Todas las generaciones del planeta, desde las personas más ancianas, hasta los más jóvenes integrantes de la 'Generación T' o 'Táctil', vivimos un periodo que quedará marcado en la historia de la humanidad por sus inmensas repercusiones sanitarias, económicas y sociales. Desde su inicio, hasta la fecha de hoy, la COVID-19 se ha propagado por casi todo el planeta. Además de las consecuencias reales «no oficiales» en China, la enfermedad está teniendo su máxima repercusión en Estados Unidos, Italia y España. Con un crecimiento actual de casos en Francia y Reino Unido, quedará por conocer también su impacto final en lugares como Brasil, México, América Latina, La India y, sobre todo, en África.

La humanidad se está enfrentando a un virus con una tasa de mortalidad, declarada por la OMS diez veces mayor que la gripe H1N1 de 2009, a pesar que en ciertos países, entre ellos España, se dieron estrategias de atenuación pública de los efectos de la enfermedad por parte de los poderes gubernamentales y de sus medios afines. Factores antropogénicos, como la globalización o la masificación en grandes núcleos urbanos, han podido favorecer la propagación de la enfermedad, aunque tras esta «excusa global», la pandemia ha puesto frente al espejo a los gobiernos y a los gobernantes. Pedro Sánchez, Boris Johnson, Donald Trump o Jair Bolsonaro son ejemplos de gobernantes que no han superado la prueba.

Ya ha transcurrido más de un mes desde que en España fue decretado el estado de alarma por el Gobierno a causa del contagio masivo de la COVID-19, ocurrido especialmente en el periodo comprendido entre el final de febrero y el comienzo del pasado mes de marzo. Un claro acumulo de inacciones voluntarias y errores gubernamentales ocasionaron un mayor impacto de la enfermedad entre la población, a todas luces evitable. Qué duda cabe ya de que, a pesar de conocer a tiempo real las circunstancias de China o Italia y los avisos del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades, desde el Gobierno de España no solo no se tomaron a tiempo medidas de prevención ante masificaciones, sino que incluso estas se fomentaron. Qué duda cabe también de que el acopio de equipamiento para analíticas y medios sanitarios de protección para nuestros héroes y en general, para toda la población, han sido insuficientes, incluso reconocido por el propio Gobierno. Recuerden para siempre que: «Lo inevitable tiene excusa, lo evitable no».

Mirando al presente, España se encuentra en la llamada fase oficial de «estabilización» de la enfermedad. Sobre el papel, ya hemos recorrido más de la mitad del camino que nos llevaría al comienzo de una vuelta lenta pero progresiva a la ansiada normalidad, aunque esta fuese con condicionantes. Si se diese algún repunte significativo de casos que lo retrasase, tal circunstancia sería debida, en gran parte, a una demostrablemente caótica planificación gubernamental del actual confinamiento, contraria a la ortodoxia y pragmatismo de otros países.

Toda esta crisis está afectando a nuestra salud o a la de las personas de nuestro entorno. Nadie es ajeno al enorme sufrimiento humano que está sucediendo, al desamparo de las familias, a la situación de nuestros mayores en las residencias o a la crueldad que conlleva el aplazamiento o soledad de los entierros. Esta crisis nos está trayendo unas repercusiones humanas, sanitarias, económicas, laborales y sociales muy importantes que afectan y afectarán a nuestra manera de vivir a partir de ahora. Ante el espejo de la pandemia en el que se han de mirar nuestros gobernantes, a estos aún les queda capacidad de maniobra para dirigir correctamente sus decisiones preferentemente hacia la salud, el bienestar y el futuro de los españoles.

Ahora es el momento de una reconstrucción consensuada en nuestro país, por encima de las ideologías y del populismo. Ciudadanos, por medio de nuestra presidenta, Inés Arrimadas, ha presentado a Sánchez los Pactos de la Reconstrucción, con el objetivo de salvar vidas, salvar empleos, proteger a las familias y tener un país fuerte en Europa. Es momento de que Sánchez tenga altura de miras y acepte soluciones dialogadas. Aunque el cuerpo lo pida con suma inmediatez por lo duro de las circunstancias, ya llegará el momento de que todos pidamos cuentas por lo ocurrido en aras de aspirar a tener una auténtica gobernanza en la que no sólo se vele eficazmente por nuestra economía, sino por nuestra salud y por lo más preciado, por nuestras vidas.