Esta crisis acabará por retratar con claridad muchas cosas. Si hay un tiempo para la ética y la responsabilidad es éste, y el de los próximos meses lo será aún más si cabe. Ojalá seamos capaces de entender que esos retos globales que tenemos como civilización, esos objetivos de desarrollo sostenible identificados en la Agenda 2030 de Naciones Unidas, que tan abstractos nos parecen a veces, nos están hablando en realidad de supervivencia y de dignidad como especie. Y eso está muy por encima de cualquiera de las miserias y las vanidades que nos están enfermando como humanidad. Nuestro mensaje, cooperativo por definición, es que solo unidos en un mismo propósito podremos alcanzar unos objetivos tan ambiciosos como necesarios.

Todavía estamos en situación de emergencia y con muchas incertidumbres. Es arriesgado hacer pronósticos: es momento de ser humildes, confiar en nuestros gobernantes, arrimar el hombro y transmitir un mensaje de razonable serenidad, porque esto pasará. Es difícil en estos días no caer en los tópicos y no repetirnos, pero todos deberemos contribuir, cada cual en la medida de nuestras posibilidades, a paliar las consecuencias de la crisis.

Lógicamente, la debacle económica, que la habrá, se va a sentir también en el cooperativismo. Pero confiamos en que, igual que ha ocurrido en crisis anteriores, también de ésta el cooperativismo saldrá a la larga reforzado. La mayor capacidad de resistencia y de sacrificio de las cooperativas está avalada por la historia y por las cifras: los datos de la EPA y del Ministerio de Trabajo y Economía Social revelaron que, en los periodos más duros de la anterior crisis, de 2009 a 2013, en el sector privado el empleo cayó un 18,5% y en el sector cooperativo un 8%, diez puntos menos. Eso, sin duda, pone en evidencia que las cooperativas hicieron ajustes voluntarios para mantener el máximo número de puestos de trabajo. Y lo consiguieron, igual que lo conseguirán esta vez.

Por eso, cuando todo esto pase, las cooperativas hemos de ser parte de la reconstrucción y la economía social debería ser el socio preferente de los gobiernos para ejecutar las políticas de recuperación. Tendríamos que asistir a un impulso de la colaboración público-privada a través del cooperativismo, porque es la forma más genuina de integrar los intereses económicos y sociales, algo absolutamente imprescindible cuando hablamos de alianzas en las que participan las Administraciones Públicas.

También estamos siendo parte importante en el combate contra la COVID-19 en la Comunitat. Las cooperativas están haciendo un gran trabajo para facilitar el necesario confinamiento de la mayoría de la población y están mostrando su inquebrantable compromiso con el territorio: supermercados abiertos y con gratificaciones para el personal más expuesto; almacenes que no paran la producción de frutas y verduras para mantener nuestras despensas llenas y que contribuyen además con donaciones de alimentos; maquinaria agrícola que ayuda en la desinfección de calles; máquinas de coser reinventadas para fabricar mascarillas; camioneros que abastecen a familias y empresas; créditos blandos y anticipo de prestaciones sociales; atención a mayores y personas dependientes, en condiciones durísimas y supliendo en muchos casos el papel de las familias; profesionales de la limpieza trabajando en una especial desinfección de supermercados, hospitales y centros de trabajo; suministro de productos a las farmacias; educación a distancia; e incluso, tristemente, fabricación de arcas fúnebres en dobles turnos.

Esto pasará, pero será bueno que recordemos cómo han actuado esas pequeñas y grandes cooperativas de las que somos socias más de dos millones y medio de personas en la Comunitat Valenciana. Cooperativas que estas semanas nos están dando, una vez más, una lección de solidaridad. Y no estamos diciendo que la solidaridad sea un patrimonio cooperativo: afortunadamente, no lo es. Pero debe reconocerse la iniciativa de quienes están dejando en un segundo término su interés económico para ayudar a la sociedad.

Por todo ello, en el escenario pospandemia hay un desafío que tendría que abordarse seriamente de una vez por todas: una participación institucional sensata y con visión de futuro. Si las cooperativas no estamos en el diálogo social, nuestras empresas se resienten. Este asunto está mal resuelto, porque no están contentos ni los que están dentro ni los que estamos fuera. Prueba de que el actual modelo de diálogo social ha quedado anticuado y necesita una revisión valiente e inclusiva, que garantice la presencia de todos los grupos de interés que podemos hacer una aportación constructiva a las políticas de empleo y recuperación económica.