No estábamos preparados para este inesperado y letal escenario sanitario y económico. El Covid 19 nos ha asaltado mientras nos deleitábamos con los avances de la ciencia, el big data, la digitalización y la Inteligencia Artificial, como puntas de lanza de nuevos territorios de conquista de esta civilización. Nos ha visitado justo cuando atendíamos el SOS del planeta y debatíamos cómo hacer compatible el crecimiento económico exponencial con la lucha contra el cambio climático, sin desatender las políticas de inclusión e igualdad de oportunidades.

El mundo se ha detenido. Esta crisis ha evidenciado nuestra vulnerabilidad, la fragilidad del ser humano y del sistema. Con independencia de la latitud en que vivamos. De repente, nos ha desterrado a la orilla sur del Mediterráneo.

Organismos internacionales, países, empresas y ciudadanos, asistimos perplejos a un cataclismo que ha puesto contra las cuerdas hasta nuestra manera de relacionarnos. Y en ese espacio de urgencias, incertidumbres y necesaria improvisación se cometen errores en la búsqueda de soluciones y de culpables. Decenas de miles de muertos y una grave recesión económica, con efectos sociales impredecibles, llaman a la puerta de nuestras conciencias de ciudadanos de la polis en el ágora.

El debate sistémico adquiere una relevancia crucial. En el preCovid19 asistíamos a un ascenso de los populismos, que cuestionan el modelo occidental nacido de la Ilustración, consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la democracia representativa social liberal. Desde la izquierda, se escuchaban voces partidarias de la estatalización, el igualitarismo y la condena al libre comercio, al libre mercado y la libre competencia. Desde la derecha, han proliferado opciones que hacen apostolado de la exclusión, del cierre de fronteras, la fobia a lo foráneo y el retroceso de derechos sociales.

Postulados que ofrecen soluciones sospechosamente fáciles a problemas complejos y que han ganado terreno, poder y gobiernos en Europa y el mundo. Y han encontrado su espejo en países autoritarios como Rusia y China, que toman ventaja mientras avanza la crisis y aparecen como más eficaces en la lucha contra la pandemia. Posiciones que se catalizan a través de líderes como Boris Johnson o el imprevisible Donald Trump. China sale reforzada en su disputa con EEUU por la hegemonía.

Aquí en casa, los más escorados del Gobierno y la Generalitat exponen sus tesis de más Estado y menos mercado. E invocan que el dinero del Estado pondrá orden y restituirá la justicia social. Pero el Estado no tiene recursos suficientes para solventar la crisis y restañar heridas tan profundas. Para afrontar esta hecatombe social llama a la puerta de una Europa que se resquebraja, incapaz de articular una respuesta conjunta a la crisis y exhibe su debilidad. Los fantasmas nacionalistas que la asolaron en el no tan lejano siglo XX no dejan de rondar.

El primer ministro holandés se resiste a ayudar con dinero propio a un gobierno como el español compuesto, dice, por «radicales». Los alemanes condicionan su ayuda a las economías del sur a que estas se comprometan con un plan de ajuste. En esencia: fondos para recuperar la economía a cambio de disciplina fiscal, contención del déficit y ajustes. Con este panorama, quienes desde los gobiernos abogan por un nuevo reformismo con marcado acento social se enfrentan a un complicado dilema.

Es imprescindible que la crisis económica se remonte sin que se resquebraje la cohesión social. La receta pasa por facilitar ayudas financieras a la empresas para preservar el empleo. Hay esperanza porque estamos mejor preparados que en la macrocrisis de 2008. La deuda privada, el sistema financiero y las empresas están menos expuestas, mejor musculadas.

En la economía nacional hay sectores ganadores, como el agroalimentario y su distribución, el comercio electrónico, las telecomunicaciones, el farmacéutico y los servicios de salud o la seguridad. Otros espacios económicos sufrirán la previsible recesión: medios de comunicación, energía, educación o servicios financieros.

Y luego están los perdedores de esta crisis: la construcción, automoción o la industria. Entre los que soportarán el embate más violento figuran dos sectores interrelacionados, decisivos y estratégicos, como son el turismo y la movilidad.

El turismo es clave en la economía española, en la que representa el 12% del PIB. Baleares y Canarias multiplican ese peso y la Comunitat Valenciana supera la media nacional, con un 14,6%. El progresivo levantamiento de las restricciones en la movilidad por parte del Gobierno será lento; y el internacional, más. Desconocemos el alcance y plazos pero muchos estudios señalan diciembre como mes de su normalización. Un panorama que aboca a empresas del sector a dar el año por cerrado, aplicar paliativos a las pérdidas y buscar soluciones para financiarlas y superar así los problemas de liquidez.

Si desciendo a la cocina de Baleària, diré que nuestra actuación se encuadra en 5 ejes, exportables a las empresas del sector turístico. El primero pasa por cuidar a nuestros empleados. Son nuestra fuerza y energía vital. La segunda acción es el control y preservación de la caja. Sin liquidez no hay oxígeno. La coyuntura prescribe, además, la preparación de nuestros equipos comerciales para la remontada. Una cuarta medida aconseja no desatender las oportunidades que surgirán. Debemos aprovecharlas. Y en quinto, pero no en último término, tenemos el deber como empresarios de recordar a los poderes públicos que son los garantes de arbitrar medidas que preserven el empleo y la recuperación económica, como motores del avance social.