia de
otros países de nuestro entorno europeo, son legítimos los
partidos cuyos idearios son contrarios a la Constitución que les
ampara, como ocurre sin ir más lejos con Esquerra Republicana
(no Monárquica) de Catalunya, que anuncia su republicanismo en
la misma portada. Lo que no es de recibo es que un
vicepresidente del gobierno de España se salga con esa
machada. Primero por coherencia, porque la Constitución dice
bien claro que la forma política del Estado es la monarquía
parlamentaria y no la república y él, don Pablo, ha jurado esa
Constitución delante del Rey y del ministro de Justicia como
Notario Mayor del Reino. Y se supone que uno debe tener la
decencia de cumplir lo que jura (o promete). Además en ese
mismo acto juró (o prometió) "hacerla cumplir con lealtad al Rey"
y ahora resulta que se ha olvidado de esa lealtad y quiere
cargarse al Rey. Señor Iglesias, es usted muy libre de pensar lo
que quiera pero no tiene derecho a tomar a picota las
instituciones del Estado ni tomarnos el pelo a sus conciudadanos.
O una cosa o la otra. Si usted cree en la República luche por ella,
pero tenga la coherencia de no jurar ni la Constitución ni lealtad
al Rey porque son incompatibles con ella. Y si ha jurado una cosa
y la otra y ha cambiado de opinión, tenga la dignidad de dimitir e
irse a su chalet.
Esto no es serio. Alguien debería llamarle la atención, hacerle
callar o despedirle. Pero él sabe que tiene la llave de la
estabilidad del gobierno y que eso le permite estas osadías y
estas continuas búsquedas de protagonismo. Como Donald
Trump, necesita atraer constantemente sobre sí la atención
mediática.
Esta gente todavía no se ha dado cuenta de la grave
responsabilidad institucional que tiene y de lo importante que es
respetar las instituciones porque de ellas depende su propia
legitimidad y porque además nos representan a todos. Como
cuando la señora presidente del Congreso permitió, supongo que
con sonrisa medio boba y medio incómoda, que algunos
diputados jurasen o prometieran su cargo con fórmulas tan
estrambóticas como "por las Trece Rosas" o "hasta la
proclamación de la república catalana" (?) que es, además, una
contradicción porque esa eventual proclamación implicaría el fin
de la misma Constitución que se está jurando (o prometiendo).
Estos señores deberían saber que gobernar no es un juego y que
no todo vale. Estamos en España y no en Venezuela o en
Filipinas.
Eso no tiene nada que ver con el debate Monarquía-República
que puede plantearse como consecuencia de desagradables
acontecimientos recientes cuando pase la pandemia del
COVID-19. Quizás incluso porque a alguien le interese para
distraer al respetable. Yo pienso que la monarquía debe ser
ejemplar ante todo, pero también creo que es útil en un país con
fuertes tendencias centrífugas, y creo además que tenemos
muchos otros asuntos mucho más acuciantes de los que
preocuparnos. No se engañen, se ataca a la monarquía porque
es la clave de la bóveda del edificio constitucional que algunos
quieren derribar y que tanto nos costó construir.