Es tan totalmente desconocido lo que se viene, ni siquiera los expertos pueden vaticinar qué va a

ocurrir. Nos encontramos en un punto ciego que algún día narrará mi querida historia. Ahora,

podemos inclinarnos hacia cualquier tendencia pero no hay estudios científicos que puedan

demostrarnos hacia dónde podemos caminar. Eso deja un margen brutal, más que margen vacío,

para que los amantes del análisis sociopolítico podamos imaginar qué va a ocurrir.

A nivel político hay dos grandes posibilidades: miedo o inteligencia. La primera, el miedo, consiste

en que haya un auge de los extremos, especialmente de la ultraderecha que ya vemos que lleva

ascendiendo unos cuantos años. Es posible que esta crisis sanitaria mundial pueda catapultar a los

partidos del ala más a la derecha del panorama político internacional y nacional hacia la cúspide. Es

plausible que gran parte de la población ante la situación de incertidumbre actual y la vorágine de

cambios y retos continuos que nos presenta este siglo XXI, y que se han visto más evidenciados y

trasladados a primera línea de debate por la situación que estamos viviendo, puedan confiar en el

discurso populista de la ultraderecha.

Pero ¿qué tipo de discurso tiene la ultraderecha española? ¿cómo podemos calificarla? Para analizar

la derecha tenemos que irnos a la España franquista, aquella que después del año 39 bajo el mando

de Franco gobernó España. En contra de todos los mitos, dentro del régimen de Franco había

pluralidad, había dos derechas que pugnaban por el poder. Había dos ideologías: el

nacionalcatolicismo (tradicionalistas) y el fascismo (nacionalsocialistas). El nacionalsocialismo era

una ideología nueva, revolucionaria, que propugnaba que la nación estaba por encima de todo y

eran terriblemente supremacistas, racistas. Por otro lado, era un derecha populista, prestaba atención

al pueblo, deseaba su movilización. En cambio, el tradicionalismo, era una ideología conservadora

cuyos modelos estaban basados en el pasado, en las costumbres. Los tradicionalistas, se esforzaban

por volver al pasado, no deseaban que la gente se movilizase ni participase en política de forma

activa. Deseaban perpetuar jerarquización clásica con la Dios y la Iglesia por encima de todo.

Actualmente tenemos una ultraderecha más tradicionalista que nacionalsocialista. Ahora me diréis,

¿y esto qué quiere decir? Lo que quiero decir es que la derecha que triunfa ahora mismo en España

es aquella que desde el punto de vista político está negada a aceptar los nuevos retos del siglo XXI

como el feminismo, el cambio climático, el ecologismo, la inmigración etc. Es una ideología que

pretende hacer un esfuerzo (dicho sea de paso, inútil) por recuperar la vida de hace 20 o 30 años

menospreciando, negando y obviando los problemas que nos acechan escudándose en la Iglesia y la

tradición cristiana y católica española.

Esta ultraderecha que aparece ante nuestros ojos, no es más que una reacción de miedo ante los

rápidos procesos de cambio. Se aprovecha del desconocimiento, del miedo de la masa de población

ante la incertidumbre del futuro y de cómo afrontar las nuevas cuestiones que asaltan el panorama

internacional. Dos de los problemas a los que más rédito ha sacado son a la crisis del sistema

capitalista, que no deja de dar síntomas de que no funciona, y a la crisis de credibilidad de los

sistemas políticos democráticos, que pierden eficacia y valor ante la opinión pública. Este tipo de

derecha coge estos elementos, los estruja, los apreta, los traga y los vomita en sus exposiciones

públicas. También recurre a las fake news para convencer a un público que son la única alternativa

para cambiar el sistema, para esparcir su propaganda política. Esta utilización de la tecnología es

peligrosa porque es sibilina, se va metiendo en ti sin que te des cuenta.

La opción dos, la inteligencia, es más sencilla de explicar. Cabe la posibilidad de que el

empoderamiento que lleva a la inteligencia gane al miedo que genera ignoracia. Es plausible que

todos los sectores de población española (trabajadores, políticos, sectores económicos) comiencen a

reflexionar que hace falta afrontar, mejor o peor, pero que es necesario que nos impliquemos para

llevar acabo cambios que son necesarios ya si no queremos acabar viviendo en pésimas

condiciones. Siguiendo esta lógica, puede ser que los y las votantes comiencen a exigir cierto nivel

a sus políticos y políticas. Esto es, que presionen a los partidos políticos, y que estos hagan también

un esfuerzo considerable, para volver a discutir de política de verdad, de medidas, de estrategias y

dejen de lado, la discursión de payasos de circo en la que sólo hablan sobre futilidades.

Es posible que cambie la tónica general de la política española y se deje de lado el odio, y se ponga en valor la

rivalidad intelectual y política. Todo esto podría ocurrir si los ciudadanos y ciudadanas se dan

cuenta que si ellos y ellas paran, si los trabajadores y las trabajadoras se unen y hacen un gesto

común, si se ponen de acuerdo y paran, todo para. Quizá esto sirva para hacer más consciente a

cada una de nosotras que la acción individual cuenta más de lo que imaginamos, que un simple

gesto puede ser muy inspirador y todo un ejemplo. Quizá esto sirva para rectificar, cambiar y

evolucionar hacia un mundo mejor, hacia una España mejor.