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Lo que no se ve

Estos días he pensado mucho en todo aquello que no se ve o que pasa desapercibido a simple vista. Puede que el hecho de que un virus, que de forma invisible se ha vuelto una pandemia tangible con sus terribles consecuencias humanas, sociales y económicas haya desencadenado todo esto y que sea casi una metáfora de cómo nos hemos visto obligados a parar por algo que no se ve y que, como en el "Ensayo sobre la ceguera" de Saramago, nos vuelve más lúcidos y con más "vista" que nunca.

Quiero creer que hemos empezado a mirar de otro modo a las personas de nuestro alrededor, a quienes comparten vecindario, a quienes están en los diferentes servicios ayudando a que el día a día sea lo más normal posible. Incluso a nuestra familia o amistades en quienes, tal vez, hemos descubierto cosas que, con las prisas diarias, habían quedado escondidas. Quisiera pararme, de entre todas esas personas que hacen una labor de esas silenciosas, en el profesorado. Estos días las noticias sobre educación están ocupando portadas, inicios de noticiarios o ruedas de prensa.

Se está debatiendo sobre cómo y cuándo acabar el curso, sobre las evaluaciones, sobre una EBAU incierta, sobre el papel docente, sobre la brecha digital? Nuestra sociedad siempre tiende a opinar de muchos temas, unas veces con conocimiento y otras sin él. La educación siempre ha suscitado opiniones, aportaciones, modos de hacer y, en muchas ocasiones, el conocimiento de la labor de un centro educativo (de la etapa que sea) y del profesorado se desconoce. Juzgamos porque hemos sido, en mayor o menor medida, parte, en algún momento, del sistema educativo y creemos que eso nos da potestad para calificar una tarea que suele ser bastante infravalorada.

Como en todos los ámbitos, me imagino que habrá profesionales que, en este periodo, se han implicado más y otros menos. Seguro que habrá docentes cuyo grado de compromiso con su alumnado tal vez sería cuestionable, pero creo que el porcentaje es tan nimio que es terriblemente injusto para todo el profesorado que está haciendo muchas más horas de su jornada laboral habitual, hablar o tener en cuenta a esos pocos que no representan, ni de lejos, lo que sienten, hacen, piensan y llevan a cabo la mayoría con un gran esfuerzo y, sobre todo, con una gran ilusión y sentido de la responsabilidad.

Hemos tendido siempre a infravalorar la profesión docente. Lo escucho con gran tristeza cuando hablo con mi alumnado de Magisterio al que, en más de una ocasión, le ridiculizan por el grado que estudia como si ser maestro o maestra fuese algo sencillo y que no necesita vocación y un riguroso aprendizaje, o cuando dicen que el profesorado tiene muchas vacaciones, pero no se habla de lo que supone estar en un aula con treinta adolescentes y ocuparse de su formación como personas de la mejor manera posible: preparando clases, materiales, estrategias para que aprendan, corrigiendo, atendiendo tutorías o escuchando sus problemas.

Esta valoración de la figura del docente es un terrible error de nuestra sociedad porque si no confiamos en quienes están enseñando difícilmente podremos creer en la educación. Puede que toda esta labor no se vea y ahora esté empezando a hacerse un poco más visible, como el cartel que veo siempre que salgo de la Facultad y que me recuerda esa frase de Paulo Freire de que "la educación no cambia al mundo, cambia las personas que van a cambiar al mundo". Pues eso. Que lo veamos.

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