Se cumplen estos días los 100 años de la creación del título de Ingeniero de Telecomunicación en España. Nuestro centenario llega en un momento en el que las Telecomunicaciones están siendo protagonistas de un cambio importante que estaba listo hace una década, pero que no había encontrado el revulsivo que, desafortunadamente, ha traído el COVID-19.

Mucho más allá de dar a conocer al gran público que el despliegue de fibra óptica en España es el tercero más extenso del mundo, el mayor de Europa, y que nuestros operadores de red fija y móvil están consiguiendo soportar un incremento de tráfico de más del 40% sin colapsarse, lo que está sucediendo estos días a través de las redes de Telecomunicaciones es poco menos que una transformación de nuestra forma de vida y de organización del trabajo. Hace casi 30 años, con el nacimiento de Internet, de la telefonía móvil y de la televisión por cable, se decía en nuestro sector que «todo lo que se transmite por cable (el teléfono) lo hará por radio (el móvil) y todo lo que va por radio (la televisión) lo hará por cable (TV por cable)». Pues bien, en este momento el mundo entero se adapta a una situación que puede, y debe, hacernos replantear el trabajo presencial, la movilidad y, a gran escala, la globalización. Parafraseando en este sentido a los Telecos de los 90, diríamos que después de esto «todo lo que es presencial tenderá a ser remoto, y todo lo que es remoto será local».

En efecto, hemos entendido estos días, ¡por fin!, que el trabajo puede ser remoto en muchos sectores, que no es necesario consumir combustible, contaminar, y dedicar dos horas de la jornada a desplazarnos a otro lugar en el que terminamos trabajando delante de un ordenador y hablando por teléfono con clientes y colegas, y que eso lo podemos seguir haciendo desde una oficina remota, en casa. Pero estamos aprendiendo, también a marchas forzadas, que tenemos que dejar de depender tanto de la tecnología remota y empezar a recuperar la tecnología de proximidad.

Créanme que esto de la «tecnología de proximidad» lo estaba escribiendo antes de que apareciera la amenaza de este virus, y me refería entonces a que no vamos a liderar la tecnología 5G, ni la fabricación de equipos, porque no estamos a tiempo para transformar tan radicalmente nuestra industria, pero sí podemos tomar la delantera, gracias al buen estado de nuestras redes de Telecomunicaciones, en el desarrollo de las aplicaciones de la 5G basadas en tecnología local, española, «de proximidad».

Si algo nos está enseñando esta crisis es que cuando no invertimos en Ciencia no podemos esperar liderar la salida de la crisis, y terminaremos comprando la solución. Cuando no invertimos en Sanidad no podemos mantener el resto del sistema productivo en una situación de epidemia, y cuando no apostamos por nuestros propios conocimientos y empresas, invirtiendo en ellas, comprándoles a ellas, no nos estamos preparando para la siguiente pandemia: la recurrente deuda y futura dependencia del nuevo gran hermano Asiático.

Y son esa ciencia y sistema sanitario, en los que hemos invertido mucho menos de lo que merecen, los que ahora obran el milagro de adaptarse en muy pocos días a una situación no prevista y con recursos muy limitados. Pues bien, lo están consiguiendo, porque ambos mundos, el científico y el médico, han sido capaces de reorientar su actividad hacia la lucha contra la pandemia. Esa capacidad de adaptación nos abre los ojos a un futuro en el que, como no podemos dotar de recursos ilimitados a todos los sectores productivos del país, debemos ser capaces de replantear muchas de nuestras industrias para hacerlas más adaptables, más flexibles, más «líquidas». Conseguir que nuestra industria reduzca el grado de dependencia de terceros países, y potenciar definitivamente su digitalización, con procesos capaces de adaptarse, de transformarse y reprogramarse en cortos espacios de tiempo, nos haría muchísimo más fuertes, y en potenciales crisis como la actual permitiría mantener la economía a flote y liderar la recuperación.

También los aspectos sociales y de movilidad de personas van a cambiar necesariamente después de la experiencia del COVID-19. Deberíamos dejar de imaginar el transporte urbano como un autobús articulado de tres cuerpos llevando a más de 100 personas, o un vagón de metro masificado, o un avión en el que los pasajeros valen lo que cuesta el espacio entre sus rodillas y el asiento delantero. Deberíamos imaginar un futuro del transporte público en el que los vehículos, además de eléctricos, sean más pequeños, circulen más frecuentemente y no se sobrecarguen de pasajeros. En este caso, los vehículos autónomos, conectados, coordinados, con sistemas de gobernanza del transporte más inteligentes y flexibles que se adapten a la demanda puntual y no a rutas y horarios preestablecidos, eran antes de esta crisis utopía, pero después de ella serán realidad. Y en este futuro las Telecomunicaciones, y en particular la 5G, van a ser de nuevo imprescindibles para comunicar ágilmente flotas de vehículos y ellas con la infraestructura viaria y las personas.

Vuelva el lector al principio del texto por un momento: las Telecomunicaciones soportan una buena parte de la crisis manteniendo parte de la actividad económica con teletrabajo, llevando la información y el entretenimiento a los hogares, pero pueden hacer mucho más: ayudarnos a transformar definitivamente nuestro modo de vida, si sabemos aprovechar, ahora sí, toda su potencialidad. ¡Feliz aniversario, queridas Telecomunicaciones!