Vivimos tiempos inciertos, tiempos de crisis, es cierto. La incertidumbre se ha instalado en nuestra sociedad y debemos saber gestionarla con calma y determinación. No podemos, ni debemos, minimizar el daño que ha provocado en nuestras sociedades esta pandemia sanitaria; el dolor, la pérdida y sufrimiento que ha ocasionado. No obstante, hemos de ser capaces de sobreponernos y progresar, como personas y como país, gracias a la experiencia extraída de ella; aprovechar la coyuntura que propician este tipo de situaciones, como desatada actualmente por el Covid-19, para ser más creativos, inventar y descubrir. Y así, avanzar.

Tras más de un mes de confinamiento nuestra sociedad ha reaccionado a una situación inédita. Aunque no ha resultado sencillo, en estos momentos disponemos de material sanitario y de protección, se producen importantes avances en los tratamientos contra el Covid-19 y diversas investigaciones buscan la ansiada vacuna. Estamos más cerca del final de esta crisis.

Esta emergencia sanitaria nos deja múltiples enseñanzas. Una de las más importantes, quizá, es el recordatorio de la valía de nuestra sanidad pública y universal y de nuestros profesionales sanitarios, así como la necesidad de no descuidarla, y tampoco los recursos que le destinamos. La crisis, gracias a esta crisis sanitaria, hemos aprendido a valorar, en definitiva, aquello verdaderamente importante: la vida y a quienes nos la posibilitan y nos la hacen más fácil.

Y una vez la lección aprendida y atendida la urgencia, es momento de ir pensando en "el después" y en la vida más allá del confinamiento. Tras habernos asegurado de que en las actuales circunstancias nadie se queda atrás, no podemos olvidar aquellas cosas que nos identifican como sociedad, nos humanizan y mueven nuestros sentimientos; lo que nos lleva al progreso. La cultura, a través de todas y cada una de sus manifestaciones, es nuestro sustento, la mejor expresión positiva del cambio, la que despierta nuestra creatividad. Gracias a la cultura estos días hemos resistido, de manera estoica, desde nuestras casas y balcones. También gracias a ella se ha despertado entre nosotros toda nuestra inventiva, dando lugar a nuevas formas de crear y producir desde la distancia.

Nuestras salas de cine, las butacas de nuestros teatros y auditorios, volverán a llenarse. Oiremos de nuevo las risas, los murmullos y el aplauso de un público que permanece expectante en este confinamiento, como en el guión de toda buena historia, esperando poder volver a disfrutar de esa cultura, de nuestra cultura, esta vez de manera presencial y colectiva. Tampoco podemos olvidar que la industria cultural española es un importante motor e impulso económico de nuestro país y, especialmente, de nuestra región. Somos una tierra de música y de músicos. No podemos entender la vida, nuestra vida, sin las notas melódicas de una dolçaina o los redobles rítmicos de un tambor. Y sin duda, volverán a sonar en las calles. La misma música y los mismos ritmos que nos han insuflado alegría, esperanza y optimismo a lo largo de la cuarentena serán también los que oigamos en las fiestas populares y de barrio, en celebraciones, encuentros con amigos y familia y, por supuesto, en fiestas tan nuestras como las Fallas. No debemos por tanto dudar, ni un instante, que volverá a levantarse el telón.