L a crisis del Coronavirus está siendo un revulsivo tan global y radical que hasta los filósofos, sociólogos y antropólogos han opinado sobre ella. Este es el caso del francés Bruno Latour, especialista en estudios de ciencia, tecnología y sociedad y autor de libros de tanta difusión como «La esperanza de Pandora Ensayos sobre la realidad de los estudios de la Ciencia» o «La vida en el laboratorio. La construcción de los hechos científicos». Para él, la crisis sanitaria no es una crisis, en el sentido de ser pasajera. Estamos ante una mutación ecológica, duradera e irreversible. Si existen probabilidades de «salirse» de la primera, no tenemos ninguna probabilidad de «salir» de la segunda,

Cuenta, en un reciente blog, que la primera lección del Coronavirus es que ha hecho posible, en cuestión de semanas, suspender, en todo el mundo y al mismo tiempo, el sistema económico que, hasta ahora, se nos había dicho que era imposible de frenar o redirigir. Frente a las ideas del ecologismo sobre la necesidad de cambiar nuestros modos de vida, se oponía el argumento de la fuerza irreversible del «tren del progreso», que no podía salirse de su camino a causa de la globalización. Ahora, es la internacionalización la que amenaza al mundo y lo para de forma radical y abrupta.

En este repentino paréntesis para el globalizado sistema de producción mundial, no sólo los ecologistas encuentran el caldo de cultivo para su ideario. Los globalizadores, surgidos a partir de la segunda mitad del siglo XX, que impusieron su idea de escapar a las limitaciones planetarias, echan por tierra de manera radical los pocos obstáculos que les impiden su fuga de este mundo. Para ellos, la ocasión es perfecta: liberarse de los restos del estado benefactor, de la red de seguridad para los más pobres, de cuanto queda de las reglamentaciones contra la contaminación. Para, de forma inhumana, deshacerse de toda esa gente que abarrota el planeta. Básicamente de la tercera edad, enfermos y minusválidos.

Los globalizadores son conscientes de la mutación ecológica. Sus esfuerzos, desde la mitad del siglo XX, en negar la importancia del cambio climático ( negacionistas) se mantienen y refuerzan. Con la particularidad de que no ocultan sus posiciones por doquier. Que van de Moscú a Brasilia, desde Nueva Delhi a Washington, sin evitar Londres.

Bruno Latour considera que el vocabulario, empleado en sus textos de teoría científica dificulta a menudo la comprensión y suscita controversias. De igual forma, considera que, aunque este vocabulario sea usado también en otras disciplinas -como la antropología, geografía, psicología social o el mundo de las organizaciones- siempre hay elementos que conforman y contribuyen a la teoría del actor-red. Teoría fundamental de Latour.

Si se contempla la crisis sumamente peligrosa en la que vivimos, no únicamente hay que mencionar las desgracias humanas, con centenares de muertos a diario, sino en la suspensión de un sistema económico que otorga a aquellos que desean ir más lejos de este mundo, la ocasión para ponerlo en tela de juicio. Los globalizadores diríamos que han perdido. La negación del cambio climático no puede durar definitivamente. No existe la oportunidad de reconciliar «desarrollo» con diversos revestimientos del planeta. Donde habrá que insertar la economía, aunque intentarán a toda velocidad obtener las condiciones que les permita existir un poco más de tiempo. Esta paralización del mundo les otorga la ocasión de huir, lo más rápido posible y más lejos de lo que hubieran imaginado nunca. Por el momento, los «revolucionarios» son ellos.

Latour indica que no debemos retomar de manera idéntica todo aquello que hacíamos antes (el trabajo, la empresa, las administraciones, el mundo de la academia, el ocio, la sanidad...)

Retomemos a Latour y su teoría del actor-red. La que trata de describir la acción conjunta, intrincada y confusa de los seres humanos y la tecnología. Un estadio en el que la tecnología y las personas se alían y funden.

Una teoría que, según el profesor de Comunicación Alessandro Mongily, describe el movimiento de montaje o ensamblaje de los elementos de la sociedad. Los que llevan a construir conjuntos y colectivo. Que, en los momentos actuales, influyen tanto en las ciencias sociales y en el estudio de la comunicación.

Es un fenómeno comunicativo global -Internet y su impacto en las comunicaciones-. Así lo entienden quienes reivindican el papel decisivo que tienen hoy las redes y las conexiones.

Éstas y otras reflexiones se plantea este filósofo, sociólogo y antropólogo francés ante la crisis que estamos viviendo.