Cuando salgamos de esto, cuando lo superemos porque lo vamos a superar, la memoria y la historia nos pondrá a cada uno en su lugar y dejará claro quien sumó y quien restó, quien se abonó al catastrofismo y a la necrofilia gratuitamente. Como no pocos apuntan, no hay que volver a la normalidad, porque la normalidad ya no funcionaba. Muchas voces, con acierto, ya lo pregonaban por injusta y destructiva. Por poner ejemplos que nos son próximos, la agroalimentación como la conocemos en los países industrializados es, además de injusta y destructiva, poco deseable. Pero parece que lo ignoramos. Se ha estado durante varios decenios alimentando a buena parte de la población mundial a partir de sistemas agroalimentarios anómalos que muchos autores de novela fantástica o catastrofista ni siquiera hubieran imaginado. Lo absurdo de capturar pescado en Alaska, mandarlo a la China para su procesamiento y venderlo en EE.UU. fileteado y listo para freír. Lo absurdo de deforestar el Amazonas para introducir reses para la producción de carne de vacuno que se mandará al comercio exterior. Lo absurdo de cultivar un producto secundario como es la soja (60% de lo sembrado en el país) frente al tradicional trigo en las llanuras de Argentina para someter a quien lo cultiva a los precios que dicte el comercio en la bolsa internacional. Porque es nuevamente absurdo comer en España naranjas de Sudáfrica en invierno o comer carne dos veces al día; hasta la alimentación de los astronautas con sus alimentos energéticos parece más razonable que encontrarse en el supermercado envases de plástico con menús listos para degustar. Como en el self service, añadan ustedes mismos otros muchos ejemplos que incrementarán una lista de disparates responsables de la hambruna en medio mundo y de la obesidad en el otro, de la extinción del oficio campesino que cobra de nuevo actualidad, el abandono de la vida rural hacia el medio urbano y del calentamiento de todo un planeta. Y los monocultivos invadiendo todo centímetro de tierra cultivable, responsables también de la pandemia vírica actual, como muy bien se advertía en estudios hace años.

Aunque creo improbable, que el virus represente un punto de inflexión a largo plazo, es casi seguro que éste tendrá un impacto en lo que los economistas llaman, de manera algo misteriosa, la 'primera derivada': la velocidad del cambio, antes que el cambio en sí mismo. La Covid-19 no iniciará ninguna era china porque llevamos ya años allí. La crisis actual solo precipitará, lo que no es poco, la creciente divergencia entre las economías occidentales y asiáticas. Aun cuando una mayor severidad de la crisis en los países occidentales hiciera descender su crecimiento a niveles de la Gran Recesión, es muy poco probable que el grueso de la población mundial, sobre todo la localizada en China e India, sufra un impacto así de negativo. A la vez que reduce aún más la distancia económica entre, digamos, un ciudadano chino y uno francés, el estancamiento de nuestras clases medias y, especialmente, los daños que sufran los trabajadores menos digitalizados (incapaces de teletrabajar) debilitarán aún más nuestra confianza en el futuro y en nuestros líderes.

De todas maneras, estamos ante una oportunidad planetaria única que quizás no se ha dado en muchas generaciones, una oportunidad para repensarlo todo. Que este encierro nos sirva para reflexionar, para poder poner en valor cosas en las que muchas gente había sido muy permeable al constante bombardeo ideológico y mediático sobre las políticas neoliberales que llevan arrasando el planeta desde hace decenios. Este parón nos debe servir para replantear muchas cosas. Poder poner en valor otra vez lo que nos une, lo que es el aglutinante, el pegamento de las sociedades, lo público, ese Estado del Bienestar que muestre cuáles son las prioridades y cuál es nuestra relación con el planeta. Cambiar hacia la vida en la que una bofetada en la cara al sistema de la globalización como ha sido esta pandemia nos tiene, por fuerza, que llevar a sentarnos y pensar en que nuestro desarrollo de sostenibilidad, primaba por su ausencia.