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Ya no nos quedan más pilas

De forma repentina, mi hija necesita un culpable. "¿Quién ha decidido que todavía no podemos salir de casa, la Reina o Pedro Sánchez?" Me resisto a entrar a saco en la separación de poderes de la democracia española en mi día libre, una cosa es que les den un aprobado general y otra que se saquen la carrera de Derecho a los siete años con un tutorial y una madre llena de ansiedad. "Pedro Sánchez, la Reina no pinta nada en esta crisis", le respondo. "Pero ella puede ordenar que vayamos a la calle", insiste mientras me coloca en la mesa de la cocina otro artilugio que se ha quedado sin pilas. En esta ocasión se trata de una Barbie que supuestamente habla. No sé si tiene cosas interesantes que decirnos, nos la regalaron ya agotada, aunque cualquier conversación adulta será bienvenida en esta casa. Alguna ministra tendría que habilitar una partida extraordinaria para ayudar a sufragar el presupuesto de pilas que las familias estamos consumiendo estas semanas. "Las pilas son para cosas importantes", les adoctrino sin mucho convencimiento, "como los cepillos de dientes y las linternas de verdad, por si se va la luz". "Entonces solo hay pilas para el aburrimiento", me da la espalda ella. Antes del encierro era fácil decirles a los niños que ya está bien, que no puede haber pilas para el coche de policía, para el coche de bomberos, la fogata del campamento de playmobil, la linterna de canciones de Frozen, el helicóptero de lego, la guitarra y el micrófono de rockeros, el ordenador de juguete, la pizarra mágica y el juego de la operación quirúrgica en el que ninguno hemos logrado nunca extirpar nada sin matar al paciente. Pero ahora cualquier fuente de diversión debe ser explotada, así que corro a apuntarlas en la lista de la compra cuando me los encuentro manipulando las luces de las bicis que cogen polvo en el recibidor. "Igual le valen a la Barbie, total... ya no las necesitamos".

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