No es necesario describir la situación por la que ciudades y pueblos están pasando. No tendría sentido la propuesta que hoy materializo y en la que creo firmemente si no tenemos en cuenta el sufrimiento de decenas de miles de ciudadanos, la muerte de otros miles que se impone a diario y a centenares. Gozábamos de fiestas por doquier, los restaurantes ya habían agotado la posibilidad de tomar una reserva y el comercio ganaba volumen en cada hora. Pero todo quedó congelado y sin que la confusión o la protesta se apoderara de algún espacio social. Todo permite suponer que los ciudadanos sí que han pasado por una prolongada reflexión y, por ello, han mantenido unas conductas ejemplares. Al presidente del Gobierno le ha bastado con hacer propuestas para encontrar en buena parte de los ciudadanos el apoyo que ha solicitado. Ahora bien, todos somos conscientes del horizonte de problemas en que habremos de vivir, disfrutar y abrirnos paso.

Temo que los políticos que nos gobiernan y los que controlan el gobierno de esos políticos se lancen a diseñar la campaña de respuestas que deben dar a unos y a otros; se fijen para organizar sus campañas de comunicación, su argumentario, en un doble objetivo: disminuir las fortalezas de otros partidos y, sobre todo, consolidar el proyecto personal de quienes deciden. Esta actitud lastrará la recuperación o la hará imposible porque la concertación social, imprescindible en las crisis, sólo fructifica sobre la lucidez y la prudencia. No quiero grandes palabras; me conformo con proyectos definidos y estabilizados sobre nuestro suelo constitucional.

Temo, por tanto, que se use el espacio parlamentario para destrozar toda posibilidad de diálogo y temo que se reconozca como imprescindible uno u otro nombre porque angostará el proceso de concertación. Me agradaría saber que los líderes parlamentarios aceptaran una terapia: encerrarse en una habitación sin cámaras y sin taquígrafos, decirse de todo, agotar las palabras de crítica, de menosprecio y de descortesía. Me daría seguridad saber que, al salir de esa habitación, hubieran adoptado la decisión de anticiparse con sus proyectos a las necesidades que los ciudadanos han de afrontar y hubieran identificado los problemas muy graves de los que ya hemos tomado conciencia o de los que estamos siendo advertidos en estos días.

Proyectos y reflexión sobre las deficiencias que se han hecho patentes como es el caso de la organización de las residencias. Algunas se están revelando modélicas, como la que atiende y defiende a mi amiga enfrentada al poniente de Muchamiel bajo una acacia y que el día 4 de marzo ya me hacía saber su trabajadora social que los residentes quedarían aislados; otras carentes de proyecto seguían aceptando visitas y buscando congraciarse con amigos y familiares. A la vista están los resultados. Lo que ha fallado debe ser analizado para hacer justicia a tanto dolor. Pero ese dolor requiere organización y conocimiento sobre el que fundar nuevos modelos de gobernar su día a día.