Buenos días, pandémicos cuarentenos: Espero que al recibo de ésta os encontréis bien de salud. Yo bien, g. a D.

Os escribo para que sepáis que si dejé de escrivivir durante las últimas semanas fue porque, aunque siempre escriviví a ciegas, siempre lo hice con algún contacto con la realidad, sea lo que sea la realidad, es decir, ya sea pinto o valdemoro. Ahora, sin embargo, obligado por las circunstancias, me encuentro confinado como todos y, además, encerrado en mí mismo, como algunos: se trata, efectivamente, de un ataque de solipsismo. Yo tengo un «estar encerrado en mí mismo» muy malo. Así como a algunos los encierras y te escriben el Conde de Montecristo y otros, al menos un haiku o un cuento de Monterroso, yo tengo un encerrado muy a lo Hume, quiero decir, que cada vez que entro «dentro de mí» para buscarme no encuentro nada ni a nadie y así, claro, no hay quien escriviva ni de qué. En fin, que si la meditación es la suspensión del pensamiento, creo poseer unas condiciones naturales magníficas para esa actividad que, paradójicamente, consiste en no hacer nada. No confundan estar dentro de casa sin poder salir con la posibilidad de una rica vida interna, porque no es lo mismo interno que interior. ¿Acaso no conocen a ningún decorador de interiores sin vida propia o teresiana?

¿Y qué decir de la vida exterior? Pues que la tenemos prohibida y, encima, siendo como soy un viejo provecta aetatis, el futuro me depara menos vida social que a la reclusa de Fred Vargas. Y así es muy difícil escrivivir de nada. Sólo salgo al exterior a por el pan y el periódico, como Umbral, pero sin optalidones. Añadan que con la mascarilla se me empañan las gafas. Dicho lo cual, apenas me entero ni de las vueltas de la quiosquera que siempre anda cabreada con el suelto y muy torpe de manos por los guantes de fregar. Encima, el segundo día de confinamiento se me rompió el televisor, la otra ventana, quedando su posible reparación a la espera del desescalonamiento. Es decir, si al principio esperé el «pico» como un yonqui, ahora espero el último escalón como una cupletista. Dicho esto que acabo de decir, sólo me queda repasar la Fenomenología del Espíritu, cualquiera de los tres.

En fin, y por aprovechar la caverna platónica, aquí estoy encerrado en una cueva profunda, se apagó el fuego y me quedé sin sombras que glosar. Díganme, ¿hay derecho? Otrosí, ¿qué quieren que les diga?