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Alfons García03

A vuelapluma

Alfons Garcia

Apocalipsis no

Confieso que nunca le he encontrado el punto a Apocalipsis Now, pero es una tara personal, me pasa con mucho cine de esos alucinógenos años setenta. Llueven mensajes apocalípticos en estas semanas y sospecho que estamos cayendo en esa tentación tan humana de creernos el centro de la Historia. Supongo que los que vivieron de lleno el crac del 29, la Guerra Civil, la II Guerra Mundial, mayo del 69, la Transición española o la caída del muro de Berlín se debieron sentir así, como si la Historia los atropellara. Supongo que es también una apreciación diferente según cada generación: a los quince años el mundo alrededor puede venirse abajo y tú no ves más allá de los ojos del primer amor. Pero tengo la impresión de que el mundo entró en un desenfreno a partir de 2001 y el 11S. No nos hemos quitado la cara de espanto desde entonces. Los españoles lloramos al poco nuestro 11M, después el suelo que pisábamos se nos vino abajo con la gran recesión económica y nos ilusionamos con la insurrección callejera del 15M, luego vimos incrédulos la matanza de un loco ultra en una isla noruega y la de Charlie Hebdo en París, la desilusión llamó más tarde a nuestras conciencias con la rebelión independentista en Cataluña y el desencanto nos conquistó con el brexit. Y ahora nos zarandea una pandemia que detiene el mundo y lo deja en mantillas, descompuesto y en busca de alguna luz en el horizonte. ¿Qué será lo próximo? Un periodista tremendista sentenciaría que tal acumulación veloz de hitos solo puede indicar un cambio de civilización, de gran etapa histórica. Pero el apocado que hay en mí echa el freno, abre la ducha de la humildad y aconseja grabarse en la frente que más que todo esto pasará, todo esto ya ha pasado.

Imagine alguien la vida en Francia en 1789 o la de los ocupantes de este pequeño lugar del mundo llamado Valencia un día como hoy, 25 de abril, de 1707, cuando una batalla selló el fin del que había sido su marco político de vida. Así que no sé si todo es tan trascendental hoy como nos parece, si nuestro mundo cambiará tanto a partir de esta catástrofe o si se impondrá el instinto de supervivencia que nos hace olvidar rápido nuestra condición de mortales. Quizá pasen las dos cosas: quizá la «nueva normalidad» recupere bastante de nuestra normalidad anterior sin tener una conciencia diaria de la profundidad de los cambios que se estarán produciendo. Porque una cosa es que las estructuras políticas se adapten, incluso la democracia liberal de la segunda mitad del siglo XX, a un tiempo diferente. Otra, más profunda, es que nuestra identidad cultural, abierta y callejera, esté en riesgo. Creo que el Mediterráneo, con todo lo que la palabra pesa de historia, paisaje, clima y forma de vida, es mucho más poderoso que una pandemia, por virulenta y desconocida que esta sea.

Tal vez no sea el apocalipsis, pero las circunstancias son extraordinarias y no siempre los políticos dan muestras de haberlo asimilado. No se trata de adquirir formas y estrategias de guerra mundial, sino de encarar el momento con toda la honestidad que puedan. A todos les interesa el poder, porque la política es en esencia la aspiración de poder. No es bueno ni malo, es lo que es. Solo es un problema cuando se antepone esa ambición, legítima, al interés colectivo. Que no pase, porque ya hemos visto las cicatrices sociales que deja. No se juegan unas elecciones, se juegan su retrato en los libros que intentaran contar y entender esto: apocalipsis o no.

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