Son muchos los artículos que han recogido el conocido título de García Márquez, «El amor en los tiempos del cólera». Pero propongo cambiar el orden: la pandemia en tiempos de incertidumbre. Es evidente que, de golpe, nos encontramos en una crisis inesperada, la que ha provocado el Covid-19, muy difícil de anticipar. Pero también que nos llega en unos tiempos sociales y políticos que algunos filósofos han definido como de incertidumbre. O más bien se podría utilizar el título Zweig, «El mundo de ayer», pues vemos una sociedad que quiere mantener el bienestar, pero al abrigo de la polarización y los impactos emocionales. Y son muchas las cosas que, a pesar de una situación tan especial, no han cambiado (por ahora). La pandemia puede ser finita, pero incertidumbre puede radicalizarse.

No debiera de extrañar el ambiente político que continúa con un electoralismo continuo, como vemos en algunos partidos de la oposición que siguen como si tal, como si no fueran necesarias las decisiones de urgencia de un gobierno responsable. Después ya vendrá el tiempo de las críticas, un concepto que también hay que redefinir, ya que, de un tiempo a esta parte, los criterios se han disuelto como terrones de azúcar en el café de las conveniencias. Y cuando predominan las posiciones polarizadas, se mengua la argumentación para amplificar la apelación emocional y la provocación mediática a partir de bulos.

Es grave que todo eso se mantenga en una situación que precisa un pacto conjunto para hacer frente a los problemas económicos que se avecinan. Pero hace tiempo que palabras como «pacto» y «consenso» han desaparecido del diccionario político, y eso lo estamos pagando con más incertidumbre, en vez de las certidumbres que hoy necesitamos más que nunca.

Venimos también de una crisis de confianza en las instituciones, y, al mismo tiempo, nos indigna que la sanidad no tenga los recursos necesarios (aunque sí tiene el factor humano, que diría Greene) para hacer frente al virus; pero esto ya venía de lejos, con el predomino de una cultura neoliberal que ha ido haciendo recortes (también en investigación), incluidas las ínfulas de privatización y el desprestigio interesado de lo público. Y, sin embargo, lo público tiene un papel muy importante en la crisis anunciada. Y también la ética de las empresas, no lo olvidemos.

Como también debiera ser parte de la solución la Unión Europea. Pero no nos puede producir perplejidad que ahora cueste tanto tomar decisiones comunes para un problema común. El proyecto europeo lleva tiempo difumándose, y con dos velocidades. La parte esperanzadora es que no todo es tan líquido como decía Bauman, hay muchas cosas sólidas que deben de continuar, así como la solidaridad ciudadana despertada; siempre y cuando no sea algo coyuntural, como acontece en las catástrofes. Necesitamos, pues, la razón (el cosmos, como decían los griegos) frente el caos. Lo justo frente a las desigualdades. Y lo prudente frente a la hýbris. Porque no solo hay que superar la pandemia, y salvar vidas, sino también otros muchos aspectos que siguen dando argumentos a los enemigos de la democracia.