El 10 de marzo del año en curso nos planteábamos si era aconsejable mantener los abrazos y los besos en el marco de nuestras relaciones sociales. Sabíamos del avance del coronavirus pero todavía lo percibíamos como algo que podíamos superar sin demasiada incomodidad.

Sin embargo, en sólo un día, la situación cambia. El 11 de marzo la OMS declara que el COVID-19 pasa de epidemia a pandemia y ... decidimos mantener las distancias, suspender las reuniones y los procesos selectivos, lavarnos las manos con jabón de forma compulsiva. Inevitable pensar en ese personaje de la obra teatral Toc Toc que viste de blanco y no soporta que le toquen. En definitiva, tomamos aquellas medidas que nos recomiendan las autoridades sanitarias.

Se percibe el problema y cuando nos encontramos en plena vorágine de adopción de decisiones y medidas para luchar contra ese enemigo común procedente de China, se declara el estado de alarma.

Muchos juristas retomábamos la normativa para recordar lo que implicaba aquel estado excepcional que desde la facultad no habíamos vuelto a estudiar.

Quienes negaban la evidencia o relativizaban el problema se dan de frente con una realidad dolorosa y difícil, imposible ya de obviar con el recurso al optimismo. Llega entonces el momento del realismo, la precaución, el sentido común y la responsabilidad. El tiempo es esencial. Su transcurso sin la adopción de las medidas oportunas se convierte, como lo ha sido, en el peor enemigo de la sociedad y en el cómplice perfecto de la expansión del coronavirus.

Algunas administraciones responden rápidamente, otras quieren dar apariencia de normalidad y hacer creer al ciudadano que la cosa no es tan grave. Esa tendencia que tienen algunos gobernantes de tratar a la población como si fueran menores de edad necesitados de buenas noticias.

Pero al final la realidad y la normativa, más o menor afortunada, se imponen, así como las medidas derivadas de ésta.

Mucho se ha hablado ya del teletrabajo y de que ha hecho falta una pandemia para implantar una forma de desarrollar actividades profesionales a distancia sin que se note en los resultados obtenidos, al menos en aquellos puestos que lo permiten y en aquellas organizaciones que estaban mínimamente preparadas.

Pero lo que me ha sorprendido gratamente ha sido la capacidad de adaptación de las personas a las nuevas reglas de juego. Se impone el trabajo a turnos en los presenciales. La carga laboral en ciertos puestos se intensifica. Y la mayoría del personal de un día para otro se va a su casa y convierte una de sus habitaciones en su nuevo lugar de trabajo. En cualquier caso, la maquinaria administrativa sigue funcionando.

No son héroes, pero con su actitud hacen posible que aquellos servicios públicos que se pueden seguir prestando lo hagan en las mejores condiciones posibles. De este modo, las personas vulnerables, especialmente ahora, siguen siendo atendidas por los servicios sociales, los proveedores siguen cobrando, la seguridad ciudadana sigue garantizada por la policía local y el departamento de informática hace guardia para que el resto podamos seguir haciendo nuestro trabajo.

Servicios esenciales, como la recogida de basura, la limpieza viaria, el abastecimiento de agua potable? se siguen prestando con normalidad.

En esta ocasión, como no podía ser de otra manera, también los habilitad@s de carácter nacional nos hemos adaptado. No tiene tanto mérito porque la habilitación se caracteriza por esa necesidad de saber y aprender de todo. Así lo exigen en general los puestos de trabajo que ocupamos y desempeñamos. Pero también porque la movilidad de que gozamos requiere de esa continua adaptación a nuevas circunstancias, a menudo muy distintas de las que rodean el puesto de origen.

Tampoco es extraño que ante una situación de las características del coronavirus y sus circunstancias, en los Ayuntamientos, sobre todo en los de menor tamaño, el habilitado nacional adquiera uno de los papeles protagonistas en la gestión del COVID-19 a nivel municipal, porque ese ha sido el de los puestos entre cuyas funciones se encuentra el asesoramiento jurídico.

Quienes nos dedicamos a ello hemos vivido estos días esperando la lectura del BOE con la emoción y la inquietud de quien sabe que deparará nuevas normas cuya dificultad interpretativa se presume por la rapidez de su elaboración. Hemos interpretado, como siempre la normativa aplicable, pero más que nunca las notas informativas nos han alterado el guion con la película comenzada.

No somos héroes, solo empleados públicos, sólo políticos, sólo habilitados, sólo personas al servicio de la ciudadanía que tratamos de dar normalidad a la gestión de los servicios públicos municipales.