La mejor manera de no hacer nada es querer hacerlo todo de golpe. Y parece que ahora, bajo la sombra gigantesca del covid-19, aparecen expertos por doquier proponiendo soluciones fantásticas tras cinco minutos de reflexión. Un campo especialmente abonado para recibir tonterías de todos los colores es el de las residencias de mayores. Me voy a referir a tres de las que más han circulado estos días:

1- Las residencias como epicentro letal del covid-19.

Esto no es cierto, más bien al contrario: Los usuarios de las residencias de mayores son, por definición, personas de movilidad muy restringida. Apenas salen a la calle. Son sujetos pasivos de cualquier epidemia: son contagiados, no contagiadores. De hecho, voy a aventurar una cifra: más del 90% de los residentes infectados se relaciona, en primer lugar, con la entrada de usuarios tras ingreso hospitalario y, en segundo, a través de los profesionales sanitarios que comparten jornada con el sistema de salud. Es decir, y una vez cerradas a cal y canto las residencias a finales de febrero, es más que obvio que el doble sendero por el que se ha colado el virus en los centros residenciales ha sido ése.

Resulta paradójica, la facilidad con la que los opinadores habituales, cada uno con el ascua en su sardina, se han abalanzado contra las residencias de mayores.

2- Las residencias deben hospitalizarse, medicalizarse.

Entonces ya estamos hablando de otra cosa, no de una residencia: hablamos de un espacio socio-sanitario. Y éste, como tal, debe fijar la mira no en los mayores residenciales, sino en los miles de enfermos que ocupan espacio hospitalario de forma, tal vez, poco adecuada. Pacientes que, o bien por diagnóstico o bien por cronicidad, ni deben estar hospitalizados ni se pueden trasladar a sus domicilios. Apuntar, en este sentido, que el coste/día en los hospitales valencianos ronda los 550 €, mientras que el residencial no llega a los 100 €. Por tanto, es fácil inferir de dónde se podría detraer el presupuesto si la idea de crear estos espacios fuera adelante.

Y también es sencillo deducir la descongestión que esto supondría para nuestra red sanitaria. Hay que subrayar el hecho de que, nuestros mayores, estén o no en Residencias de Bienestar social, lo que desean, como cualquier ciudadano, es acceder cuando así se requiera a una red sanitaria de máxima calidad. Y por cierto, en pie de igualdad.

Pero éste es un tercer espacio, no una residencia: ésta pertenece al mundo del bienestar social. El criterio que domina la gestión residencial es el de la calidad de vida. Dicho de otra manera: que el hábitat residencial se asemeje al máximo al hogar. Y esto sólo se consigue desde un prisma social, no sanitario. El Área sanitaria de las residencias (médicos, DUES y auxiliares sanitarias) ya controlan la salud (dietas, tratamientos específicos, etc.) de los residentes de acuerdo con las pautas de las Áreas sanitarias correspondientes y con la máxima eficiencia hasta el momento. Sería bueno recordar que, tras dos meses de durísima lucha contra la epidemia, en el que es sin duda el grupo más vulnerable, el de las personas mayores que viven en residencias, se ha producido alrededor de un 1,4 % de fallecimientos en la Comunidad Valenciana. Y ya he comentado antes donde están los focos.

3- Las residencias tienen que ser públicas.

Falso. Las administraciones públicas tienen la obligación de velar por el cumplimiento, efectivo, de los derechos subjetivos de los mayores especialmente vulnerables. El cómo lo hagan es otro tema.

En la Comunidad Valenciana, de hecho, es tal el retraso que ni siquiera hemos llegado al momento de discutir el cómo: tenemos la ratio de cama/mayor de 65 años más baja de España, junto con Ceuta y Melilla y las Islas Canarias. Para implementar realmente ese derecho nuestros mayores necesitarían, en primer lugar, disponer de un dónde. En los últimos cinco años la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas no ha construido una sola residencia. Nos hacen falta un mínimo de 120 repartidas por toda la Comunitat. O dicho de otra manera, entre 7.000 y 15.000 nuevas plazas residenciales.

Respecto al manido debate, nuevamente traído estos días a colación, de si gestión pública o privada, y una vez sentada la obligatoriedad de las Administraciones Públicas de tutelar este derecho, resulta sorprendente que no se analice realmente cual es la gestión más eficaz y eficiente. Sólo comentar dos cosas:

A- (Que ya sabe media Europa) El sistema global socio-sanitario más eficiente es el público-privado. Es decir, titularidad pública y gestión privada vía competencia por excelencia, que no precio. Esto redunda en la calidad de vida de los usuarios residenciales y, por otra parte, hace factibles inversiones desde el sector público que hace un año no eran posibles y ahora son, sencillamente, imposibles.

B- Para finalizar, y a vueltas con el debate eterno. Tal vez deberíamos de preguntar a nuestros mayores, y también a sus familias, qué grado de satisfacción tienen en las residencias públicas, y cuál en las mismas públicas de gestión privada. Si a la pregunta le añadiéramos los costes que supone para el erario una y otra opción, tendríamos seguro un dato muy interesante.

Este horror nos ha puesto y nos pondrá al límite en los próximos meses. Debemos aprender y tomar decisiones que se ajusten a los datos reales y dejar de hacer política de corto recorrido. Un Pacto público por nuestra sanidad, nuestro modelo socio-sanitario y social será el eje del debate que se avecina. Y en él debe primar el diálogo entre todas las instituciones, las públicas y el sector privado, con el objetivo único de beneficiar a una ciudadanía cansada de entelequias. Es hora de dejar de avanzar en círculos y hacerlo en línea recta hacia unas prestaciones sanitarias y sociales de calidad y, además, posibles.