Qué sucederá cuando superemos esta pandemia? Muy probablemente, los países sumidos en una crisis económica sin precedentes tratarán, a toda costa, de restaurar sus maltrechas economías. Y sin ser sombrío sino realista, para recuperar su solvencia económica pueden pasar por encima de cualquier cautela ambiental como caballo de Atila. La desconsideración y la presión sobre el ya maltrecho medio natural puede dañarlo aún más. Es decir, no habríamos aprendido nada. Y, sin embargo, deberíamos de tomar buena nota y crear hoy el futuro de mañana. Un futuro con una ineludible mejor relación con el medio natural mediante conductas más inteligentes y sostenibles. Y desde luego en ser mucho más cuidadosos en los aspectos de los que depende nuestra salud, ahora que estamos comprobando el elevado precio de sus implicaciones de una manera dramática y dolorosa.

Un medio natural maltratado puede favorecer la aparición de procesos que atenten contra nuestro bienestar. La capacidad del suelo de neutralizar compuestos tóxicos y procesos infecciosos es bien conocida y debería ser potenciada. El valor terapéutico de los microorganismos del suelo ha producido enormes beneficios para la humanidad (la penicilina es solo un ejemplo) y no es descabellado pensar que pueda haber un remedio frente al Covid-19 en los billones de microorganismos del suelo que la ciencia aún desconoce. Ello forma parte del funcionamiento del suelo como reactor y purificador biológico global. Es la unidad central de procesamiento del ecosistema Tierra. Su papel sanitario es tan crítico en la naturaleza como imposible de ser sustituido por ninguna institución de origen humano.

La pandemia actual no es algo desconocido para la humanidad. A lo largo de su historia ha sido testigo de grandes catástrofes y crisis ambientales. Algunas de ellas, por el mal uso de los recursos de la tierra, arrastraban a situaciones de falta de alimentos, hambrunas, desestabilización social y graves conflictos y guerras. En algunos casos, conducían incluso al colapso y desaparición de civilizaciones. Pero a la humanidad le cuesta aprender de sus errores. En el caso del suelo la sensación es de haber perdido las últimas décadas en ignorar y menospreciar su papel crucial en la seguridad alimentaria y en el funcionamiento del ecosistema terrestre. Pese a las buenas palabras de gobiernos y organismos internacionales, no se adoptan las medidas concretas ni las estrategias globales que ayuden a paliar las futuras crisis de inseguridad alimentaria o de escasez de los recursos hídricos, que seguro vendrán. Y sin embargo y pese a esta ceguera, la historia nos dice claramente que la destrucción o la mala gestión de los espacios naturales, recursos hídricos o suelos fértiles compromete la sostenibilidad de nuestra sociedad y la vuelve a hacer vulnerable ante futuras calamidades.

La actual es una crisis inesperada y dramática que ha puesto en evidencia la vulnerabilidad y fragilidad de la arrogante sociedad avanzada del siglo XXI. ¿Qué haremos para estar mejor preparados ante la próxima crisis? ¿Y cuál será esta? Nadie lo sabe. Sin embargo, hoy día estamos inmersos en una tendencia de cambio climático que no augura nada bueno. Las evidencias son tan conocidas por la ciencia como desoídas por los poderes públicos y por la mayor parte de la sociedad. ¿Vamos a dejar que se produzca una gran catástrofe climática, que entre otras muchas calamidades pueda traer la destrucción de los vitales recursos de suelo y agua? Nuestro país se encuentra en la diana de una más que posible crisis climática y de recursos hídricos. Las evaluaciones científicas y los informes de los organismos internacionales alertan de la fragilidad de nuestro territorio y nos sitúan a un paso de que lleguemos a tener un clima que puede parecerse al del Norte de África. Sequías, incendios forestales, fenómenos climáticos extremos, desestabilización del territorio, cosechas fallidas y procesos de desertificación nos acompañarán en el camino.

La protección y conservación del suelo es una inversión de futuro. El invertir en tierras y recursos hídricos beneficia a toda la humanidad. Una tierra sana y fértil garantiza una sociedad y una economía saludables. El ecosistema terrestre en equilibrio con su entorno natural es una garantía para el buen funcionamiento y la mejor capacidad de resiliencia de la sociedad. El suelo ha sido el compañero fiel e imprescindible en la larga aventura de la humanidad. A menudo se le denomina «tierra», como el nombre del planeta. No es de extrañar esta significativa asimilación de designaciones en las que el nombre de uno solo de sus sistemas naturales se asigna al planeta entero.

En la actualidad, el enorme impacto del problema sanitario, las graves consecuencias socioeconómicas y la dimensión global de la pandemia de coronavirus deben tener el efecto de sacudir nuestras conciencias para obligarnos a cambiar radicalmente nuestra relación y nuestra actitud hacia el entorno natural. Ahora es la ocasión histórica de plantearnos una relación más inteligente y con actitudes realmente sostenibles. Entre otros muchos aspectos, deberíamos acelerar el cambio del modelo energético hacia energías renovables, revisar procesos industriales abusivos y contaminantes, potenciar las economías circulares, conseguir ciudades más habitables y sanas, y proteger los recursos básicos para la supervivencia como son el suelo y el agua. Es decir, un modelo de desarrollo económico y de progreso, más acorde y en sintonía con las limitaciones que impone un medio finito y concreto como es nuestro planeta. Y realmente esta es la única opción válida que tenemos, no hay otra. Una actitud global de respeto al planeta y de gestión sensata de sus recursos naturales es la única alternativa para asegurar no solo nuestro bienestar, sino también nuestra supervivencia.